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La Policía

Gilberto Serna

Se habla mal de agentes municipales uniformados. Patrulleros protegiendo a cinco sujetos que transportaban droga en una camioneta. Policías locales que fueron detenidos por policías federales. Eran las 4:30 a.m. cuando a bordo de sus patrullas 60 agentes uniformados se presentaron al cuartel de la Policía Federal. Luego se oyeron detonaciones de armas de fuego. Un policía municipal murió en el lugar. Esto ocurrió a las afueras del cuartel de los policías federales. Los municipales empavorecidos, huyeron, dejando sus tiliches abandonados y los uniformes tirados en el suelo. Hasta ahí lo que se sabe del asunto. Las respuestas que quedan en el aire son: ¿quién ordenó el operativo de rescate?, ¿era necesario?, ¿a quién se le ocurrió que las patrullas dejaran sin vigilancia las calles de la ciudad? ¿Qué acaso no hay conductos oficiales para gestionar la libertad de quienes son detenidos, justa o injustamente, sin necesidad de recurrir a la fuerza bruta?

Esto de pretender liberar con el uso de la fuerza a sus compañeros, en manos de otras policías, es un desatino que quizá tiene su explicación en que los policías locales no han podido entender que: a), no se trata de demostrar quién puede más; b), el que los policías federales no invaden su jurisdicción y el que: c), ambos son cuerpos creados para combatir el crimen.

A menos que la corporación local haya perdido el claro entendimiento de cuál es su razón de ser. Si quisieron amedrentar a los federales, presentándose en montón para lograr que les entregaran a sus compañeros policías, les salió el tiro por la culata. Igual si lo que pretendían era evitar que aquéllos fueran interrogados. Una absurda falta de cálculo provocó la muerte de un policía; que fueran detenidos 35 policías municipales; y que se diga ahora que recibían entre 2 mil y 10 mil pesos mensuales, por concepto de pagos. -Según el sapo, era la pedrada-.

La comunidad se encuentra tensa. No puede ser de otra manera. La están dejando a su suerte. Se habla de familias enteras que han emigrado al vecino país del Norte con el decidido fin de escapar de la inseguridad. El alcalde cesa a Alfredo Castellanos, encargado de la Policía en el municipio. El presidente del Congreso local, Horacio del Bosque, le pide al alcalde que renuncie, amenazando si no lo hace, con abrirle un juicio político. José Ángel Pérez Hernández, simplemente, apuntándole con el pulgar y el meñique, doblados los otros tres sobre la palma de la mano, le hace un cuerno negándose acceder a tan drástica petición. Lo que bien hizo.- Si los alcaldes, gobernadores y el mismísimo presidente se les dieran las gracias por que sus fuerzas del orden incurren en apostasía, nos quedaríamos sin autoridades.- Lo importante no son las recriminaciones, que se ven tendenciosas con efectos propagandísticos dirigidos a golpear partidos, sin aportar sensatez y frialdad en el combate a la corrupción. Déjese la política a la ciudadanía. El pueblo sabrá si es el caso y cuándo cobrar facturas.

No es algo inusitado lo que acontece. Policías corruptos que se venden a cambio de unas cuantas monedas, como Judas traicionó al divino Maestro, no debe influir en que se pierda de vista que lo importante es acabar con la corrupción que está minando a nuestras instituciones. De otra manera estaríamos mirando el árbol, perdiendo de vista el bosque. La preparación que reciben los cadetes debe llevar una carga de decencia y un convencimiento de que les será encomendada la protección a los bienes y a la integridad física de los torreonenses. Un policía debe serlo por vocación y no por que no haya otra manera de recibir un sueldo. Ser policía no es fácil, los peligros acechan, afuera y adentro. Debe imbuirse a cada uno el espíritu de servicio.

Que no digan que no puede hacerse. Hubo un tiempo, a principios de los años sesenta, en que fue estructurado el servicio policiaco en Torreón con personal decente, lo que sería largo de contar por lo que sólo diré dio lugar a que territorialmente se dividiera la ciudad, pues la vieja Policía, infiltrada de males ancestrales, estaba encargada de vigilar de la calzada Colón hacia el Oriente y la nueva Policía hacia el Poniente. Los novatos provenían del Pentatlón, muchachos no maleados, que dignificaban el uniforme; recibieron sin reservas el aplauso unánime de la comunidad.

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