ATLANTA.- Varias veces me han dicho que no hay que tener ídolos. Que pronto se caen, que fácilmente defraudan, que se llenan de fisuras más rápido de lo que uno piensa. Los ídolos están hechos para desilusionar, para olvidar pronto sus promesas y traicionarte, porque algunos han perdido el piso y se creen que “tienen un país qué salvar” o porque, como dice una buena amiga mía, finalmente nadie soporta el ejercicio de la lupa.
Algo así le está pasando a los fieles simpatizantes del virtual candidato presidencial demócrata. Los mismos que hace apenas unos meses abrazaron con entusiasmo la idea de que la política puede hacerse de una forma distinta, los mismos que se creyeron la promesa del cambio, los mismos que confiaron en que había llegado el momento para un relevo generacional, libre de las ataduras del pasado, hoy empiezan a ver cómo su ídolo se resquebraja y se convierte en uno más del montón.
En las últimas semanas, Barack Obama empieza a bajarse del pedestal y a convertirse en un político de carne y hueso. A principios del mes vino el primer golpe. En Ohio, el que muchos califican como el senador más liberal de Estados Unidos se reunió con líderes evangélicos, los mismos que fueron fundamentales para la reelección de Bush en 2004, y les prometió que si llega a la Casa Blanca doblará los fondos que el Gobierno Federal otorga a diversas iglesias bajo la llamada “iniciativa basada en la fe”. La misma iniciativa por la que el actual presidente republicano es criticado por poner en entredicho la separación Iglesia-Estado es la que hoy el senador demócrata promete no sólo mantener, sino dotar de más recursos.
Hace apenas una semana, durante un evento de su campaña en Dakota del Norte, Obama abrió la polémica al mencionar que “estaría dispuesto a redefinir su propuesta de retirar a las tropas estadounidenses de Irak en 16 meses” después de reunirse con mandos militares estadounidenses durante la visita que tiene programada para Irak a fines del mes. El mismo candidato que venció a Hillary Clinton bajo el eslogan de que él era el único candidato que se oponía a la guerra en Irak y el mismo que fue el primero en proponer una fecha límite para el retiro de las tropas, hoy se ve obligado a dejar la retórica y a empaparse de la realidad.
En otras palabras, Obama se reinventa para quienes no lo conocen, intentando ampliar su base de apoyo más allá del elector liberal, educado y joven. Después de todo, nadie ha ganado la Presidencia estadounidense haciendo campaña desde los extremos ideológicos. Los 43 hombres que han ocupado el Poder Ejecutivo en Washington lo han hecho posicionándose en el centro, armando bases de apoyo amplias, que trascienden las paredes de su propio partido y las barreras geográficas y culturales entre los estados del norte y del sur.
Tal vez el éxito principal de la campaña del senador afroamericano ha sido el inspirar a millones con su palabra y con la promesa de elevar los estándares de la política, como bien reflexionó un crítico editorial reciente del New York Times. Precisamente en ello recae el éxito de Obama sobre la senadora Clinton durante la contienda interna demócrata. Mientras que muchos afirmaban que ella era tan calculadora y ambiciosa que era “capaz de cualquier cosa con tal de regresar a vivir a la Casa Blanca”, quienes empezaron a creer en él lo hicieron porque veían que a Obama le faltaba esa actitud cínica y oportunista. El nuevo Obama empieza a convertirse en un candidato pragmático, maquiavélico, menos idealista. Obama empieza a ser un político tradicional, de los que piensan que la Presidencia, el poder, bien vale una misa, o un fraude según sea el caso.
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