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La primavera y otros espejismos

El comentario de hoy

Francisco Amparán

El maestro Luis González y González ponía un ejemplo de cómo los sistemas educativos suelen estar desfasados con la realidad. Citaba el caso de los libros de texto que se usaban en las escuelas de las colonias francesas en África. Ahí, los niños de color subido tenían que aprenderse de memoria frases como: “Nuestros antepasados, los galos…” aunque los chiquillos no hubieran visto trenzudos con casco alado ni en los libros de Ásterix.

Algo así nos pasa a nosotros en México en relación con las estaciones. Recuerdo mi pasmo cuando, en primaria, leí en los libros de texto que “al llegar el otoño las hojas de los árboles se ponen amarillas y empiezan a caer”. Uno se asomaba por la ventana y podía creer que Torreón se hallaba en una especie de universo paralelo: en octubre no había una sola hoja amarilla ni en los maizales. De hecho, el fenómeno descrito solía ocurrir en enero… cuando los libros presentaban fantasmales ventiscas y cielos nublados. De nuevo, en esas fechas acá veíamos el Sol a todo lo que da, y lo más frío que nos pasaba ocurría cuando íbamos a Lerdo a la nieve de Chepo.

Por supuesto, el desfase entre lo que dicen los libros (y la astronomía) y la realidad le sucede a muchas sociedades. En Canadá, por ejemplo, no existe ningún tipo de ceremonia para la llegada de la primavera: parecería entre cínico y alucinante sacar a los niños a desfilar, disfrazados de abejita, caminando entre veinte o treinta centímetros de nieve. De hecho, allá todo el concepto de las estaciones está prácticamente fuera del currículo. Digo, les habla la experiencia: si la última nevada (que me tocó) fue el 22 de mayo; la primera de la temporada, el 29 de octubre; y el 21 de marzo el termómetro marcó 20 grados centígrados bajo cero, ¿qué caso tiene hablar de primavera, verano, otoño e invierno?

En el caso de La Laguna tenemos estaciones muy temperamentales: febrero está loco y marzo otro poco, pero su insania se presenta en formas que no se dan en otras latitudes. Por ejemplo, tenemos la ocurrencia de ese extraño fenómeno consistente en que llueva polvo. Lo que resulta algo tan frecuente que no nos damos cuenta del pánico que causamos entre los foráneos cuando alguien se pone a gritar “¡Ahí viene la tierra!” y moviliza a toda la familia. Los forasteros, ante tan insólito grito de alarma y el sentido de urgencia de los locales atrancando puerta y ventanas, piensan en el Apocalipsis, los tres seises y cosas por el estilo.

De la misma manera que, de unos veinte años a la fecha el mes más caluroso dejó de ser julio para cederle el puesto a mayo. Quizá La Laguna fue de las primeras regiones en sentir los efectos del calentamiento global. O quizá cuando éramos jóvenes la calentura se sentía más cuando se estaba de vacaciones. Quién sabe. Lo que sí es que el clima rara vez se pone de acuerdo con lo que dicen los libros, la astronomía y el simple sentido común.

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