Está por iniciar la demolición de lo que es la ominosa prueba de la impunidad de nuestro país. Las autoridades han anunciado que a partir del sábado inician las acciones para lo que será la demolición total del Distribuidor Vial Revolución.
Muchas historias corrieron acerca de tan estética obra vial. Los dimes y diretes y la bolita de las responsabilidades corrieron entre autoridades de la Administración estatal pasada, donde Enrique Martínez y Martínez, como gobernador en funciones cuando se ejecutó la obra y su secretario de Obras Públicas, Jorge Viesca, son los principales actores, hasta la función que realizó el ex alcalde Guillermo Anaya, quien jamás se decidió a denunciar el pésimo trabajo que realizaban tanto las empresas constructoras como supervisoras.
Cuando era evidente que el DVR estaba mal hecho, llegó el año electoral y el tema subió a ese escenario. Humberto Moreira tomó el tema y declaró que él tiraría sin miramientos lo que estaba mal hecho, él ya había tenido una situación similar cuando era alcalde de la capital y no permitiría que un puente pusiera en riesgo la seguridad de los ciudadanos.
En cuanto a eso, (y está a dos años de haber asumido el cargo), de iniciar lo que prometió, el problema es que no hubo o la capacidad o la real oportunidad de sancionar a quienes han hecho que el Estado desperdicie más de doscientos millones de pesos, es una obra hecha de manera irresponsable.
Hoy se dice que la Administración pasada se dio cuenta de su error, y en vez de reconocerlo y tomar el toro por los cuernos, decidió emprender toda una ingeniería que les permitiera “blindarse” de la acción de la justicia, y tal parece que lo consiguieron.
Una millonaria lección para todos, cuando llegue el verano en el calendario o antes de que el Santos empiece La Liguilla, no quedará nada de lo que fue la obra más grande en cuanto a vialidad y sólo quede en: “Usted disculpe, humilde ciudadano”.
Jean Claude Sauzet
Mañana parte de regreso a Francia su país natal, el sacerdote Jean Claude Sauzet. El destino me permitió conocerlo de la manera más casual justo un día después de su arribo a La Laguna, a donde llegaba a cumplir una misión pastoral de trabajo con jóvenes profesionistas.
El tiempo y las circunstancias permitieron seguir desde la barrera la obra que el reverendo galo generaba con el pasar de los días. El conocerlo para muchas personas resultó un viento renovador de que en el evangelio, con las condiciones del mundo que hoy se vive, aún había oportunidad de encontrar ese satisfactor espiritual inherente a la condición humana.
El padre Juan –como muchos afectuosamente lo llaman- pronto generó con su estilo olas que perturbaron el statu quo de curia de Torreón, quizá por el hecho de que decir las cosas tal como él las veía, y a sabiendas de no tener que pensar en una carrera dentro de su institución en esta tierra, le otorgaban una libertad de expresión que al hacer uso de ella, no era del agrado de la diócesis donde Jean Claude servía.
Nunca se supo con claridad cuál era el plazo para Sauzet realizara su labor. Pero la verdad es que le pidieron que volviera ya a su tierra natal (lo echaron, con todas sus letras) y en los últimos días los cientos de personas que de alguna manera lo conocieron, tuvieron eventos para despedirlo.
Hubo la oportunidad de estar en uno de ellos, de mero espectador, y sólo confirmé lo que se sabía: Jean Claude vino a servir y se dedicó a eso y se cosecha lo que se siembra, nada más.
Su equipaje de nueve años lo conforman tres maletas y un mundo de recuerdos, mientras acá deja esperanzas por doquier.
Nunca me consideré amigo del padre Juan, él no lo permitió, me trató sólo como una oveja más a la cual el pastor cuidaba como a todo el rebaño. Jamás trató con distingo alguno a pobres y ricos, y la distancia que tenía en la práctica con la adoración del becerro de oro lo hacen una persona digna de mucha admiración, tipos como él no se ven a menudo, mañana La Laguna lo despide.
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