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La turbulenta primavera de 1968

Los días, los hombres, las ideas

Francisco José Amparán

Hay años que tienen algo especial, en que los acontecimientos importantes parecen apilarse como melones en camellón lagunero. Así, en 1917 Estados Unidos entra en la Primera Guerra Mundial y Rusia vive sus dos revoluciones, eventos ambos definitorios de todo el siglo. En 1941, por cierto, tanto la URSS como Estados Unidos, las futuras superpotencias, entran en guerra contra Alemania, lo que aseguraría la ruina del III Reich y un afortunado cambio en el rumbo de la contienda. En 1957 se lanzó el primer Sputnik, Indiana Jones consiguió la mentada calavera y nació un servidor. Y en 1989 se derrumbó el Muro, los regímenes del Socialismo Real y las vanas ilusiones de quién sabe cuánta gente.

Pero si hubo un año agitado en el siglo en que nacimos, ése fue el de 1968. Y por estos días se andan cumpliendo cuarenta años de algunos de los eventos más cataclísmicos de ese año singular. La Primavera de 1968 fue una sucesión de acontecimientos realmente notables.

En marzo, Lyndon Johnson renuncia a la búsqueda de la reelección, en vista de sus deplorables índices de popularidad. El pueblo norteamericano estaba furioso y se sentía engañado por cómo marchaba la Guerra de Vietnam, en gran medida por el susto que les había pegado la Ofensiva del Tet que el Vietcong había iniciado semanas atrás. Si el Gobierno decía que la guerra estaba ganada, ¿cómo era que el enemigo se había colado a la mismísima Embajada gringa en Saigón? Si los rojos estaban en la lona, ¿cómo habían conquistado Hue, la segunda ciudad más importante de Vietnam del Sur? Desde ese momento, nadie tuvo el estómago para defender un conflicto al que nadie le hallaba pies ni cabeza, y que le terminó costando reputación y carrera a Johnson. Éste se volvió un espectro en lo que le quedó de Administración, mientras su país se hacía pedazos como nunca desde la Guerra Civil.

El 4 de abril el líder de los derechos de los negros, Martin Luther King fue asesinado mientras bobeaba en el balcón de un hotel de Memphis. El homicida escapó durante varias semanas a la redada que se le tendió, mientras docenas de ciudades americanas (mejor dicho, los barrios negros de docenas de ciudades americanas) ardían por efecto de las multitudes enardecidas por la caída de su cabecilla. Las tensiones raciales alcanzaron niveles peliagudos en muchas partes de la Unión Americana.

Tres semanas más tarde, los alumnos de la Universidad de Columbia en Nueva York tomaron las instalaciones como parte de sus protestas en contra de la guerra. Los destrozos causados, más la foto de unos gañanes con las patotas encima del escritorio del rector dejaron pasmados a tirios y troyanos. Todo el orden parecía estarse yendo por el caño. Y no sólo en Estados Unidos.

En Checoslovaquia, un joven reformador llamado Alexander Dubcek empezaba una serie de cambios en la estructura del Estado checo para crear “un socialismo con rostro humano”. En todos los ámbitos resurgió la imaginación, la creatividad y el entusiasmo. Novedades e innovaciones parecían empezar a florecer “atrás de la Cortina de Hierro”. El mundo seguía las reformas con curiosidad y aprehensión. ¿Dejarían los soviéticos que los checos experimentaran con libertades y derechos inéditos? La respuesta llegó en el verano, cuando los tanques del Pacto de Varsovia entraron a aplastar la llamada Primavera de Praga.

