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La caperucita roja

Gilberto Serna

Es bueno escribir memorias. Las cosas que han pasado. Buenas o malas. Quizá decir la verdad en acontecimientos que el momento en que se decidían no nos atrevimos a confesar. Es una catarsis que busca la purificación de nuestro pasado. ¿Cuántas veces no hemos pensado que en un asunto determinado pudimos actuar de manera diferente? Que los acontecimientos se nos vinieron encima aplastando nuestras verdaderas intenciones. Que actuamos sin reflexionar llevados por impulsos primarios, en el que tuvo que ver nuestro carácter. Que nos dejamos llevar sin estar convencidos plenamente de que hacíamos lo correcto, simplemente estábamos haciéndolo. Recordar tiempos idos a través de un cristal transparente en que nuestras emociones se hayan sosegado permitiéndonos ver la realidad como es o como debió ser. El destino juega con nosotros, la mayoría de las veces caprichosamente. Aunque vemos ese destino tal como queremos que sea y no como en verdad es. El poeta inglés Lord Byron (1788-1884) señala: luchar contra nuestro destino sería un combate como el del manojo de espigas que quisiera resistirse a la hoz.

En la lectura de los fragmentos que se publican en una revista, editada en la Ciudad de México, de un libro intitulado Así lo viví, se desprende que su autor, Luis Carlos Ugalde, que fungió como consejero presidente del Instituto Federal Electoral, hace un recuento de los momentos en que tuvo lugar la elección de Felipe Calderón, donde deja ver aspectos que muestran el entorno en que se desarrolló el proceso. Habla con gran desparpajo de cómo se desarrollaron los sucesos en que vio envuelto a partir del instante en que la maestra Elba Esther Gordillo, le informó telefónicamente que “los compañeros del PRI, me querían proponer como nuevo presidente del IFE”. En los primeros meses de 2005, Manlio Fabio Beltrones le envió un mensaje con el nombre de una persona, que resultó ser un suconcuño, con la recomendación de que lo designara contralor del IFE. ¿Creerá acaso que Manlio Fabio es mudo?

Estos dos botones, de ser ciertos, muestran, con extraordinaria claridad, como suelen moverse los asuntos políticos en el país; dicho por alguien que ocupó una plaza en los entresijos del sistema. Lo principal de las conversaciones que dice sostuvo con los actores del drama político es que cualquiera se siente autorizado para meter su cuchara en asuntos que sólo competen a ese organismo. Que les haya dicho que no accedía a sus peticiones, es harina de otro costal. Reconoce que fue a Los Pinos e ignora que el cuento de la Caperucita Roja fue escrito hace un buen tiempo, narrando que no le tomó una llamada la profesora Gordillo, ella le mostró su enojo por que no anunció de inmediato, al terminar el proceso electoral, que Calderón había ganado. Luego refiere que fue a Los Pinos a conversar con el presidente Fox, al que puso en su lugar en su deseo de influir en el electorado sin importar que su obligación, dice, era la de mantener la gobernabilidad del país. Más que memorias, parecen olvidos y más que olvidos, si juzgamos en base a lo que se dijo en aquel tiempo; podrían ser calificadas dentro de las mil y una noches, de Scherezade.

Dice que rechazó una llamada del candidato Felipe Calderón. Quería que Ugalde anunciara que Felipe había ganado la elección. En llamada anterior Calderón insistía que Ugalde no tenía derecho a retirar sus spots. Ugalde le contestó, dice que dijo, lo lamento mucho, pero mi voto es a favor del retiro de los spots y no lo cambiaré. A esta conversación sólo le faltó señalar que el lobo feroz una vez que se almorzó a la abuelita, respondiendo al interrogatorio de por qué tenía unas orejas, manos, ojos y dientes muy grandes, sufrió la embestida de un leñador. Esa es la historia de la política en este México de nuestros amores. Un señor que tácitamente reconoce que él hacía y deshacía en un cuerpo colegiado. Los demás consejeros electorales estaban pintados en la pared. A él le hablaban los protagonistas: Elba Esther estaba furiosa con él, hablé con el presidente en una charla ríspida y desagradable, me enojé y exalté. Luego lo llamó la profe. Gordillo a la que no le tomó la llamada, a pesar, dice, de que había sido la gestora en su elección como presidente del IFE. Termina diciendo que esperó que el presidente Calderón saliera a darle la garantía de que cuidaría a las instituciones. Al poco tiempo sin darle las gracias, lo mandaron a su casa. Estorbaba.

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