La semana pasada miles de mexicanos se unieron en un reclamo genuino a las autoridades mexicanas por la preocupante situación de inseguridad que se vive en México. La llamada marcha “Iluminemos México” convocó a centenas de miles de personas en varias ciudades del país y los organizadores y la mayoría de los medios de comunicación la calificaron como un “éxito histórico”.
Unir a miles de personas en torno a un objetivo en común es sin duda un gran éxito. Hacer que miles se unan al reclamo de “si no pueden, renuncien” es un grito generalizado de cansancio ante un Estado que no logra proveer del mínimo indispensable para la convivencia de una sociedad. Ni las autoridades federales, ni las estatales, ni las municipales están haciendo bien su trabajo para brindar la mínima seguridad para que los ciudadanos podamos tan siquiera salir a la calle a trabajar.
Sin duda es generalizada la indignación por la condenable muerte del joven Martí y las también condenables muertes de aquellos ciudadanos que no tienen el reflector mediático de la familia Martí y que han sido víctimas del secuestro, cuyas muertes han destruido familias enteras y dañado la dignidad de un país entero.
Sin embargo, la marcha no logró convocar a los millones que se esperaba en todo el país. En el Distrito Federal, una ciudad de casi 10 millones de habitantes, cuya zona conurbada tiene otros 12 millones más, apenas si salieron 350 mil personas, por mencionar un aproximado un tanto inflado. En un país de casi 110 millones de personas “Iluminemos México” sólo reunió a unas 600 mil, pese a haber sido altamente promocionada en todos los medios de comunicación.
Las comparaciones siempre resultan odiosas, pero después de los atentados de Al Qaeda en Madrid, más de 11 millones de españoles salieron a las calles unidos en una sola voz a condenar esos atentados. Cabe mencionar que España apenas supera los 40 millones de habitantes.
Por ello, si bien la marcha ha sido un indudable éxito porque logró volver a poner el tema del combate a la inseguridad en la discusión pública, al menos en la discusión entre las élites gobernantes y empresariales, su fracaso radica en que pese a contar con todos los recursos necesarios no logró la asistencia que se esperaba.
Muchas son las razones por las cuales la marcha fracasó en su convocatoria, pero una de las principales tal vez sea la desconfianza que reina en torno a las instituciones del país y esto es un signo de alarma, no sólo para quienes nos gobiernan, sino para todo el país en general. Desconfianza que radica en pensar que de poco ayudarán las marchas ante un Estado que se encuentra rebasado, que no logra combatir la pobreza como debería, que no genera la riqueza indispensable para ello, que protege los privilegios de los partidos al carecer de un verdadero sistema de rendición de cuentas.
Por ello, el Gobierno de Felipe Calderón debería hacer algo más que simplemente llamar a un acuerdo nacional sobre seguridad. El acuerdo es una tomada de pelo para los ciudadanos. Mientras no haya manera de castigar a los funcionarios, gobernadores y legisladores que no están haciendo su trabajo, acuerdos como ése sólo darán la nota en los medios, pero no tendrán efecto práctico.
Calderón tiene ante sí la disyuntiva de convertir a su Gobierno en relevante o en uno más de los que han pasado. Incluir la reelección legislativa y de ejecutivos municipales dentro de su agenda de la reforma del Estado podría terminar con el monopolio de la política de los partidos y cambiar a México para siempre.
Precisamente una de las consignas de la marcha tendría que haber sido “reelección legislativa ya” y los medios, en lugar de fomentar la cultura del miedo y la paranoia con sus reportajes sobre Facebook, deberían hacer suyo el reclamo no de que “renuncien quienes no pueden”, sino el de que seamos todos, a través de nuestros votos y no de nuestros gritos, quienes saquemos del poder a quienes no rinden resultados y premiemos a quienes sí están trabajando.
Politólogo e Internacionalista
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