Mientras tanto, en París, un estudiante varón fue cachado en un dormitorio para mujeres de la Universidad de Nanterre. Ah, esos galos tan picarones. El fulano fue prestamente expulsado, lo que motivó una protesta de sus compañeros. Ésta escaló explosivamente cuando un rojillo llamado Daniel Cohn-Bendit la utilizó de pretexto para quejarse no sólo de lo represivo del sistema educativo francés, sino de sus penosas limitaciones: aulas sobresaturadas, ausencia de tecnología, currículos escritos en tiempos de Napoleón. La muchachada apoyó las denuncias con entusiasmo, y para los primeros días de mayo medio París estaba paralizado, en manos de estudiantes desenfadados que jugaban a la revolución, se enfrentaban a cascotazos a la Policía y llenaban la ciudad de ingeniosas pintas. Charles de Gaulle, incapaz de entender qué querían aquellas turbas de greñudos marihuanos (sí, hablaba como Díaz Ordaz) se negó a negociar, y de hecho se largó a una gira por el extranjero mientras la capital francesa era un despelote. A los chavos no había quién los controlara ni metiera en cintura. Incluso las vacas sagradas como Jean Paul Sartre eran recibidas con rechiflas por quienes tenían como lema “Prohibido prohibir”. El llamado “Mayo parisino” se acabó por simple falta de dirección y vil aburrimiento. Pero había demostrado la fragilidad del régimen vetusto de De Gaulle… y de lo que eran capaces los movimientos estudiantiles en aquel señalado año.

Mientras tanto, y en vista de que Johnson había tirado la toalla, los demócratas se enfrentaban a una amarga contienda interna para elegir candidato a la Presidencia. El puntero era Robert Kennedy, ex procurador general y aparente heredero político de su hermano sacrificado. La campaña de Kennedy se centraba en los jóvenes y sus ilusiones maltrechas por la guerra. Pero no la tenía nada fácil, dado que competía con otros pesos pesados de su partido. Para principios de junio podían definirse las cosas si conseguía adjudicarse las primarias de California.

Y en efecto, por la tarde del 5 de junio (esta semana serán 40 años) un sonriente Robert anunciaba a su equipo de campaña que se acababan de embolsar California, y que prácticamente todo sería coser y cantar de ahí hasta la convención en Chicago. Acto seguido, Robert dejó el pódium y cortó camino por la cocina del hotel de Los Ángeles donde tenía su cuartel general. Ahí lo estaba esperando un loquito llamado Sirhan Bishara Sirhan, quien procedió a pegarle un plomazo a quemarropa en la parte posterior de la cabeza.

Robert agonizó varias horas. De hecho, muchos periódicos en el mundo salieron con horas de retraso, sin saber cómo encabezar la primera plana. Pero siendo miembro de una familia tan salada, no habría de otra: Robert murió el día 6, y con él las esperanzas de toda una generación. Estados Unidos había perdido dos de sus principales y más carismáticos líderes a manos de asesinos en prácticamente dos meses. El shock que ello causó es hoy difícil de imaginar (básicamente porque está difícil encontrar hoy en día a dos líderes carismáticos), pero dejó una marca indeleble en toda una generación.

Así pues, como puede apreciarse, la primavera de 1968 estuvo especialita, sazonadita, pesadita. Y eso fue sólo una parte de ese año convulso. En otra ocasión le echamos un vistazo al resto del año, que no tiene desperdicio.

Consejo no pedido para que este puño sí se vea: Sobre esos días caóticos en París, de Bernardo Bertolucci vea “Los Soñadores”, con una Eva Green jovencita-jovencita y muy poco pudorosa. Provecho.

PD: ¿Recuerdan que el domingo pasado comenté algunas cosas sobre el artículo de Paul Salopek en el National Geographic? Bueno, a los dos días recibí esto:

Sr. Amparán,

Gracias a la revolución intelectual occidental (apoyada por supuesto por siglos de sabiduría árabe) un compa de Durango me mandó por e-mail su artículo sobre el alto costo del aislamiento religioso y cultural del mundo musulmán. Me gustó muchísimo. Felicitaciones.

Paul Salopek

Hargesia, Norte de Somalia.

Ya chequé y es legítimo. Así que ya tengo con qué denostar a mis nietos: “Miren, bellacos: a su abuelo lo leían (y felicitaban) en la zona más aislada, peligrosa, inhóspita y sin ley del mundo… ¡y ustedes no pueden terminar su plana de palitos!” Algo así.

Correo: anakin.amparan@yahoo.com.mx

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