En un artículo aparecido hace unos días en el Washington Post, el columnista Robert Samuelson apuntaba que la actual crisis global no fue generada por deficiencias de la economía real; sino por aquella que, curiosamente, no produce nada, no fabrica nada, y genera enormes riquezas mediante el sencillo expediente de vender esperanzas, expectativas y sueños: la de los bonos, valores, acciones y pagarés. La que se basa en la especulación, en la premisa de comprar barato esperando que el precio suba… hasta que la burbuja se revienta, como siempre ocurre.
Esa economía no productiva, la que no fabrica un tornillo ni produce una semilla ni genera nuevo conocimiento, ha sido con harta frecuencia la que se ha llevado entre las patas a la gente trabajadora, a los negocios decentes y responsables, y a economías enteras que tardan horrores en recuperarse. Vean lo que ha sido Japón durante los últimos quince o veinte años a consecuencia del derrumbe del mercado hipotecario y de bienes raíces en aquel país asiático. Los que pronosticaron que el Siglo XXI sería el Siglo Japonés hace ya buen rato que tuvieron que tragarse sus palabras. Y es que fortunas se hicieron y deshicieron en el mercado inmobiliario japonés, dejando en la estacada a quienes fabrican automóviles, artilugios electrónicos y hasta sacapuntas.
Por supuesto, las relaciones entre la economía real y la otra han sido históricamente muy fuertes: los mercados financieros ponen la lana para que se instalen industrias, se compren las máquinas y tractores que serán los verdaderos factores de la producción. Y sin los créditos, no hay industrias, máquinas ni tractores.
Pero de un tiempo a esta parte, lo que se ha visto en Estados Unidos es un proceso voraz de inflar los mercados con créditos a lo loco, amplísima especulación en el mercado bursátil e hipotecario, y una enorme irresponsabilidad a la hora de tomar decisiones por parte de empresas que, por su edad, deberían ser más sensatas. Buena parte de la crisis presente se debe a que no pocas entidades financieras hicieron lo que, en sus buenos tiempos, ni locos hubieran pensado hacer. Venerables bancos sinónimos de solidez durante más de un siglo colgaron los tenis o tuvieron que ser rematados como si se tratara de ventas de cochera.
¿Qué motivó tantos errores? ¿La simple voracidad, como afirman los eternos críticos del capitalismo? ¿Fue el ambiente creado por una administración federal totalmente irresponsable, que embarcó a Estados Unidos en una guerra que ha tragado recursos, creado un déficit fiscal tamaño caguama y hecho caer los bonos de ese país en todo el mundo? ¿Es que todo el mundo está drogado por allá?
Quizá la respuesta sea simple: la tentación de no esperar pacientemente por las bondades de la economía real… y apostarle a la otra, a la que maneja, como dice Dashiell Hammett, “la sustancia de la que están hechos los sueños”.