La Familia: así con mayúsculas es una institución tan trascendente para la sociedad que debe ser considerada así: Simplemente; sin ninguno de los apellidos que esas corrientes contemporáneas que están empeñadas en destrozarla, le vienen agregando de un tiempo a la fecha: familia tradicional, familia diversa, familia monoparental, católica, musulmana, etc.
La Familia así con mayúsculas, sin apellidos, sin adjetivos, ha sido considerada desde siempre la célula básica de la sociedad, la institución toral de la sociabilidad y solidaridad humana sobre la que van edificando muchas de las demás instituciones sociales primarias y secundarias, no en vano Jorge Adame en su magnífico libro Filosofía Social para Juristas llega a denominar a la nación, familia de familias y a la comunidad internacional como familia de familias de familias.
En la Familia cada persona es aceptada simplemente por lo que es; por ser persona. Es la instancia educadora por antonomasia. El mejor lugar para nacer, vivir, ser educado, reproducirse, ser productivo y morir. La única colectividad en la que cada uno de sus componentes es indispensable, simplemente por el hecho de ser amado en sí mismo con todas sus virtudes y sus defectos.
La Familia, está fundamentada en la institución matrimonial formada forzosamente por un hombre y una mujer, aportando cada uno de ellos esa varonilidad y feminidad que resultan indispensables en la plena formación de las personalidades de quienes nacen, crecen y se educan en el seno familiar.
Por ello la Familia como institución reclama sus características elementales de unicidad e indisolubilidad, independientemente que las legislaciones positivistas de los últimos cien años, hayan legalizado figuras jurídicas como el divorcio, el amasiato con derechos, las sociedades de convivencia o el inexacta y absurdamente denominado matrimonio entre homosexuales.
Qué tristeza que pareciera existir una campaña orquestada por organismos internacionales, grandes corporativos multinacionales, gobiernos, parlamentos y tribunales de justicia y publicistas y algunos medios de información que parecieran obsesionados en pretender presentar la antítesis de lo que es la Familia en cada actuación o manifestación pública realizada.
Qué pena que en la búsqueda de lo que algunos editores consideran noticioso, se haga el juego a organismos eminentemente minoritarios de la sociedad, pero con una enorme capacidad de cabildeo producto de la gran cantidad de medios económicos y políticos de que disponen, para influir en las instancias configuradoras de la opinión pública y así engañar a la sociedad en general en torno a los alcances y realidades de conductas que van en contra de la naturaleza humana y de la esencia misma de las instituciones matrimonial y familiar, pero que a base de la reiteración propagandística de una mentira al estilo Göebbels, logran llamar la atención de la opinión publicada, haciendo creer que existen en esta sociedad consumista diversas variedades de ese producto de consumo que se llama familia, así con minúsculas: familias que no son sino los parapetos para el imperio del egoísmo individualista y de la ley del más fuerte.