La política es el arte de servir a la sociedad y atender sus necesidades. Su ejercicio correcto no admite interceptar los intereses de la comunidad por perseguir metas personales de los políticos ni miopías partidarias.
Por esta razón el mensaje del presidente de la República de este jueves fue necesario. Agotada la paciencia de la sociedad con el avieso asesinato del joven Fernando Martí, la más reciente muestra de ineficiencias y politiquerías encubridoras de corrupción en las instituciones más sensibles de la Administración pública que son los cuerpos de Policía, el presidente Calderón hizo un enérgico llamado de atención a autoridades locales, estatales y federales para que atiendan sin más demora el cáncer del que está invadida la tarea primaria e indeclinable de asegurar orden y tranquilidad de la vida nacional.
Al Poder Legislativo, el presidente hace un atento exhorto para que dictamine la relegada iniciativa que hace más de un año presentó proponiendo máximos castigos a los secuestradores y asesinos, con particular mención a los que agraden a los menores, personas de la tercera edad y discapacitados. Las reformas al Código Penal Federal llevan tiempo de ser urgentes para que no crezca más la inseguridad general que se padece.
El endurecimiento de los castigos en esta materia es inaplazable, ya no como retribución, ni por creerse que con ellos se inhiba dramáticamente la criminalidad, sino simplemente por segregar a los elementos nocivos de la sociedad e impedir que continúen impunes con su actividad. La posibilidad de regeneración de la personalidad está siempre presente.
Urgen reformas en las estructuras policiales y de procuración de justicia en todos sus niveles y sectores. La criminalidad que se ha infiltrado en ellas ha llegado al absurdo de que ahí están emboscados los que diseñan, solapan y participan en la actividad criminal.
La clase política, sin embargo, no ha caminado al mismo ritmo de su obligación de atender los problemas prioritarios del país. Nos alarma su negligencia cuando nos enfrentamos a la horrenda indignidad del negocio de los secuestros. La última tragedia no es la única que ha venido enlutando a familias mexicanas en toda la República. Hay regiones del país en que se vive en constante miedo, donde nadie sabe si regresará vivo a casa.
La decidida batalla sin cuartel que el Gobierno Federal ha emprendido desde el inicio de la presente Administración no sólo tiene que enfrentarse a las organizaciones criminales, sino a la paradójica crítica que se asoma acusando al presidente de haber relegado el tema de la seguridad por priorizar la lucha nacional contra el narcotráfico. La acusación, además de carecer de base, olvida la íntima relación que hay entre los dos asuntos. Cada vez es más claro que mediante el dinero que obtienen de los secuestros, los narcotraficantes se resarcen de las pérdidas que les representa la cada vez más frecuente incautación de sus fondos millonarios gracias a la acción de la Policía que sí es leal a su oficio.
Las fuerzas políticas del país tienen que respaldar la batalla contra el crimen que se ha adueñado de nuestras calles. El llamado que les hace el presidente a dejar a un lado las interminables acusaciones que dividen y enfoquen sus talentos en los verdaderos intereses de la sociedad, vale también para las otras áreas que esperan una acción efectiva y pronta en las Cámaras y en los tres niveles ejecutivos de Gobierno. El país pierde tiempo valioso en las ociosas descalificaciones y tercas oposiciones a toda propuesta del Gobierno por importante que sea el asunto. La reforma petrolera, por ejemplo, ha sido intencionadamente retrasada a pesar de su urgencia con argumentos especiosos como el de la antiprivatización.
Los enfrentamientos entre partidos que a diario presencia el electorado se atraviesan a las coincidencias que muy bien podrían traducirse en acciones de Gobierno. Las difíciles circunstancias económicas internacionales que ahora nos afectan pueden transformarse en oportunidades para fortalecer la nuestra si funcionara una visión compartida de largo plazo.
La ineficiencia de la actividad política no es, desde luego, fenómeno sólo de México. Muchos otros países nos regalan el espectáculo de sus confusiones que perjudican a sus pueblos. En algunos casos éstos optan, fastidiados, por desligarse del sainete político. Esto sucede cuando la población está altamente desarrollada en su capacidad productiva individual o sectorial y su suerte no depende tanto del acierto o sensatez de sus políticos profesionales. Nosotros, sin embargo sí estamos muy atenidos a lo que éstos hacen, deshacen o dejan de hacer.
Los dramáticos casos del joven Martí y de la familia secuestrada y asesinada en Michoacán, nos han sacudido a todos. Pero si queremos seguir culpando a la clase política de su pertinaz desatención a los asuntos nacionales que les hemos encomendado, tendremos que llamarnos la atención, primero a nosotros mismos, por el desenfado con que la dejamos actuar sin exigirles mejor rendimiento. Nosotros, como electorado, somos en último término, los responsables de lo que pasa en el país.
Por ahora el presidente, con el llamado que hizo ayer, una vez más le gana puntos a sus opositores.
Coyoacán, agosto de 2008.
juliofelipefaesler@yahoo.com