L a pasada Semana Santa visitamos la gran ciudad. Queríamos entrar a conocer el museo nómada aprovechando que la capital suele estar tranquila durante esos días. Los capitalinos dicen que se queda sola, yo digo es un decir, porque sola, sola no estaba, el tráfico y la multitud en el Centro eran lo de siempre.
Llegar a la Ciudad de México y manejar con rumbo al Centro Histórico, el corazón no sólo de la ciudad, sino de toda la nación mexicana es enfrentarte con todo tipo de estímulos visuales. Es tomar el pulso a la ciudad, a sus gentes. Ver en vivo lo que normalmente, quienes vivimos fuera del D.F. sólo vemos por televisión.
Desde el taxi que nos lleva al Zócalo, cómo las colas de carros son interminables, hay tiempo suficiente para observar a los múltiples vendedores que a riesgo de sus vidas, ofrecen, por las ventanillas de los automóviles todo tipo de mercancía. Creo que no hay ciudadano más ingenioso y creativo como los capitalinos.
Como hace calor un señor carga un refrigerador lleno de bolis, las bolsas con refresco congelado de nuestra niñez. Se acerca a cada carro y si hay niños, tiene la venta segura. En el laberinto de automóviles se aparece un joven de vestimenta muy moderna, arete y botas negras que vende protectores para volantes. Del otro lado de la acera un anciano despliega una cascada de mapas de la República, de la ciudad, de los estados. Mientras el taxi avanza con lentitud, esquivando vendedores que se juegan la vida en cada alto del semáforo, surge la infaltable vendedora de cigarros, garapiñados, semillas y detrás de ella una niña que quizá sea su hija, con su cajita de chicles.
El inventario de vendedores no termina, cuando en la acera del mercado La Merced, aparece una larga hilera de diablos inflables, de todos tamaños, colgados de los techos de plástico de los ambulantes. Es Semana Santa y habrá quema de diablos y los vendedores harán su agosto.
Y llegamos al Zócalo, la plaza, donde la gran Tenochtitlán se levantaba. Para acceder al museo Nómada hay que hacer colas de tres horas, aunque hay una especial para tercera edad. Afortunadamente el mitin de Andrés Manuel López Obrador fue un día antes porque quienes llegaron, ese día, con la intención de entrar se encontraron con la sorpresa de que estaba cerrado, hasta el día siguiente.
Como la entrada es gratuita hay gente que entra y no saben de qué trata. Escucho el comentario de una joven “tanto esperar para eso”. Sin embargo me sorprende el orden y el silencio con el que se conducen los visitantes. Me admira la creatividad del autor de las fotografías y su idea de una gran estructura de bambúes y en cada esquina grandes contenedores apilados. Hay personas mayores, en sillas de rueda, niños de carriola y de brazos. Cuando alguien se queja porque ya en el interior la gente avanza muy despacio, una señora grita “todos tenemos derecho, no empujen”.
La capital es un baúl de sorpresas. Emprendemos la caminata por las calles del Centro. Al llegar a 16 de septiembre la sorpresa es que los ambulantes siguen sobre las banquetas. ¿Por qué los medios informaron que Ebrard sacó a todos los ambulantes del Centro y los reubicó en otro espacio? ¿O habrán llegado de nuevo? No sé, pero la avenida es todo un centro comercial, hasta pasillo central tiene. Aquí venden de todo, ropa interior, pantalones, lentes, celulares el que uno quiera y busque, libros “piratas”, discos, cintos, tenis, mercancía china, zapatos, cachuchas. Aquí uno encuentra de todo y en la banqueta sin tener que entrar a las tiendas.
Hay secciones por cuadras para ropa deportiva, luego viene la cuadra de los programas para computadoras. ¿Qué programa quiere amigo? Un muchacho grita, mientras despliega un cartón con toda la oferta: windows, excel, encarta, office. ¿Cuál le damos? Yo me pregunto, ¿qué no se supone que es ilegal vender mercancía “pirata”? Y ellos lo hacen en la calle, a la vista de policías, inspectores y autoridades. Seguramente están en la jugada. Cuando veo aquel gran tianguis, no puedo más que pensar que quitar a toda esa gente es tarea de titanes, algo imposible.
La visita a la gran urbe es así todo el día. La energía brota de las calles de la capital. Ya en vuelo rumbo a nuestra casa, me conmueve mirar desde la ventanilla del avión la sequía enorme de las tierras del Valle de México, que en otro tiempo fue verde y aterciopelado. El valle era una gran zona lacustre, ahora el agua se ha resumido. El crecimiento urbano se ha bebido casi toda el agua. Fernando Benítez escribe que los capitalinos lucharon durante cuatro siglos contra el exceso de agua. Ahora deben pensar en cómo extraer y de dónde sacar agua. Paradojas del progreso o de la inconciencia. El peligro es latente, pienso, mientras el avión deja el Valle de México y las luces de la mancha urbana comienzan a encenderse. Ojalá estén todavía a tiempo.
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