La mayoría de los países tienen algunas fechas memorables que celebran a todo lo que dan. Con frecuencia, lo recordable tiene que ver con el aniversario de su independencia o algún otro acontecimiento histórico notable. México festeja la iniciación de la Guerra de Independencia (pero no su consumación) el 16 de septiembre; y de manera un tanto extraña y masoquista, el 20 de noviembre celebra la destrucción del país, el millón de muertes inútiles y el retroceso de treinta años que trajo la Revolución. Amén de muchas otras fechas patrias, como el 5 de febrero y el 5 de mayo.
Hay países que, por no haberse independizado de nadie, buscan otros motivos para el jolgorio. El día festivo por excelencia de Francia es el 14 de julio, que conmemora el día de 1789 en que la chusma parisina tomó por asalto la fortaleza-prisión de La Bastilla. Como tanto allá como acá hay quienes consideran a las revoluciones auténticas calamidades que rara vez valen la pena, en las que sale más caro el caldo que las albóndigas, y en las que quienes más sufren son los supuestos redimidos por ellas (el 75% de los guillotinados durante El Terror eran campesinos o artesanos), hay irreductibles galos que protestan por esa celebración. Poca gente les hace caso. Y es que las pachangas y el desfile por los Campos Elíseos suelen estar de pelos.
Rusia tiene dos fechas notables: el 9 de mayo, fecha en la que, en 1945, la Alemania nazi se rindió ante el victorioso Ejército Rojo; y el 7 de noviembre, cuando se inició la Revolución de Octubre (hasta en eso estaba atrasada Rusia), la también llamada Bolchevique, que llevó a Lenin al poder. Dado que la antigua URSS, en su lucha contra el nazismo, fue el país que más habitantes ha perdido en guerra en la historia (unos 27 millones), la primera celebración está más que justificada; especialmente porque los rusos saben que, de haber perdido la contienda, les esperaba la esclavitud o el exterminio a manos de las bestias hitlerianas. Lo que no se entiende es por qué se continúa festejando (aunque con mucho menos bombo y platillo que en tiempos soviéticos) el evento primigenio que condujo a la tiranía estalinista, el Gulag y setenta años de dictadura. Ha de ser como acá: un puente en noviembre nunca cae mal.
Los Estados Unidos tienen días feriados para dar y regalar: los cumpleaños de Washington y de Martin Luther King, el Día de los Veteranos y el Del Trabajo (que no es el 1º de mayo: no dejarán de andar celebrando una fecha comunistoide), entre otros. Pero el día patriótico norteamericano por excelencia es el 4 de julio, que acaba de pasar.
Que, viéndolo bien, es memorable no sólo para ellos sino para todo el mundo moderno (y hasta para el premoderno, al que pertenece México, país aferrado a seguir siendo pobre y atrasado). En ese día de 1776 en Filadelfia nacieron buena parte de los valores e ideas que han conformado el devenir histórico de los últimos dos siglos y un tercio.
Veamos qué ocurría en esos entonces, y qué ideas pasaban por las empelucadas cabezas de los padres fundadores de la primera república moderna de la historia.
Para 1776, los colonos de las Trece Colonias inglesas de la costa oriental de Norteamérica habían ido acumulando agravios en contra de la Corona Británica desde hacía décadas. La causa principal, cuándo no, eran los alevosos impuestos que desde Londres les asestaba el Parlamento. Ellos la tenían peor que nosotros. Acá, las misceláneas fiscales y esos engendros que son el IETU y el IDE fueron creados por los asnos que en teoría elegimos mediante nuestros votos. Pero allá y entonces, los colonos no tenían un solo diputado en el Parlamento. Por eso el curso de acción fue, en un principio, doble: demandar el tener algún tipo de representación, dado que no se valía que les cobraran impuestos sin tener voz ni voto sobre ellos (No taxation without representation); y resistir por todos los medios posibles el pago de tributos que consideraban injustos y alevosos.
Esto último llevó a choques cada vez más frecuentes y violentos entre los colonos y la autoridad. Su Majestad Jorge III respondió de manera típica: mandando tropas a América para aplacar a los subversivos… lo que no hizo sino sulfurar más los ánimos de los colonos, que se sentían cada vez más como súbditos de segunda categoría, y veían a Inglaterra más como potencia ocupante y depredadora que como patria común.
Representantes de las Trece Colonias se reunieron en un Primer Congreso Continental en 1774 para, muy formalitos, hacerle llegar a Jorge III sus muy sensatas peticiones. Como era de esperarse, en Gran Bretaña se carcajearon a mandíbula batiente de los peticionarios y sus demandas. Así perdieron los ingleses su última oportunidad de haber mantenido vínculos políticos directos con la que luego sería la primera potencia del orbe.
A fines de la primavera de 1775 estalló la guerra abierta en los alrededores de Boston. Sí, las primeras batallas por la independencia de la Norteamérica Británica ocurrieron muchos meses antes de la formal declaración de la misma.
La cual se dio en el marco del Segundo Congreso Continental, reunido en Filadelfia, el 4 de julio de 1776. Para la redacción de la misma se comisionó a Thomas Jefferson, el hombre de la Ilustración por excelencia. Se había mencionado también a Benjamín Franklin, pero alguien puso un reparo: ¿y si el socarrón Ben metía un chiste obsceno o alguna peladez oculta (como solía hacerlo) en el texto? Por eso se fueron a lo seguro.
La Declaración de Independencia es notable por varias razones: proclama la igualdad de todos los hombres, y la existencia de Derechos Naturales; esto es, que le fueron otorgados al hombre por la naturaleza, por el hecho de nacer humanos, no por la gracia de un rey o Parlamento. Se alega que las autoridades británicas han violado esos derechos y hace un largo y aburrido listado de las maneras en que ello ha ocurrido. Pero lo importante es que se alega que esos abusos justifican la rebelión. Sin esos conceptos, quizá hoy no tendríamos los llamados Derechos Humanos, Lenin tal vez no se hubiera lanzado sobre el Palacio de Invierno y la mayoría de la Humanidad seguiría sometida a monarquías despóticas.
Así pues, el 4 de julio es fecha clave para el mundo moderno. Lástima que, con su patético patriotismo centavero, los mismos gringos devaluaron la fecha con el lamentable discurso del presidente en la película “Día de la Independencia” (Independence Day, 1996). Para llorar.
Consejo no pedido para ejercer su derecho a la búsqueda de la felicidad con sus amigotes: vea “Jefferson en París” (Jefferson in Paris, 1995) con Nick Nolte y Gwyneth Paltrow, sobre la vida del personaje que la revista TIME nombró “El hombre del siglo XVIII”… y las canas al aire que se echó con su esclava Sally Hemings. Toda una historia. Provecho.
PD: ¿Y el homenaje a Enriqueta Ochoa, cuándo?
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