Las pérdidas que han registrado todas las bolsas de valores del mundo desencadenadas por la crisis hipotecaria en los Estados Unidos confirman la preponderancia internacional que hasta ahora ha ejercido la economía de ese país.
El desplome hipotecario en Estados Unidos ha sido provocado por prácticas permisivas que percudieron todo el sistema bancario norteamericano debilitando su solvencia y capacidad para hacer frente a sus responsabilidades para cubrir intereses y dividendos a los inversionistas locales y extranjeros. Al quebranto se suma el peso del astronómico gasto militar que absorbe la guerra en Irak que gravita sobre las finanzas estadounidenses. A esto también se añade la preocupación por la escalada de la creciente deuda en que se incurre por los gastos de seguridad social.
La situación afecta la imagen de Estados Unidos como centro seguro y redituable para las inversiones individuales y públicas, y por lo tanto, pone en entredicho sus credenciales para seguir fungiendo como el nicho financiero más importante del mundo.
No sorprende que hace tiempo los bancos centrales de India, China y Japón vienen considerando la conveniencia de transferir sus astronómicas reservas en dólares a euros, colocar sus fondos en emisiones de otros países, o bien, mejor atender con esos recursos las prioridades nacionales, especialmente la ampliación de sus infraestructuras y de paso, fortalecer su capacidad competitiva internacional.
La crisis financiera norteamericana afecta en primer término, a los inversionistas particulares y a las empresas que realizan operaciones bursátiles. Sus repercusiones alcanzan, empero, al resto de la economía.
México cuenta afortunadamente con un aparato financiero suficientemente sólido para que con la debida inteligencia, pueda aislarse de los efectos nocivos del quebranto financiero y bursátil originado en nuestro país vecino.
Los indicios de recesión en Estados Unidos que desde hace varios meses venían anunciándose en términos de una baja en el ritmo de la demanda interna de un país que es ejemplo del sistema de capitalismo consumista, incide seriamente en el monto de sus importaciones.
Desde un punto de vista nacional más nos afecta la reducción del ritmo económico en Estados Unidos y la consecuente baja en sus compras a nuestros productos. El 85% de nuestras exportaciones se destina a ese mercado, lo que afecta a la industria y al campo mexicano. Se calcula que aproximadamente el 30% de nuestra actividad económica depende del mercado exterior. Otros países, por ejemplo China, que por cierto ya nos rebasó como proveedor de los Estados Unidos, no dependen tanto como nosotros de sus ventas a ese mercado.
La vecindad con Estados Unidos es, sin duda, una ventaja para el exportador mexicano. Pero no es determinante. Son muchos los países que surten al mercado norteamericano desde distancias considerables, lo que confirma que la cercanía no es el factor decisivo. Lo que importa es la acometividad del productor-exportador y, en buena medida, el apoyo efectivo de su Gobierno para juntos salir a la conquista de los mercados.
Desde hace décadas se ha venido insistiendo en lo imperativo que es diversificar el destino de nuestras ventas al exterior. Hubo un tiempo en que se daban generosos beneficios fiscales, apoyos a promociones en el exterior y se impulsó la ampliación de nuestra oferta exportable. Esos apoyos han terminado casi por completo por un exagerado respeto a las normas de la Organización Mundial de Comercio que nuestros competidores no acatan.
Hoy en día el esfuerzo depende más que antes de los empresarios. La siempre urgente diversificación es ahora más obvia con los cambios en los escenarios internacionales de la globalización.
Mientras el empresario insista en aprovechar primero todas las posibilidades de su cercanía con Estados Unidos despreciando y aplazando las perspectivas en otros mercados que nuestros competidores con éxito promueven, ni romperemos la trampa de la dependencia de la que tanto nos quejamos, ni habrá razón para reclamarle a nadie, más que a nosotros mismos, que nuestra exportación y hasta nuestra economía sigan las alzas y las bajas y los zigzagueos que los Estados Unidos nos determinen. Así, ni llorar es bueno.
Coyoacán, D.F. enero, 2008.
juliofelipefaesler@yahoo.com