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La caída de un pueblo

Ante la falta de resultados en las investigaciones de la matanza, pobladores de Creel se han manifestado en repetidas ocasiones. (Agencia Reforma)

Ante la falta de resultados en las investigaciones de la matanza, pobladores de Creel se han manifestado en repetidas ocasiones. (Agencia Reforma)

Agencia Reforma

Otrora un pueblo fuerte por su principal actividad, el turismo, hoy esta zona del Municipio de Bocoyna vive sus peores días por el desplome en sus comercios, el miedo y la sospecha que surgieron desde el 16 de agosto, cuando 13 de sus habitantes fueron asesinados.

Última parte

Una semana después de la matanza del pasado 16 de agosto en el poblado de Creel, que dejó como saldo 13 personas asesinadas, incluido un bebé de un año, apareció una narcomanta cerca del lago de Arareko en la que se amenazaba de muerte a 30 personas, entre ellas al alcalde de Bocoyna, Ernesto Estrada González.

Por si fuera poco, se corrió el rumor de que habría una nueva masacre contra civiles.

La respuesta oficial a esto fue la implementación de 12 escoltas al edil, en tanto el mandatario estatal José Reyes Baeza, dijo que militares y elementos federales “blindarían” al poblado. Hoy, esto último ya no existe.

Por si fuera poco, los habitantes de Creel cuentan que, tras la llegada de agentes federales y más estatales al pueblo, el número de robos a negocios y casas se ha incrementado.

Incluso, a una escuela le robaron todas sus computadoras y los delincuentes dejaron en burla una pistolita de juguete.

Esto enmarca el desplome de visitas turísticas, de las que depende casi por completo la comunidad.

Óscar Loya, padre de Kristian, de 22 años, una de las víctimas, dice que él como coordinador de recorridos con gente que le enviaban agencias turísticas vio cancelados todos los paseos agendados desde agosto y hasta febrero de 2009.

“Esto es desastroso, nos está yendo terrible y nos irá peor si no hay justicia para ese crimen tan horrendo”, afirma.

Esto también lo asevera Mauricio Aguirre Orpinel, propietario de la tienda de artesanías “El Towí”, hermano de Fredy Horacio Aguirre Orpinel y cuñado de Alfredo Caro Mendoza, víctimas en la masacre.

“Tenemos puras cancelaciones, no viene nadie”, lamenta y dice que ese 16 de agosto hubo un gran vacío de autoridad.

Una serie de rumores sería además el motivo por el que parte del pueblo creyera que “Los Fredys”, como se les conocía a ambas víctimas, eran los objetivos del comando que llegó esa tarde al centro social ejidal Profortarah y acabara con las 13 personas.

De hecho, la misma procuradora Patricia González, abonó la versión cuando declaró que el motivo de la masacre habían sido dos de las 13 víctimas, sin mencionar nombres, las cuales “intentaron mezclarse con el grupo en Profortarah”.

Parte del pueblo pensó en “Los Fredys”.

“Eran dos personas dedicadas a sus trabajos y sin compromisos con nadie”, dice Mauricio, negando el rumor.

“Mi hermano se dedicaba a administrar transportes de mi papá que van de Creel a Batopilas y de Batopilas a Guachochi. Estaba pagando un camión nuevo.

“Por su parte, Alfredo tenía tiendas de ropa y zapatería, casas y departamentos de renta”, comenta. “Era comerciante, dedicado a su trabajo, rentaba cuatrimotos a los visitantes. No tenían líos”.

Independientemente de si ellos u otros fueron los objetivos, la Procuraduría no ha resuelto el crimen.

Para empezar, mintió al principio al afirmar que los dos objetivos de los sicarios intentaron mezclarse, primero, en un acto organizado por el IMSS para abatir la obesidad, y después en una fiesta. No era ninguna de las dos cosas.

Además, por la ausencia de una investigación real, los deudos han organizado actos de resistencia, explica el presidente seccional del poblado Eliseo Loya, quien perdió en la masacre a su hijo mayor, Juan Carlos, de 21 años; un hermano, Édgar Alfredo y al primer bebé de éste, del mismo nombre, de un año.

Juan Carlos iba a concluir su carrera en administración de empresas; su hermano, de 33 años, era profesor de inglés.

“Nosotros vimos cuando los vehículos de los asesinos salieron tranquilamente por aquí por el pueblo, eran tres cerrados, creemos que con cuatro o cinco personas cada uno”, cuenta Eliseo, de 40 años.

“Ante el poco avance en las investigaciones, hemos hecho un sinfín de manifestaciones para exigir que se aclare esta masacre: las familias hemos tomado la carretera, el tren, la caseta Santa Isabel de peaje rumbo a Chihuahua”.

También han colgado mantas en edificios públicos; le han pedido al gobernador José Reyes Baeza una solución pronta.

“Cada vez que hacemos algo nos mandan a un enviado para decirnos que nos calmemos, que las cosas no son así, pero pasa el tiempo y el Gobierno no hace nada”, explica Eliseo.

Por ello, entre los deudos hay gente muy decidida que afirma no tener ya nada qué perder, como las hermanas Ana Luisa y Gloria Lozano, de 37 y 45 años, respectivamente.

Aquélla es maestra, ésta tiene una estética y ambas son madres solteras de los únicos hijos que tenían y que les arrebató la embestida salvaje del 16 de agosto: Óscar Felipe y René, de 19 y 17 años.

El primero estaba en el curso de inducción para entrar a la carrera de ingeniero en electrónica. El segundo cursaba prepa. Los dos eran buenos muchachos, querían progresar y velar por el bienestar de las mujeres que eran su vida entera.

