Es indudable que algunas de las capitales de los estados federativos arrastran la fea costumbre de renovar sus administraciones estatales, por lo común, con personal de ahí mismo, sin dar oportunidad a que políticos forjados en el interior de la entidad puedan probar suerte en el timón de mando. Eso parece va a ocurrir en el vecino Estado de Durango donde próximamente los electores podrán elegir al ocupante del Palacio de Zambrano que sucederá al actual gobernador. Hace seis años los ex gobernadores Héctor Mayagoitia, el “Pajarito” Jesús Ramírez Gamero y Maximiliano Silerio Esparza, se comenta en los círculos especializados, lograron que la balanza en el PRI se inclinara en favor de Ismael Hernández Deras, quien a la postre ha venido obteniendo la aceptación de la ciudadanía a pesar de que su mandato ha sido un tanto cuanto desangelado.
Los fondos que les han sido proporcionados a todos los gobernadores, provenientes de los excedentes de la venta de petróleo, le han hecho lucirse con obras en las que se han invertido esos dineros.
Lo que les ha estropeado la placidez de un mundo feliz en el desempeño del cargo, a unos menos a otros más, es el surgimiento de bandas de facinerosos que tienen en un grito a la comunidad que demanda garantías contra la inseguridad que priva en las calles. Se comenta que la Policía duranguense no ha podido poner coto a estos desmanes, pues por angas o por mangas, se han visto incapaces de detener el avance de la delincuencia. Que el hecho de que en otras entidades sucede lo mismo o peores cosas, no es excusa que les libre de la responsabilidad que como autoridades les corresponde. El mandatario estatal se contenta con manifestar que el único cuerpo que puede impedir que el crimen avance es el de los soldados, considerando que los delitos que se cometen son de carácter federal. No en todos los casos, aunque hay que reconocer que las armas que utiliza el crimen organizado caen dentro de las prohibidas para el uso de particulares que si las utilizan producen el efecto de que sean los tribunales de la Federación los encargados de castigar a los infractores.
A menos que reconozcan que una porción de la Comarca Lagunera forma parte del Estado de Durango, los políticos de por acá seguirán ignorados. Los que parten y reparten el queso son los políticos avecindados en la tierra de los alacranes, que no están dispuestos a ceder ni un milímetro, a los que consideran alienígenas, cuando se trata de otorgar cuotas de poder. Si examinamos el origen de los gobernadores durante los últimos cincuenta años encontraremos los nombres de connotados duranguenses, ninguno que se haya hecho en esta región. Es posible que se diga que Enrique Torres Sánchez haya sido la excepción, dado que cuando se le nominó como candidato residía en La Perla de La Laguna, donde ejercía la abogacía, allá por los años cincuenta. No, no era nativo de estos lugares, no era lagunero “pata rajada”, era oriundo de La Perla del Guadiana, lo que no fue obstáculo para que se ganara el cariño de varias familias lugareñas que le fueron contemporáneas.
Creo fundadamente que deben prorratearse responsabilidades abriendo camino a políticos que hayan surgido fuera de la ciudad de Durango. Es importante oxigenar los cuadros políticos con personalidades que salgan de cualquier parte de esa maravillosa entidad. No debe ser una ciudad prohibida para quienes no se han forjado políticamente en sus filas.
La ciudad de Durango no debe ser todo el estado de Durango. En el resto del territorio hay ciudadanos destacados que pueden servir a sus comunidades y deben ser tomados en cuenta. No es posible permitir que haya ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda. Todos son duranguenses sin que en un sistema democrático se deba hacer distinciones. Los partidos políticos deben sopesar los pros y los contras de continuar pensando en que sólo los naturales de esos rumbos están predestinados a ser postulados como candidatos al Gobierno del Estado. Es llegada la hora de apelar a la conciencia de los partidos políticos para que volteen a las provincias duranguenses sacudiéndose ese centralismo, producto de una visión corta en que egoístamente se cree que nadie es mejor que los nativos del centro por encima de los nacidos en la periferia.