Como quizá ya lo sepa por experiencia, amigo lector, lo único más poderoso que la capacidad e ingenio para engañar a otros seres humanos, es la fuerza que lleva a mucha gente… a autoengañarse. O como dicen en mi pueblo, no hay peor ciego que el que no quiere ver.
Así, encontramos por doquier a incautos que caen en las trampas y garlitos más evidentes, porque desean creer que ese premio salido de la nada es verdadero; que en realidad van a recibir miles de pesos con un cachito premiado que alguien les encarga cobrar.
Uno podría pensar que esa obnubilación le ocurre sólo a una minoría de la gente. Pero, como lo prueba el reciente caso colombiano, podría asegurarse que esa inagotable capacidad de autoengaño abarca a amplias, muy amplias capas de la población.
En Colombia funcionaron durante algún tiempo empresas que prometían a los ahorradores rendimientos del 300%, muy por encima de lo que daba la banca formal común y corriente. Se trataba del típico esquema de la pirámide, en donde el que inicia poniendo dinero en la base se va haciendo de más lana a medida que otros ingresan en el esquema… los cuáles no van a poder recuperar su dinero en cuanto se acaben los incautos. Y sí, hasta eso: parece que la ingenuidad no es inagotable.
Lo interesante es que en Colombia se apuntaron a este fraude un par de millones de ciudadanos. Por supuesto, pensar que el dinero se va a triplicar como por arte de magia, sin ningún tipo de inversión productiva, nos habla horrores, precisamente, del poder de autoengaño. Pero que se autoengañaran cientos de miles, no sé qué nos dice acerca de la sociedad colombiana.
Por un lado, el querer hacerse de mucho dinero sin invertir ni trabajar parece ser el signo de los tiempos, y no sólo en Colombia. De hecho, esa tendencia está presentándose como uno de los peores vacíos éticos de muchas sociedades, desarrolladas y no tanto.
Por otro, al parecer nadie dio la señal de alerta ante la escala de tan evidente desplumadero. Porque estas empresas funcionaban sin mucho empacho ni recato, y de hecho algunos de sus dueños eran vistos casi-casi como santos dadivosos.
Y en tercer lugar, ¿qué nos dice este acontecimiento sobre la educación de un pueblo latinoamericano que, para colmo, tiene un nivel educativo promedio mayor que el nuestro? ¿O no será cuestión de escuela, sino de valores y ejemplos? ¿Podría pasar algo así en México, si alguien se lo propone?
¿Qué opina, amigo lector? ¿Podría darse una situación como la colombiana en su entorno? Vea a su alrededor, y luego responda.