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La traviesa criatura

Gilberto Serna

La primera vez que leí sobre el LSD, allá por los cincuentas, me impresionó saber que se había experimentado con personas a las que se les acababa la vida, moribundos cuya hoja clínica indicaba el diagnóstico de una enfermedad Terminal. Lo sorprendente era que no sólo atenuaba sus dolores, si no que, debido a que provocaba experiencias metafísicas, dejaban de pensar en su muerte como algo pavoroso. Lo que, de alguna forma, les ayudaba a aceptar con tranquilidad su mortal destino. Se decía que la meditación, el aislamiento y el ayuno o ciertos ejercicios de yoga eran las maneras de experimentar extraordinarios estados de conciencia, similares a las que producen las drogas alucinantes que pueden considerarse, abridoras de puertas hacia lo insondable. Es el don de la contemplación visionaria espontánea, propia de los místicos, los santos y los grandes artistas.

El LSD es una droga que estuvo en boga hasta 1966, en que los laboratorios dejaron de surtirla a las farmacias, llegando a ser, en su momento, el estupefaciente más popular en Occidente. La consumían, los diferentes estratos de la sociedad, convirtiéndose en una moda chic, trasladándose de centros psiquiátricos a las consultas privadas, yendo del médico a los pacientes, entre los que se encontraban artistas, intelectuales y público en general. Después de todo era explicable por qué en la mayoría de los casos provocaba una experiencia mágico-religiosa. Los testimonios indican que, quien ingiere el LSD, después de un periodo de horror, en que las alucinaciones producen una figura demoníaca, a la que luego le sigue un sentimiento de enorme calma y felicidad. La búsqueda de la humanidad no termina en la insatisfacción que le producen los progresos obtenidos en la ciencia, la investigación, la tecnología, la economía y la industria, exigencias puramente materiales. El hombre ha olvidado como lo formula Arthur Eddington, que el mundo físico no es el único, en tanto sir James Jeans, afirma que el mundo conocido por la física es sólo una porción de la realidad.

El descubridor de LSD, el químico suizo Albert Hofmann, quien acaba de morir a sus 102 años de edad, noticia que salió en El Siglo de Torreón, dijo que el LSD causa una distorsión profunda en la percepción de la realidad; se fabrica a partir del ácido lisérgico, encontrado en el cornezuelo, hongo que crece en el centeno y otros cereales. El LSD está emparentado con los hongos alucinógenos de María Sabina, que habitaba en la tierra de los mazatecas, en algún lugar de la sierra oaxaqueña, que ocasionan iguales visiones mitológicas maravillosas. También existe en México una cactácea denominada Peyote, planta sagrada de los Aztecas, con las mismas propiedades del LSD. Se dice que se ingresa en otra realidad cuando el cerebro es modificado bioquímicamente, bajo el influjo de cualquiera de estas drogas, el cerebro es sintonizado en otra longitud de onda que la que corresponde a la realidad cotidiana. Según la sintonía en que se encuentre el cerebro pueden ingresar infinitas realidades distintas, dada la variedad y versatilidad de la creación, en la conciencia. Desde luego, estas ondas no son mutuamente excluyentes dado que forman parte de la realidad universal.

En 1979, Albert Hofmann, escribió en uno de sus libros: “comparto la opinión de muchos contemporáneos de que la crisis espiritual en todos los ámbitos de la vida de nuestro mundo industrial occidental sólo podrá superarse si sustituimos el concepto materialista en el que están divorciados el hombre y su medio, por la conciencia de una realidad totalizadora que incluya también el yo que la percibe, y en la que el hombre reconozca que él, la naturaleza viva y toda la creación forman una unidad”. Al parecer se refería a la coexistencia de dimensiones distintas, ocupando el mismo espacio e igual tiempo. El químico Hofmann, decía: Que tal, si en vez de hablar tanto sobre la guerra contra las drogas, habláramos un poco sobre las drogas que podrían acabar con las guerras. No se refería a cualesquiera de las drogas que de manera clandestina se adquiere en la calle, si no a la traviesa criatura, LSD, que él había traído al mundo.

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