Una de las primeras noches de 2008 el columnista no pudo conciliar el sueño y le sucedió, como suele suceder a muchos mexicanos, que en su duermevela se le vino encima la paranoia de los decenios 1970 y 1980 del Siglo XX con el diario incremento de los artículos de primera necesidad, las continuas alzas en el costo de la energía eléctrica, del gas natural y del agua potable, las tarifas del transporte; la escasez de numerario y la carestía del crédito. En pocas palabras el estallido de millones de quiebras económicas privadas y públicas, incluida Pemex.
El “tundemáquinas” quiso levantar el ancla y actuar con pensamientos positivos, así que “Deus ex machina”, abandonó el lecho y salió a la banqueta con un mohín de disgusto a recoger el periódico de esa mañana. El matutino anunciaba en la cabeza principal: “Receta la CFE otra alza en la luz”.
El golpeador de teclas retornó al interior de su casa y buscó el switch que enciende la lámpara del zaguancillo con la intención de leer el cuerpo de la noticia, pero el instinto de conservación lo detuvo antes de cometer tal desatino: Si había alza en la tarifa eléctrica era imperativo ahorrar energía, así que salió a la calle, periódico en mano, a buscar la luz del día; pero previamente ojeó la fecha del informativo, pues bien podía ser que el aumento en el costo de la luz fuera el aprobado por el Congreso en diciembre del año 2007, cuya ejecución prorrogó el presidente Calderón, —éxtasis de populismo caritativo para empresarios— hasta enero.
Así que llovía sobre mojado: esta alza de febrero de 2008 era la que asegundaba el 8 por ciento aprobado en diciembre más otra que subiría desde un 1.6 al 4.5 por ciento, de acuerdo a los horarios de consumo. Todo “para poner a la industria nacional en condiciones de competitividad”.
La Secretaría de Hacienda, no salía del predicamento en que la metió la “reforma fiscal” del año pasado, y con el aval de la propia CFE, declaró, en el periódico que tenía a la vista, que el alza en las tarifas no era alza sino consecuencia aritmética de una nueva fórmula (¿?) que “reflejaba con mayor exactitud el costo de los energéticos así como su participación en la generación de electricidad” (gulp).
“¿Cómo dijo que dijo?” El columnista quedó estupefacto (eufemismo de estúpido) ante aquella declaración; luego leyó un párrafo en que los reporteros intentaban aclarar la causalidad de los aumentos, y otra vez la burra al máiz: “éstos obedecían a una nueva fórmula ‘que refleja con mayor fidelidad’ las variaciones de los precios en los combustibles usados para generar luz, como son el combustóleo, el gas natural, el diesel natural, el carbón importado y el carbón nacional”.
El glosador, quien ante el azoro de los transeúntes leía el periódico enfundado en una mal atada pijama en medio de la calle, exclamó: “Ah, vaya” y penetró boquiabierto a su hogar para desconectar los aparatos eléctricos de su casa. Luego puso a hervir tres cucharadas de café en un jarro de barro con cuatro tasas de agua sobre una hornilla de alcohol; y así, mordisqueando una chorreada de Chuy Mena, se dispuso a interpretar el galimatías tarifario:
Era cierto que no estábamos instalados en la inflación galopante de los años setenta y ochenta; el combustóleo, el gas natural, el diesel industrial, el carbón importado y el carbón nacional habían subido de precio, pero dichas alzas no repercutían en la inflación por no ser partes de nuestra imaginaria canasta básica. Y concluyó: “esto no puede ser una clásica inflación, sino una paranoia provocada por mi mal sueño y mi bajo sueldo...”.
El vocablo “inflación” es el más eludido en la crematística oficial mexicana. En el diccionario de cabecera del columnista la palabreja tiene tres acepciones: “Inflación: Acción y efecto de inflar // Emisión excesiva de billetes de banco // Fenómeno económico consistente en la subida de precios debida a un desequilibrio entre el dinero existente y las mercancías ofrecidas.
El Banco de México defiende a toda costa la invulnerabilidad de su política contra la inflación. Su gobernador –¿habrá algo más difícil de gobernar que las finanzas de un país pobre?– afirma que la institución tiene, al igual que su institución homóloga al otro lado del Río Bravo, equis miles de millones de dólares destinados a defender el sistema monetario frente a cualquier desequilibrio entre la moneda y el costo de la vida; pero aunque todos los países tuvieran tales reservas ¿cuánto tiempo podrán durar los dólares inyectables a tantos mercados como hay en el planeta Tierra que son víctimas de la deflación económica del país más poderoso del mundo causada por el desaforado gasto de la guerra?
Para entender la crisis que ya está aquí evoquemos la definición de inflación y deflación del maestro Guerra y Castellanos en la clase de Economía de la Escuela de Leyes: “Inflación es cuando un huevo cuesta más de un peso y deflación es cuando un peso cuesta más que un…ojo de la cara”...Y después arrebocémonos con las cobijas aunque soñemos que nos persiguen las brujas, los diablos, y un coro de policías y narcotraficantes...