Son variados los síntomas que se presentan y éstos dependen del nivel de estrés, entre los más comunes están: dolor de cabeza, ansiedad y depresión.
Sin duda te suenan familiares los siguientes síntomas: dolores frecuentes de cabeza, espalda y cuello; cansancio excesivo, pesadillas, insomnio, falta de apetito, dolores gastrointestinales y ansiedad, y es porque quizá los has padecido en algún momento, ya que forman parte de la llamada enfermedad de moda: el estrés.
Y quién no se ha estresado al presentar un examen, en el trabajo diario o simplemente al intentar llegar a algún destino en medio de un tránsito terrible.
Siempre existirán factores que tensen el cuerpo y la mente y lo peor es que, actualmente, no sólo los adultos están presentando síntomas, pues según un informe de la Secretaría de Salud, las nuevas generaciones de adolescentes y niños viven con más estrés que las anteriores.
Tu cuerpo “habla”
El estrés es una manifestación, física y mental del organismo a condiciones externas que perturban su equilibrio. En esta reacción participan casi todos los órganos, principalmente el cerebro, además del sistema nervioso, el corazón, las hormonas, el flujo sanguíneo, el aparato digestivo y los músculos.
Esta enfermedad produce cambios químicos en el cuerpo, ya que en una situación estresante el cerebro envía señales químicas, que activan la secreción de hormonas como la adrenalina, a la glándula suprarrenal.
A su vez, las hormonas inician una reacción en cadena en el organismo, provocando el aumento de la frecuencia cardiaca, la respiración, la presión arterial y el metabolismo.
Todas estas reacciones preparan al cuerpo para actuar rápidamente ante una situación tensa; a corto plazo estos síntomas pueden no ser dañinos, pero si la situación persiste, entonces se convertirá en fatiga para la salud que puede ser sumamente peligrosa.
De síntomas a síntomas
Son variados los síntomas que se presentan y éstos dependen del nivel de estrés, entre los más comunes están: dolor de cabeza, ansiedad, indigestión, depresión, erupciones o alteraciones cutáneas, pérdida de cabello, sedentarismo, insomnio, aumento del apetito, estreñimiento y pérdida del deseo sexual.
Pero cuando la enfermedad se vuelve más crónica, entonces las reacciones se vuelven más peligrosas como la generación de úlceras, el daño de arterias, paro cardiaco, asma, diabetes, impotencia, artritis reumatoide e hipertensión, incluso, la persona afectada puede llegar al suicidio.