La Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) anunció ayer por la mañana un recorte de tres cuartos de punto porcentual en la tasa de los fondos federales, para situarle en 3.5 por ciento.
Este recorte, realizado antes de la reunión programada para el martes y miércoles de la próxima semana, responde al creciente deterioro de las expectativas de los mercados financieros globales, que se desplomaron el lunes 21 por los temores de que una recesión en EU pudiera contagiar a otras economías.
La disminución que realizó la Fed es la más agresiva en muchos años. Con ello envió la señal de que quedó resuelto el debate, que durante meses se dio en su seno, entre los riesgos de una mayor inflación o un menor crecimiento.
La preocupación central de la Fed en estos momentos es la salud de su economía y hace eco, con sus acciones, a los llamados que diferentes economistas habían hecho en ese sentido.
En efecto, durante la primera quincena del mes Larry Summers y Martin Feldstein se pronunciaron abiertamente por relegar a segundo plano el problema real, pero en estos momentos secundario, de la inflación. Ellos insistieron que la prioridad era enfrentar el inminente riesgo de una profunda y prolongada recesión.
Summers advirtió, a principios de enero, que EU está en camino de lo que podría ser la peor caída en su actividad económica en más de 20 años. Para él, no enfrentar esta situación sería bastante más costoso que cometer el error contrario, esto es, relajar demasiado la política monetaria para evitarla.
Feldstein, economista de Harvard y presidente del National Bureau of Economic Research, institución encargada de determinar la aparición de una recesión en EU, comparte esa impresión.
En una entrevista reciente advirtió que se verán “más señales preocupantes” de inflación en los meses próximos, y eso es un problema serio, “pero no es el principal problema, que es la debilidad de la economía”.
La opinión de estos economistas es que si un relajamiento monetario excesivo crea presiones inflacionarias, habrá tiempo después, una vez sometida la bestia de la recesión y cuando los peligros financieros sean menores, para atenderlas.
La decisión de ayer de la Fed avala esta apreciación. Por el momento, su atención estará puesta en el desempeño de la actividad productiva, y dejará en segundo plano el problema de la inflación.
La Fed tiene hoy esta flexibilidad para actuar contra el trastorno que la crisis de vivienda y del mercado de crédito están ocasionando a la economía real porque las expectativas de inflación están bien ancladas.
La diferencia en el rendimiento entre el bono del tesoro a diez años y los bonos gubernamentales indexados, que muchos consideran como un buen indicador de las expectativas de inflación, ha permanecido entre 2.2 y 2.4 por ciento durante el pasado año.
Esto muestra que los inversionistas todavía confían en que el banco central mantendrá estables los precios, y le da a la Fed el margen de maniobra necesario para disminuir las tasas en el corto plazo.
Lo anterior, sin embargo, no quiere decir que la Fed se olvidará por completo del riesgo de la inflación. Los discursos de Bernanke este mes, en particular el que presentó ante el Comité del Presupuesto de la Cámara de Representantes, se centró en los riesgos para la economía y sólo dedicó un párrafo al peligro de la inflación, pero el mensaje del mismo fue claro.
Él advirtió que “cualquier tendencia que amenace el anclaje de las expectativas inflacionarias o erosione la credibilidad de la Fed en su lucha contra la inflación, pudiera complicar grandemente la tarea de sostener la estabilidad de precios y reduciría la flexibilidad de política con la que cuenta el banco central en la actualidad para contrarrestar las caídas futuras en el crecimiento”.
La historia, sin embargo, no termina aquí. Estados Unidos puede estar ya en recesión o a punto de entrar en ella, mientras que las adecuaciones de la política monetaria, aún cuando entusiasmaron a los mercados, tardan en reflejarse en la economía, en el mejor de los casos, entre 12 y 18 meses. Los beneficios de esta disminución de tasas, por tanto, se dejarán sentir hasta el 2009.
Ello explica porqué Summers y otros economistas, así como el mismo Bernanke, proponen la aplicación de un estímulo fiscal con repercusiones más inmediatas que complemente la tarea de la política monetaria y evite un relajamiento excesivo de la misma.
Este estímulo, que ya anunció el presidente Bush, necesita cumplir tres características:
Primero, debe ser oportuno, lo que dependerá de que el Ejecutivo y el Congreso estadounidense se pongan de acuerdo antes de finales de febrero sobre el contenido del mismo. Esto no es algo sencillo en un año electoral.
Segundo, en lo que toca a la devolución de impuestos, debe estar dirigida a las familias con mayor probabilidad de gastarlo, lo que tampoco es seguro en una época donde habrá muchos congresistas deseosos de llevar agua a sus molinos. Tercero, es crucial que el estímulo sea temporal, pues de otra manera pondría en riesgo la salud presupuestal de la economía en el largo plazo.
En síntesis, la economía de EU si no está en recesión, está en peligro inminente de caer en ella. El verdadero problema, sin embargo, no es el tecnicismo de si ésta pérdida de dinamismo calificará como una recesión, sino qué tanto durará.
La expectativa de Wall Street es que con el descenso de las tasas de interés y el estímulo fiscal, será leve y corta. Pero también hay señales preocupantes que apuntan hacia un período prolongado de crecimiento bajo y lento. Lo relevante para nosotros, sin embargo, es que cualquiera de estos escenarios, si bien más el segundo, afectará negativamente las expectativas de crecimiento de México para 2008 y, quizá, también para 2009.