Fue un fenómeno insólito. El pasado lunes, en docenas de ciudades de los cinco continentes, millones de personas salieron a las calles a pedirle a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, las tristemente célebres FARC, que cesen en su empeño (cualquiera que éste sea), se desbanden y dejen libres a los cientos de personas que tienen secuestradas. Fue una muestra de solidaridad con la sociedad civil colombiana realmente impactante.
Y fue una muestra de cómo los movimientos guerrilleros caen cada vez más en el descrédito y la obsolescencia.
Hubo tiempos en que la guerrilla (cualquiera que fuera y donde fuera) era chic: resultaba políticamente correcto apoyar a quienes se jugaban el pellejo en las junglas (las de a de veras y las de asfalto) para cambiar los regímenes burgueses y capitalistas chupasangre. Esto era especialmente evidente en los años que van de los sesenta a los ochenta del siglo pasado.
En ocasiones, el apoyo tenía que ver con el hecho de que las guerrillas peleaban contra regímenes realmente execrables e indefendibles. Las dictaduras militares estaban al orden del día en Latinoamérica. Además, mucha gente creyó en el espejismo cubano, y que los múltiples rezagos de nuestros pueblos serían erradicados siguiendo ese sendero… incluida, por supuesto, la lucha guerrillera.
A fin de cuentas, por lo general todo ello dejó sólo un gran derramamiento de sangre, más represión, y nulos avances sociales o políticos. La guerrilla como mecanismo de cambio en nuestro continente fue un rotundo fracaso. Para colmo, los dirigentes del único grupo guerrillero que derrocó a una dictadura (los sandinistas en Nicaragua), ya en el poder demostraron ser bastante ineptos, y en diez años de se corrompieron hasta los huesos.
Hoy en día los movimientos guerrilleros en el continente se pueden contar con los dedos de una mano. Sin duda el más importante es el de las FARC, que tiene ya buen rato que dejó de lado su pretensión de crear un Estado socialista en Colombia. Las FARC han devenido un grupo delincuencial que, con la fachada de movimiento libertario, cometen crímenes de todo tipo y que no tienen nada que ver con lucha política alguna.
Por eso en las manifestaciones del lunes, una frase recurrente era “¡Basta de mentiras!” Y es que a ver quién le cree a las FARC que su lucha es para cambiar el régimen y la realidad de Colombia. O quién puede justificar que el secuestro de humildes policías y gente del pueblo es un instrumento válido de lucha popular. Por ello era tan importante mostrar que esa careta de defensores de los pobres, con que tanto tiempo han disfrazado sus intenciones, ha terminado por caerse. La realidad sobre las FARC ya quedó de manifiesto. Quien se quiera seguir engañando, allá él. No hay peor ciego que el que no quiere ver.