“¿Qué podemos decir? Eran todo para nosotros”, afirma Gloria con una sonrisa triste. “Todos los muchachos que murieron eran muy mimados, muy chiples, con todas las atenciones, el amor y con todo por delante.

“Hasta parece que alguien los escogió”.

Las hermanas Lozano han exigido una investigación estricta del crimen, porque su ausencia ha desatado entre el pueblo una ola de rumores e hipótesis: que el comando venía por unos, que venía por otros.

Alguien les dijo que uno de los dos detenidos declaró que no iban por nadie del grupo, sino por otros.

“Que se equivocaron; luego, se dice que sí iban por uno que logró escapar. Total, todo es desviar la atención”, dice una.

Algo que saben con certeza es lo que les dijo una fuente policiaca: Creel es una plaza peleada y su gente está sobre un polvorín.

“No saben contra quién están dando patadas”, les dijo. “Mejor váyanse con sus muertitos y préndanles una veladora. Hay muchos intereses y los líderes están mero arriba”.

Esto es, en síntesis, lo que provoca la impunidad.

‘PAPÁ... ME DISPARARON... VEN POR MÍ’

La siguiente versión, a cargo de un sobreviviente, describe aquella tarde fatídica.

“Éramos 20 en total y nos fuimos “a Los Carriles”. Allí estábamos y apostamos un rato lo de siempre: cartones de cerveza. Esa vez ganaron “Los Fredys” e invitaron a tomar al resto a Profortarah.

“Allí siempre íbamos a jugar vencidas, a correr descalzos en carreras que nosotros armábamos. Los primeros en quitarse las botas fueron “Tito” (Luis Javier Montañez Carrasco) y René (Lozano González).

“Empezó la carrera, Tito se cayó y René llegó a la meta celebrando. ‘¡Otra vez!’, gritó Tito, ‘¡otra vez!’ y en eso vi cuando llegó una de las tres camionetas.

“No observé bien a la gente, nomás escuché tiros y empezaron a caer pedazos de adobe de Profortarah. Corrí”.

Momentos antes de la llegada del comando y de la estampida, de la que sobrevivirían seis de los 19, Daniel Parra Urías, transportista de carne, pasó por el centro social ejidal y vio a su hijo, Daniel Alejandro “Chilaca”, de 20 años, junto a sus amigos.

Minutos después, el muchacho le alcanzaría a marcar al celular y le dijo llorando: “Papá... me dispararon... ven por mí”.

“Me tardé cuatro minutos en llegar”, narra el hombre, afectado, de escasas palabras. “Todavía estaban allí. Eran tres camionetas. A la mía le dieron de balazos y uno de los encapuchados nos bajó a mí y a un amigo.

“Nos dieron de chin..., nos encañonaron, no nos dispararon”.

Se quedaron sin balas. Daniel alcanzó a escuchar el “clic, clic” en su sien y de una patada lo mandaron de nuevo al suelo. Se fueron.

Cuando el hombre se pudo incorporar, comprobó entristecido que su muchacho, recién destrozado, estaba ya sin vida.

Le acababan de dar el tiro de gracia como a todos.

Por su parte, el sobreviviente, escondido, llorando, rezando junto a otro, tras las ráfagas eternas escuchó los balazos sordos del fin.

Reían, relata con los ojos enrojecidos. Los asesinos reían mientras robaban a los cuerpos carteras, celulares, cadenas.

“No lo podía creer”, cuenta con los ojos muy abiertos, inyectados de rabia, de dolor profundo.

Él y su compañero vieron desde la casa donde se parapetaban que se acercaba una camioneta de vidrios polarizados.

“¡Allí vienen!”, musitó uno, presa del terror, la cara empapada de llanto. “¡Allí vienen!”.

Pero no eran y el vehículo pasó de largo. Tras varios minutos de silencio, salieron y encontraron a Daniel con el cuerpo destrozado de su hijo en brazos. Y a todos los demás.

El sobreviviente baja la voz conforme da su testimonio: los ojos abiertos de los muertos, recuerda, las caras destrozadas por los tiros en la cabeza, los cuerpos abiertos. La sangre.

El bebé en brazos de su padre. El tiro de gracia en ambos.

Y, en eso, llegó el resto del pueblo. El que quedaba vivo.

“No los vamos a llorar: los vamos a extrañar”, escribió después el sobreviviente. “A los hombres buenos no se les llora, se les recuerda por lo que fueron y lo que hicieron.

“Muchachos: donde quiera que estén deben saber que aquí los vamos a recordar por lo que fueron, por lo que hicieron. Quienes los hayan asesinado sabrán que mataron a unos jóvenes buenos, divertidos y que a cada uno de los habitantes de este pueblo nos mataron algo de nosotros”.

LA PLAZA DE LA PAZ

El jesuita Javier Ávila dice que apoyará la intención del Gobierno Estatal de crear en el sitio de la masacre un lugar llamado Plaza de la Paz, del escultor Fermín Gutiérrez, quien diseñó también una escultura.

“Muchos familiares van caminando, retomando su vida, pero el dolor no los deja”, comenta el también presidente de la Comisión de Solidaridad y Defensa de los Derechos Humanos (COSYDDHAC) y quien ha presidido procesiones por la paz y la justicia.

“Sus heridas no se van cerrar y algo que es bien importante es ver que se encuentre a los culpables. Mientras no suceda esto, la rabia seguirá acompañando al pueblo”.

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