La instalación el primero de septiembre de 2000 de la LVII Legislatura, sin necesidad de la presencia del PRI, y la consolidación del voto popular con el resultado electoral en julio de 2000, fueron profundos cambios en los equilibrios políticos del país. Fueron el resultado de un tenaz esfuerzo que implicó severos sacrificios personales y colectivos.
Lo que hemos avanzado desde entonces, como sociedad hacia la práctica de una democracia efectiva y el reordenamiento de casi todos los sectores económicos y sociales del país, son preparativos para el paso definitivo que nos colocará al nivel de otros países “emergentes” de América Latina como Chile y Brasil, o de Asia, como India y Vietnam.
El país se mantiene, pues, en vilo, pendiente de afianzar su transición, pero a la vez baldado para realizarla. Nos falta aclararnos a nosotros mismos qué curso queremos tomar respecto al modelo de desarrollo socioeconómico interno y, en cuanto al exterior, si realmente queremos afirmar nuestra libre determinación y nuestra independencia frente a los muy complicados factores del mundo exterior.
Se trata de escoger si queremos ser potencia que asuma su individualidad bien cimentada en sus propios recursos humanos y materiales, o ser simplemente una comunidad que sólo es parte de una estructura socioeconómica y política, culturalmente ajena, que a veces quita y a veces recompensa.
La fase preparativa en que nos hallamos hoy día, implica solucionar con premura los problemas de abandono y explotación que hemos heredado de muchas décadas atrás y que en realidad, sólo nosotros somos culpables. De no hacerlo, se agravará el rezago que ya sufrimos frente a otros países.
Los programas sociales del Gobierno están en marcha. También se intenta lograr reformas cruciales. Con el aporte de los inesperados ingresos de exportación petrolera, continuadas inversiones foráneas y una mayor recaudación fiscal, iremos mejorando las condiciones del país reduciendo el número de los compatriotas que siguen en aguda pobreza.
Pero esta transición tiene que atenderse simultáneamente con el tremendo problema de la violencia del narcotráfico. Esta batalla que, como Colombia tenemos que librar, nos llega desde fuera originada por la incontenible demanda de 22 millones de consumidores en los Estados Unidos. La guerra contra las drogas está distrayendo talentos valiosos y enormes recursos financieros y militares. Al lado de la inseguridad el mayor daño que provoca el narconegocio es la adicción que promueve en la juventud.
Otra rémora que nos lastra es la lenta actividad legislativa. En lugar de que la partidocracia que ha llegado a adueñarse del escenario político rinda alguna ventaja, padecemos la imposibilidad de avanzar hacia acuerdos en el Congreso para asuntos de crítica importancia.
Mientras éste sea el escenario en que se mueve el país la definición de nuestro rumbo seguirá en suspenso.
La gran meta, la que englobe a la comunidad mexicana inspirando acción y animando a sacrificios, es por el contrario. La gran meta comienza por llegar a 2012 con sistemas de educación y de salud universales, con poner en explotación cabal nuestras tierras, bosques, desiertos y litorales, y la de ofrecer trabajo a todos para así detener la emigración que nos drena.
La gran meta no tiene vigencia sólo sexenal. Es permanente como sucede en los países que saben dominar su circunstancia.
El gran esfuerzo que está realizando un Gobierno decidido y eficaz como el actual, es el jalón hacia la construcción de un futuro más digno que paso a paso, con mucha determinación todos juntos tenemos que realizar.
Mayo de 2008.
juliofelipefaesler@yahoo.com