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La cuesta de enero.., pero de kilos

Las laguneras opinan

Rosario Ramos Salas

Luego de las celebraciones navideñas, no hay persona que me tope que exprese su pesar por los kilos que aumentó. Unos cuantos kilitos de más, la báscula no miente, en enero comienzo la dieta, son algunas de las frases más escuchadas durante estos días.

Y es que desde los primeros días de diciembre comenzó la fiesta: de Guadalupe a Reyes, dice el dicho popular. No falta día sin que alguien nos invite y en su casa por muy humilde que sea, ofrezca tamales, frijoles, ponche, buñuelos, galletas, chocolate caliente y muchas otras delicias, que con el pretexto de que es una sola vez al año, pues nos damos gusto y vuelo también.

Aunque los tamales, hoy en día se venden en muchos establecimientos, todavía hay quien los sigue preparando en familia. Y la elaboración resulta toda una tradición familiar.

Recuerdo que mi suegra dedicaba tres o cuatro días para cocinar los tamales de la temporada.

Había que prepararse con tiempo. Un día era para comprar la carne, una enorme pierna de cerdo; otro para ir a la tortillería a ordenar el nixtamal que debía molerse para masa especial de tamales. Al día siguiente comenzaba el trabajo en la cocina. Se cocía el puerco, se desmenuzaba y se guisaba con el chile colorado, previamente molido y colado.

El día de la tamalada comenzaba desde muy temprano. Había que recoger el nixtamal ya hecho masa, amasar con la manteca de puerco, revolver un poco de chile colorado, seleccionar las hojas que se ponían a remojar y comenzar a untar. Nos sentábamos en fila, unos untando hojas y otros rellenando con el guisado de chile colorado para luego cerrar los tamales, que se iban acomodando, a tope en una enorme olla, que ya llena se cubría con más hojas. Y a la lumbre.

Luego se elaboraban tamales de frijoles y al final los de dulce. A estos últimos se le agregaba a la masa: azúcar, nuez, pasas, frutas secas y piñones. Al terminar la tarde, comenzaban a salir los primeros tamales y calientitos directo a la mesa. Ni qué decir que aunque agotados por la chamba, se disfrutaban y seguimos saboreándolos cada temporada decembrina.

En casa había un día especial para cocinar buñuelos de rodilla. Me acuerdo que a nuestro regreso del colegio nos encontrábamos con todas las mesas y gabinetes disponibles cubiertos con los buñuelos extendidos que se ponían a secar, antes de freírlos en la manteca de puerco. Luego de dorarlos, se escurrían y se revolcaban en el azúcar con canela molida.

Creo que aquellos rituales tenían todo un significado cultural. La familia completa participaba. En la cocina se compartían lazos y entre untada y untada se contaban anécdotas y recuerdos familiares y las últimas noticias también. La cocina se llenaba de niños, vecinos, adultos, ayudantes y familiares que en cuanto olían que se estaba preparando buñuelos o tamales llegaban raudos y veloces. En Navidad y Año Nuevo festejamos con tamales, ponche y buñuelos. La temporada termina con la llegada de los Reyes Magos, el 6 de enero. La rosca, otra de nuestras tradiciones más arraigadas, no puede faltar en cada mesa.

No hay panadería que para este día hornee miles y miles de roscas. En todos lados, se come y se comparte: en las empresas, en oficinas, los empleados y trabajadores se reúnen en torno a la rosca, ante el asombro y la incertidumbre de a quién le tocará el niño.

Y en cada casa, en cada familia también habrá rosca esperando en la mesa, para compartir con vecinos, familiares y amigos. En la tradición siempre hay un sentido de unión y de celebración.

Con tamales, buñuelos, ponche, roscas y demás delicias se comparten las tradiciones familiares y también las recetas, que van pasando de generación en generación. Pensemos que los tamales están hechos con maíz y el maíz es el alimento ancestral para los mexicanos. La receta y la tradición ha sobrevivido y traspasado las épocas desde los tiempos prehispánicos hasta nuestros días.

Con los años los kilos van engrosando nuestros estómagos. Lo bueno es que entrando enero, después de Reyes, por supuesto, comenzamos a preocuparnos y a ocuparnos con alguna dieta o régimen, esperando que la báscula comience a ceder, el cinto y los pantalones no aprieten y los cachetes bajen.

Ojalá y la modernidad no nos haga dejar estas tradiciones y a través de ellas sigamos cultivando la unión familiar, los valores de generosidad, humildad y armonía.

Que tengan un feliz año 2008 y que los tamales vuelvan a estar en nuestras mesas.

garzara1@prodigy.net.mx

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