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La pesadilla

Gilberto Serna

Seamos justos al decirlo, esto no se va remediar mientras seamos así como somos. Hay un egoísmo social que impide se vea que todos formamos parte de la descomposición social en este país. Nada ganamos con gritar a los cuatro vientos que hemos de cambiar favoreciendo un ambiente de cooperación entre las clases marginadas y las clases privilegiadas. Mientras juguemos cada quien para su santo no vamos a llegar a ninguna parte. Tenemos tantas cosas qué corregir. Lo que pasa en esta época no es algo que no haya pasado antes. Hay una descarada acumulación de la riqueza, que los gobiernos no han querido o no han podido enfrentar para solucionar la disparidad entre quien tiene y quienes nada tienen. Hemos creado un abismo que no atinamos a tapar si es que queremos hacerlo. No queremos tender puentes por los que podamos transitar para darnos cuenta del desajuste social que hemos creado. Vivimos del pasado, sin que seamos capaces de inventar algo nuevo. Las instituciones se han venido desarrollando con torniquetes que a la fecha las hacen inoperantes. La gente en la calle está más que insatisfecha.

Podríamos elaborar una larga lista, pero nada ganaríamos si no el despertar varios fantasmas que desearíamos se mantengan fuera de nuestro camino. Acaso nos ocuparemos aquí de nombrar algunos, como ejemplo de lo que hace que los ciudadanos peguen un brinco por encima del monumento a la Revolución que se encuentra en la Ciudad de México. No hay suficientes empleos, el campo no produce, los transportes colectivos son inapropiados y caros, hay una terrible insatisfacción social, el hampa se ha apropiado de las calles, las instituciones de salud, con escasos recursos, hacen lo que pueden para atender cada día que pasa, mayor número de pacientes, la carestía ha puesto los insumos de primera necesidad por las nubes, los salarios no alcanzan para que las familias vivan felices. Los barrios se asientan donde pueden, construyéndose viviendas de cartón por las que pasa el viento y el frío. Y qué decir de la inseguridad que parece ser, junto a la corrupción, el talón de Aquiles de la Administración pública.

En la debacle nadie quiere perder. Los presupuestos estatales son dedicados, en no pocos estados, a ensalzar al gobernador en turno, mediante espacios comerciales disfrazados de informaciones noticiosas, que compran encuestas, en donde aparecen como los más populares, los más justos, los más brillantes y los más chipocludos. Todos quieren, de una manera u otra, participar en la rifa del tigre, aunque éste los devore por que están preparados solamente para el uso de la demagogia. No conocen la ética, pero la ensalzan como si ellos la hubieran inventado. Así ¿cómo quieren que el comportamiento de los demás se ajuste a reglas que son necesarias para una convivencia pacífica? Se dicen que las cosas van a cambiar para que todo siga igual; el gatopardismo en la más pura de sus expresiones.

Mientras, el tiempo avanza inexorablemente llegando al límite de los cien días que se fijaron para que las autoridades de los diferentes niveles acabaran de una vez por todas con las fechorías de los maloras, depurándose las corporaciones dedicadas supuestamente a dar tranquilidad a los ciudadanos.

Se los dijeron muy claro o dan una respuesta en un lapso perentorio o dejan los cargos públicos; cobrar sin hacer su trabajo, también es corrupción. Se les lanzó un reto admonitorio, que les entró por una oreja y les salió por la otra, renuncien si no hay buenos resultados. Cuando se esperaba que, colorados por la vergüenza, presentaran su dimisión, se puede decir ahora que ni cumplieron ni se fueron. Ahí están culpándose los unos a los otros, pero ninguno se va a su casa. Aducen la falta de equipamiento por la carencia de recursos, otros la falta de preparación, algunos la desmotivación que producen los bajos sueldos. Ninguna renuncia. En su lugar, parecen haberse untado pegamento en las posaderas que impida los levanten de sus asientos.

Es cierto, la maldad es una Hidra que en la mitología latina tenía cuerpo de perro y numerosas cabezas de serpiente de las cuales una era inmortal; un monstruo venenoso cuyo aliento era capaz de causar la muerte. El mítico Hércules encargado, entre otras tareas, de limpiar los establos del rey Augías, al encarar al engendro del mal le cortaba una cabeza a cada golpe, pero no lograba que dejaran de brotar otras. Se requirió que acabara con todas de un solo tajo. Dejando caer un bloque encima de la cabeza imperecedera, sepultándola para acabar con la criatura. Este relato hace que pensemos en ¿quién será el Hércules de nuestros días, que ponga fin a esta pesadilla, que parece no tener fin?

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