Hoy inician los Juegos Olímpicos de Beijing. Con ello, el Gobierno comunista chino será puesto a prueba, y de maneras muchos más complejas, como en ningún otro momento desde la muerte de Mao, en 1976.
Y ellos solitos se lo buscaron. Después de todo, le echaron todos los kilos para que Beijing fuera nombrada sede del evento, pese a las objeciones de quienes cuestionan su récord en cuanto a derechos humanos, la censura en Internet y otros medios, y la eterna espina de la ocupación del Tíbet. Además de que no hace veinte años que el régimen chino, básicamente el mismo que el actual, masacró a su pueblo en la plaza de Tiananmen. Y a la vista del mundo entero.
En 2001, el Gobierno comunista consideró que ya era hora de hacerse sentir en el terreno mundial, en plan de igualdad con los grandes, y de maneras que no tuvieran que ver con lo económico ni (porque aún no pueden) con lo militar. Y qué mejor manera de mostrar las bondades del régimen y lo mucho que ha avanzado un país, que organizar unas justas deportivas vistas alrededor del orbe, y en las que se pueden presumir desde la infraestructura urbana hasta la excelencia deportiva, sin olvidar la imaginación de los arquitectos autóctonos.
Y el pueblo chino se tomó las cosas muy en serio… sobre todo, porque están acostumbrados a la disciplina que sabe imponer muy bien el Partido Comunista. En todo caso, el entusiasmo y orgullo que sienten los chinos son sinceros, y sólo por eso merecen que les vaya bien.
Que eso ocurra, ya es otro cantar.
Y es que el régimen va a enfrentar una serie de pruebas a las que no está acostumbrado. En primer lugar, cómo tratar a decenas de miles de forasteros… siendo que, desde hace siglos, a China le ha dado urticaria la presencia de extranjeros, y es escasa la población que ha tenido contacto con uno en la vida real. De hecho, hasta hace muy poco, el hablar con un foráneo podía acarrearle a un chino un largo y profuso interrogatorio por parte de la Policía política secreta.
Otra prueba puede darse si los grupos separatistas tibetanos y uigures logran hacer escándalo durante los Juegos. Estos opositores usualmente son silenciados y puestos a buen recaudo sin mayores miramientos… cuando los ojos del mundo no están puestos en China. Pero en estos días no será el caso. ¿Cómo reaccionarán las autoridades ante una manifestación pacífica en alguna instalación olímpica? ¿La emprenderán a garrotazos contra los monjes con túnica azafrán, delante de las cámaras internacionales? Habrá qué ver.
Además, está la supuesta amenaza de grupos terroristas empeñados en aguar la fiesta. La verdad, las recientes noticias de complots descubiertos y terroristas arrestados no son tan fáciles de tragar. Claro que hubo un atentado de separatistas uigures en días pasados… en un puesto fronterizo a miles de kilómetros de Beijing, y con una sofisticada troca arrollando a las víctimas. Pero de eso a que haya una amenaza real a los Juegos…
En todo caso, la Olimpiada será toda una prueba… para el Gobierno chino.