EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

La casa de piedra

Gilberto Serna

Lo veo sentado en una silla de tijera. De saco sport, de tres botones, con reloj de pulsera, camisa entreabierta que dejaba ver una cadenilla con un Crucifijo. El calzado era tipo mocasín, sin calcetines, la mirada tranquila, esbozando una media sonrisa de satisfacción, que le daba alegría a todo su rostro. Su cara, por alguna razón atávica, me recordaba a quienes fundaron un colegio en Torreón en los años cuarenta, por la avenida en la que en un angosto camellón el presidente municipal, Nazario Ortiz Garza, ordenó se sembraran palmas que los niños llamábamos de coquitos, lo que sí Juan Camilo no ocultaba su origen español, había nacido en Madrid. En la foto, descansa en una terraza piso de duela con un adorno de flores rojas, evidentemente una cabaña a la orilla del mar. Me resisto a creer que fuera uno de los ocho pasajeros en el jet ejecutivo que se desplomó en una céntrica avenida de la Ciudad de México. La noticia se esparció por todo el país en breves momentos. Las escenas transmitidas por los medios revelaban una gran tragedia.

No era de los políticos, por que a eso se dedicaba, que tirara la piedra y escondiera la mano. Tenía una gran y reconocida habilidad para negociar. Un hombre así era lo que necesitaba el presidente. No únicamente el actual sino cualquiera que llegase a despachar en Los Pinos. Los que digan que el presidente Felipe Calderón lo nombró secretario de Gobernación sólo porque era su amigo, están equivocados. Sus méritos lo hicieron destacar por encima de más antiguos compañeros del Ejecutivo. No lo conocí en persona y sin embargo puedo hacer un panegírico del político que era. Quizá el hecho de que fuera español. Aquí en la Comarca un español era un lagunero, los oriundos de esta tierra crecimos no sólo en estatura física sino también con el impulso cultural, de quienes venían de un mundo diferente. De niño aprendí a querer a Cervantes y su maravilloso Don Quijote. Hoy cada vez que paso por la calzada Colón, montado en su caballo Rocinante, intuyo que platica con su escudero Sancho Panza, recordando sus extraviadas aventuras. Y me pregunto: ¿no hay una plaza en este municipio que corresponda al linaje, alcurnia y prosapia del caballero de la triste figura?

La vida es así. Los niños nacen todos los días, los hombres empezamos a morir desde el primer día. No nos sorprende que haya quien pueda caer, algún día, en la gran marcha de la humanidad: al fin y al cabo estamos conscientes de que todos caeremos. Tarde o temprano dejaremos este mundo e iremos a parar al arcano. No quiero imaginar los segundos que precedieron a la muerte de los que viajaban en la aeronave. Quizá no hubo tiempo, todo fue tan rápido que apenas dio oportunidad de encomendarse al Señor. Es una experiencia desagradable que no quedan ganas de repetir. Empiezas a flotar, ligero como un copo de nieve, todo es oscuridad. No hay dolor, eso quedó atrás. En la inmensa penumbra que te rodea surge una luz, comienzas el viaje hacia ella. Se apodera de ti un hermoso sentimiento, nada temes, todo se ha vuelto hermoso. En el ambiente hay un olor. Ahí están tus seres queridos. Más que verlos percibes sus figuras. Un niño camina con pasos vacilantes por un terreno terregoso.

La casa era de piedra. De su chimenea escapaba un humo en espiral que llevaba al olfato un olor a pan recién horneado. En el fogón ardían el tojo, el brezo y las ramas del roble aún vestidas de musgo. Una araña terminaba de tejer su red, entre dos troncos, descansaba en una de sus orillas, filosofando sobre el sentido de la vida ¿cuando todo se acabe, habrá otra vida para mí? A lo lejos se escuchaban los rechinidos de una vieja locomotora que avanzaba como si fuera a desbaratarse, dejando conocer su silbato de vapor. Traía arrastrando dos miserables furgones que se balanceaban como si practicaran un baile ruso, a cada instante amenazando con saltar por encima de los rieles. El niño notó que el aire se humedecía. La abuela da unos pasos mientras descuelga los trapos colgados en el tendedero. Es tarde. Se escucha el trueno de un rayo que cae en tierra. El niño, continúa su camino, empiezan a caer grandes gotas de agua que presagian tormenta. La voz de la mujer se oyó, cada vez más cerca: Camilo, regresa a casa te estamos esperando. Hablaba en una lengua de rasgos arcaicos y populares, en su acento había algo de lirismo medieval.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 391794

elsiglo.mx