EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

La edad de la punzada

Gilberto Serna

En el siglo III a. de C. existió Friné, celebre por su belleza, tanto que el escultor Praxiteles se inspiró en ella para la creación de varias esculturas representando a la diosa Afrodita. A causa de su continua comparación con la diosa del amor, fue acusada de impiedad y llevada ante el areópago. Imaginemos a los magistrados del Tribunal de la antigua Atenas sentados en sus bancas 2,300 años atrás. Más de uno debe haber bostezado al escuchar la defensa que hacía del orador Hipérides. Si acaso voltearon a mirar a la hetaira que se encontraba de pie delante de ellos, hicieron un mohín de disgusto, esa mujer les estaba haciendo perder el tiempo, el fallo estaba decidido con anticipación, debería ser sentenciada a muerte. En un intento desesperado su abogado, sabedor del culto a la hermosura que rendían los hombres de su tiempo, le quitó de un tirón la túnica que cubría el cuerpo de Friné quedando completamente desnuda delante de sus jueces, que gratamente sorprendidos consideraron que tal perfección daba ocasión a considerarla inocente poniéndola de inmediato en libertad. ¡Oh tiempos! ¡Oh costumbres!)

Aquí y ahora se dice que las faldas breves despiertan la lascivia en los hombres. Lo que cualquiera consideraría como una paparruchada, carente de sustento lógico, pues hacen aparecer la levedad en el largo de esa prenda como una provocación a los hombres, hágame usted el favor. Tal como discurren quienes sustentan esta tesis, de que la mujer es la culpable de que los hombres las violenten, dejan a salvo a los barbajanes que gustan de agredir a una chica. Imaginemos al médico legista llegar al lugar del crimen con una cinta de medir y antes de cualquier otra cosa proceder a examinar hasta donde le cubrían los muslos las enaguas, dictaminando que el torvo individuo que hizo suya a la zagala es inocente, pues fue la incitación de esta lo que produjo enloqueciera de lujuria, dirá: el erotómano debe ser exculpado ¡la bastilla está indecentemente a dos palmos de sus rodillas!

Con ese criterio, mas corto que una falda de colegiala, podríamos llegar a la conclusión de que una mujer debe de usar un overol de mecánico con las perneras bombachas, holgado, de tal manera, que esconda los naturales encantos femeninos. Decir que las mujeres enseñan las piernas como si se colocaran un letrero diciendo atácame, que al cabo mi liviandad es de tal naturaleza, que justifica los peores excesos, es una soberana tontería. No entiendo ese silogismo sexual de que los hombres son bestias, la bestia enloquece si le enseñas tus piernas, no los tientes por que les darás pretexto a que se te echen encima. ¡Pamplinas! La morbosidad está en la cochambrosa cabeza de los hombres, que carecen de frenos en cuanto despiertan sus atávicas emociones. Es por eso que no estoy de acuerdo con el editorial del órgano informativo de la Arquidiócesis de México, que hace un llamado, especialmente a las mujeres que están en la edad de la punzada, recomendando no usar ciertos adminículos femeninos; por otra parte me parece exagerada, sacrílega y profana, la exclamación de un grupo de mujeres, a las puertas de la Catedral, en la ciudad de México piden a las autoridades eclesiásticas: ¡saquen sus rosarios de nuestros ovarios!

Los que se propasan al ver una mujer, que utilizó poca tela en la confección de su atavío, son psicópatas que harán lo mismo sin pretextos a cualquier mujer de la que puedan abusar impunemente, aún trayendo pantalón o una larga falda que llegue hasta el “huesito”. Son sexo maniacos, mentes desquiciadas, que la única forma en que pueden prodigar su perversa sensualidad es con un cuchillo en la mano sometiendo con brutalidad a su víctima. En fin, el respeto es el ingrediente que debe estar presente en cualquier situación. Leía el relato del arzobispo de Durango quien justificadamente hacía un llamado a las mujeres que asisten a misa para que guarden el recato que corresponde a los templos, pues a las iglesias no se debe asistir con prendas inapropiadas. Tiene razón, la casa del Señor es un recinto sagrado cuyas reglas deben ser acatadas por los fieles; entendamos, de una vez por todas, es un lugar de plegarias, de meditación, de recogimiento y, sobretodo, de espiritualidad.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 372867

elsiglo.mx