Con la ligereza que acostumbra en los temas que no conoce, el presidente George W. Bush dijo que el desastre inmobiliario que vive Estados Unidos se debió a que Wall Street se emborrachó y que “ahora sufre la resaca”.
En tono burlón el mandatario intentó eludir su responsabilidad en una crisis financiera y social que toma cada día peores alcances y que nadie sabe hasta dónde llegará.
Sus palabras pronunciadas en una reunión privada y que fueron grabadas a través de un celular, cayeron como patada en el estómago toda vez que son millones de familias las que han perdido sus casas y muchas más están a punto de entregarlas a los bancos.
Peor todavía el mensaje de Bush ocurre cuando las noticias económicas son cada día más sombrías, especialmente en materia de empleo e inversiones.
El índice del desempleo alcanzó en varios estados de la Unión Americana, entre ellos California, el peor nivel desde 1994 lo que significa que la desaceleración económica que extrañamente todavía no llega a recesión según las cifras oficiales, pegó durísimo en varios frentes del sector productivo.
Aparte del recorte en empleos y de la crisis inmobiliaria, Estados Unidos sufre el embate de los precios de las gasolinas y de un repunte en la inflación que no se vivía desde hace veinte años, sin olvidar los daños económicos y humanos de la guerra en Irak que día tras día reporta más muertos y heridos.
Para salvar de la quiebra a la financiera Fannie Mae and Freddie Mac y evitar que 400 mil familias pierdan sus casas, se invertirán unos 25,000 millones de dólares que tarde o temprano tendrán que pagar los causantes norteamericanos.
Además de inmobiliarias y bancos, la desaceleración ha golpeado a infinidad de gremios como el turístico, la aviación, el alimentario y los medios de comunicación. Por todo lo anterior George W. Bush no tiene razón y menos autoridad moral para exculparse del caos financiero que afecta a la población en todo el país.
Bush recibió en enero de 2001 una economía sólida con un crecimiento estable de varios años. Fue la era dorada que según analistas se extendería unos veinte años toda vez que la guerra fría había terminado y no existían conflictos armados para preocuparse.
Llegó pronto el fatídico 11 de septiembre y el panorama cambió diametralmente, pero la economía no fue dañada en sus estructuras y en unos cuantos meses Estados Unidos recuperó su dinámica y crecimiento.
No obstante, los errores políticos del régimen de Bush complicaron las cosas. El primero fue involucrarse en una campaña contra el terrorismo que se exageró al derivar en acciones viscerales que desataron guerras costosas e inútiles como la de Irak.
Al mismo tiempo, la Reserva Federal redujo las tasas de interés a niveles tan bajos que comprar una casa resultaba una ganga para cualquier ciudadano.
Los créditos se regalaban a diestra y siniestra lo que originó un boom inmobiliario sin precedentes en donde el Gobierno y la Reserva Federal fueron cómplices.
Al poco tiempo se dio reversa a esa política y las tasas crecieron a niveles que dejaron ahorcados a millones de familias con créditos hipotecarios recientes.
¿En dónde estaba Bush cuando esa supuesta borrachera la usó el Gobierno como señal del éxito económico? ¿Por qué no puso un alto al frenesí inmobiliario y evitó este caos que ha cimbrado al poderoso sector financiero y bursátil de Norteamérica?
No por nada la mayoría del pueblo americano añora la llegada de enero de 2009 cuando George W. Bush abandonará la Casa Blanca. Muy pocos entienden cómo es posible recibir a un país en bonanza y entregarlo prácticamente en la quiebra, ocho años después.
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