Alguna vez un alto funcionario de Gobernación me dijo que la guerrilla campesina en México había sufrido más bajas por purgas internas que por la acción del Ejército o los aparatos de seguridad. Me aseguró también que la estadística demostraba que si un militante llegaba a liquidar a alguien, lo más probable es que la víctima fuese un disidente o correligionario, no un policía o un soldado.
No tengo manera de comprobar el dicho, pero ciertamente hay muchas evidencias de esta extraña animadversión que suele afectar a la izquierda en contra de sí misma. He vuelto a pensarlo luego de presenciar los virulentos ataques de muchos perredista en contra de Cuauhtémoc Cárdenas y de Ruth Zavaleta, por distintos motivos, en los últimos días.
El “pecado” de ambos fue separarse de la línea marcada por López Obrador. Columnistas y moneros de la prensa de izquierda dejaron en paz a los “sospechosos usuales”, para concentrar su crítica en el fundador del PRD, otrora líder moral, y en la actual presidenta de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados. Cárdenas se ha deslindado de las denuncias de López Obrador en el sentido de que el Gobierno está preparando la privatización de Pemex. Por su parte, Ruth Zavaleta afirmó que El Peje parecía “un buscapleitos de taberna”, luego de que el tabasqueño aseguró que Juan Camilo Mouriño gustaba de “agarrarle la pierna a quien se dejara”, en clara referencia a la reunión que el funcionario sostuvo con Zavaleta.
No tengo espacio para comentar si la estrategia de López Obrador es la correcta o, incluso, si podría ser diferente. Tampoco me interesa aquí dilucidar quiénes son “los buenos” y quiénes los “malos” en estos pleitos. Basta decir que Ruth Zavaleta, pareja sentimental de René Arce, líder de una de las llamadas “tribus”, pertenece a la corriente de “Los Chuchos”, pero cultiva profundos rencores hacia Carlos Navarrete, otro líder de esa corriente y coordinador del partido en el Senado.
Lo que me interesa señalar es que este virus autodestructivo suele cebarse en particular entre la izquierda, aunque eso no es privativo de México. Son legendarias las purgas entre los movimientos revolucionarios de toda índole. Hace unos años se decía en sorna que toda agrupación trotskista de tres miembros tarde o temprano terminaba escindida en cuatro fracciones. Trotsky mismo y su grupo fueron exterminados no por el enemigo de clase contra el que se habían rebelado, sino por los estalinistas, compañeros de gesta política.
Por alguna razón las derechas suelen arreglar sus diferencias sin pasar por la guerra civil. No es que no las tengan, pero parecería que las tensiones con el “enemigo interno” terminan subordinándose a la lucha contra el enemigo externo. No así en las organizaciones de izquierda aquejada de un verdadero canibalismo político.
Ciertamente es notorio que Los Caballeros de Colón nunca se hayan ido a la yugular de los Legionarios de Cristo. El PAN ha sufrido cualquier cantidad de escisiones desde su fundación, pero sus confrontaciones han carecido de la intensidad que han reservado a sus rivales externos. Por su parte, los priistas no permiten que sus convicciones (o la ausencia de ellas) les lleve a “matarse” por razones políticas. Pueden hacerse trizas en razón del botín, pero carecen de la entereza moral para profesar una militancia que justifique pasiones y fervores. La negociación y el reparto suelen ser el colofón de toda confrontación priista.
¿De dónde viene la fascinación de la izquierda por las purgas implacables? Sin duda tiene mucho que ver el hecho de que lleva inscrita en sus códigos genéticos todas las versiones de la derrota desde tiempos inmemoriales. Buscar el cambio o la subversión en contra de los poderes establecidos es una actividad con escaso porcentaje de éxito (de entrada, la confrontación es desigual).
Al margen de la sinceridad de las convicciones, militar en la derecha suele ser infinitamente más cómodo que militar en la izquierda. Ambos compromisos pueden ser sinceros y entrañar sacrificios, pero estar del lado de los poderosos tiene muchas compensaciones. En la izquierda, en cambio, la preservación de los ideales adquiere una valoración decisiva, porque es el motor del compromiso político y la razón misma de la militancia. De allí la necesidad de “cuidar” la lealtad y la pureza de los ideales.
Militar en la izquierda es saberse en el límite de la legalidad. Ya sea por que el movimiento violente las normas deliberadamente para conseguir sus fines, o sea por que el sistema “desplace” la interpretación de las leyes para castigar a los inconformes. Lo cierto es que aquellos que quieren cambiar el status quo, se saben vulnerables y están a la defensiva. El precio personal a pagar puede llegar a ser enorme; en tales circunstancias el daño que provoca la traición también lo es.
De allí que toda disidencia es considerada una infidelidad a los ideales originales y, eventualmente, una traición literal al movimiento. El abandono de las posiciones ideológicas siempre entraña la sospecha de haberse prostituido. No hay espacio para admitir el error. El disidente es alguien que ha caído en las redes del enemigo. Disentir de las posiciones de El Peje es lo mismo que estar con Calderón, significa haber sido cooptado por el oro o las posiciones que ofrece el sistema. El odio mostrado a Cuauhtémoc Cárdenas o a Ruth Zavaleta no es el que se dispensa a un colega con el que se comparten muchas cosas aunque se difiera en algunas coyunturas. Es el resentimiento con el que se distingue al traidor.
La izquierda radical no ve ningún problema en echarse en brazos de Porfirio Muñoz Ledo, Marcelo Ebrard, Manuel Camacho, Dante Delgado y otros ex priistas con los cuales debatieron durante décadas. Pero encuentra natural linchar a Amalia García, a “Los Chuchos”, a Cuauhtémoc, fundadores todos ellos de los partidos de izquierda, por el crimen imperdonable de no coincidir con el jefe actual. Al margen de cuál de las facciones tenga la razón (no es el tema), el hecho es que el canibalismo político de la izquierda, como tantas otras veces, se ha convertido en el mejor aliado de sus adversarios. No comparto la frase clásica, pero podría entenderla: “with this left, I better left”.
(www.jorgezepeda.net)