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La rutinaria criminalización de los jóvenes

EL COMENTARIO DE HOY

Francisco Amparán

Una de las causas profundas que hace cuarenta años desencadenó las legendarias (de hecho, cada vez más legendarias: en el terreno de las leyendas) rebeliones estudiantiles de Francia y México, fue la muy sensible y valedera queja, por parte de los jóvenes, de que usualmente eran tratados como delincuentes por parte de las autoridades.

En el caso de Francia, las universidades galas tenían reglas francamente medievales, según las cuales los alumnos podían ser expulsados por faltas menores. Según esto, con el más pequeño pretexto se les veía como a potenciales malandros. De hecho, fue una de esas transgresiones menores y su nada leve castigo (un alumno sorprendido en un dormitorio de alumnas) lo que desencadenó las jornadas del Mayo del ‘68 francés.

Acá en México, los jóvenes greñudos eran asolados por la Policía, que con frecuencia no tenía reparos en detener en la calle a los seguidores capilares de los Beatles y raparlos ipso facto. En aquel entonces, lo que hoy constituye una violación a los derechos humanos, era visto como algo natural: los peludos eran reos del delito de “disolución social”, cualquier cosa que ello signifique. En teoría, por andar melenudos contribuían a la decadencia de la moral y las buenas costumbres (¿?), y por tanto, de la civilización occidental cristiana… a la que algunos se empeñan en afirmar no pertenecemos los mexicanos.

El caso es que suponíamos que las cosas habían cambiado. Pero la reciente tragedia de la discoteca (o como se le quiera llamar) New’s Divine (¿Quién le pone los nombres a esos lugares? Y ¿en dónde estudiaron inglés?) nos indica que los viejos hábitos tardan en morir. Especialmente en lo que se refiere a las fuerzas del orden (¿?).

Y es que parte de la génesis de la tragedia fue que los policías procedieron a considerar a todos los chiquillos que se aglomeraban en el lugar como potenciales delincuentes, no futuros ciudadanos ni sujetos de derecho, con libertades y dignidad consagradas por las leyes. Según el criterio de las autoridades que ordenaron y acometieron el “operativo”, los jóvenes eran todos sospechosos de beber alcohol ilegalmente y de consumir drogas prohibidas… por encontrarse en un lugar destinado a la recreación y el esparcimiento de gente de su edad. De otra manera no se entiende el exceso de fuerza, la prepotencia y el abuso de autoridad que salieron a flote en esos aciagos momentos.

Por supuesto, se asegura que caerán los responsables. Pero uno de los principales no puede ser castigado porque es completamente abstracto: se trata del marco mental que, en la cabeza de muchos adultos, criminaliza automáticamente a unos jóvenes a los que no entienden, y que se salen de su concepto del mundo y la sociedad. Ése fue uno de los principales instigadores de la tragedia. A que sí.

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