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La crisis que viene

Jaque Mate

Sergio Sarmiento

“No puede haber una crisis la semana que

viene. Mi agenda está llena”.

Henry Kissinger

¿Habrá otra vez una crisis de fin de sexenio? Durante décadas, empezando en los años setenta, los mexicanos empezamos a sufrir una crisis tras otra al final de cada Gobierno. Mucho se pensó que el círculo vicioso había terminado. Pero en los medios empresariales empieza a surgir la pregunta de si no tendremos que afrontar otra crisis similar al término del actual sexenio.

Algunas de las circunstancias económicas actuales nos recuerdan el ambiente de los años setenta. Estamos hoy, como entonces, emergiendo de un largo período de crecimiento con estabilidad a nivel internacional. Tenemos también un fuerte aumento en los precios internacionales del petróleo, reflejado en alzas en otras materias primas, incluyendo alimentos. Los años setenta nos trajeron una muestra del fenómeno de esta inflación, combinación devastadora de estancamiento económico con inflación de precios, que hasta ahora no tenemos.

Hoy, como en los años setenta, el Gobierno de México está reaccionando con una estrategia populista. El presidente Luis Echeverría, quien buscaba impedir que la recesión internacional provocada por el alza de los precios del petróleo de 1973 llegara a México, decretó un aumento en el gasto público sin importar el déficit que esto generara. Hugo B. Margáin, el secretario de Hacienda, se opuso, pero fue destituido por el presidente, quien sentenció: “La economía se maneja en Los Pinos”.

Echeverría nombró como secretario de Hacienda a un abogado y viejo amigo suyo, José López Portillo, quien no opuso resistencia a sus políticas económicas. El déficit de presupuesto provocó inflación, la cual, aunada a un tipo de cambio fijo, llevó a la devaluación brusca del peso del 31 de agosto de 1976. Ésta arrastró a la economía mexicana a la primera de las crisis sexenales.

A partir de diciembre de 1976 López Portillo, ya como presidente, enmendó temporalmente el rumbo. El inicio de la explotación del yacimiento petrolero de Cantarell, en la sonda de Campeche, le dio mucho dinero y le permitió abandonar ataduras en el gasto público. Para fines de 1981, sin embargo, los ingresos petroleros no podían ya soportar el peso de un gasto excesivo. El presidente trató de evitar una devaluación del peso, pero en febrero de 1982 la divisa se desmoronó y provocó un desplome económico, agravado por nuevos errores, como el decreto presidencial que en abril otorgó aumentos de salarios de hasta 30 por ciento. El control generalizado de cambios y la expropiación de los bancos ordenados por el presidente el 1 de septiembre le dieron la puntilla a la economía. La crisis se prolongaría todo el sexenio de Miguel de la Madrid.

Carlos Salinas de Gortari, presidente desde diciembre de 1988, logró una quita en el capital de la deuda externa, privatizó empresas, redujo el gasto público, eliminó el déficit de presupuesto y bajó de manera dramática la inflación. En 1994, sin embargo, el levantamiento zapatista, la turbulencia política y los asesinatos del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio y del secretario general del PRI José Francisco Ruiz Massieu provocaron fugas de capitales. El Gobierno saliente de Salinas trató de sostener el peso, pero la devaluación de diciembre, ya en el Gobierno de Ernesto Zedillo, llevó a otro desplome económico.

Mucho se ha dicho que no hubo crisis económica al final del sexenio de Zedillo. Pero los tres años de estancamiento al principio del Gobierno de Vicente Fox -2001 a 2003— fueron equivalentes a una crisis, más acentuada incluso que la de 1976. La única transición en la que realmente no hubo crisis fue la de 2006.

Las circunstancias, sin embargo, han hecho que surja la posibilidad de una nueva crisis. Cantarell se está agotando, sin que a la fecha haya reservas probadas para reemplazar su producción de crudo. Una modesta propuesta de reforma petrolera del presidente Felipe Calderón, que permitiría aumentar la inversión en producción y refinación, está detenida en el Congreso de la Unión. Aun si se aprueba algo, difícilmente será suficiente para evitar que nos convirtamos en importadores netos de petróleo. El aumento en los precios internacionales del crudo ha generado enormes recursos que habrían permitido realizar inversiones productivas importantes, pero el presidente Calderón ha preferido gastarlos en un subsidio a la gasolina y otros combustibles.

Es verdad que hoy no hay déficit de presupuesto y que la inflación es baja. Pero el déficit se disparará al acabarse el petróleo mientras que la inflación, actualmente reprimida, terminará por manifestarse en toda su intensidad. De hecho, cuando se deje de subsidiar el precio de la gasolina, como inevitablemente ocurrirá, veremos situaciones críticas similares a las provocadas por los largos períodos de intervención gubernamental en el mercado cambiario.

En 2006 tuvimos el primer fin de sexenio sin crisis en 30 años. Pero si no se enmienda el rumbo, podríamos regresar a una crisis sexenal al terminar el actual Gobierno.

PRESIÓN A BANXICO

El presidente Calderón hizo ayer un llamado al Banco de México para que baje las tasas de interés. Según él, la inflación en México es casi igual a la de Estados Unidos, pero las tasas son mayores. En México, sin embargo, la inflación está siendo reprimida con controles de precios y subsidios como el de la gasolina. Esperemos que el Banco de México haga valer su autonomía y no ceda a esta presión del Ejecutivo.

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