EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

La violencia

A LA CIUDADANÍA

Magdalena Briones Navarro

Actualmente, en dimensión planetaria, atónitos presenciamos sucesos cada vez más brutales ejercidos por el hombre contra el hombre y contra la Naturaleza. Existen muchas tesis para explicar el fenómeno, desde la que dice que la violencia es condición humana hasta la que se recarga en la ciclicidad natural de desestabilización social. Respetando los aciertos de cada una, según mis observaciones y experiencias creo lo siguiente: No es la violencia la única, ni quizá la mejor de las condiciones humanas, no favorece, por el contrario, rompe el bienestar humano personal y social; tampoco la desestabilización de sistemas se produce por sí, mágicamente. Habríanse de contextualizar tales estados de alteración, a veces vehemente.

Cuando niña conocí una señora cálida y amable, rica y chapada a la antigua, cuyas grandes cualidades chocaban con su lenguaje hablado. No me lo explicaba hasta que conocí a su esposo, un super nazi en el peor sentido del término. Deduje que ella había encontrado en el lenguaje una forma de escape, insuficiente por cierto, a los extremos violentos a los que estaba sometida por su anormal cónyuge.

Hoy me explico por qué no se divorció. Esta solución estaba en sus tiempos condenada social y religiosamente, por tanto ella no podía sin dejar de cometer pecado y procurarse pública indiciación observar conductas tan censuradas, observadas y transmitidas por educación milenaria casi universalmente. El fenómeno se da también y en todos los tiempos cuando un individuo o grupo de ellos rompe los cánones sociales, precisamente porque buenos o malos, son aceptados como medios de conservación del grupo. De ahí que ofensores y agredidos los ejerzan o los soporten en extremos aberrantes. Ocurre que no todos los cánones se aplican de igual forma para todos, y cuando injustos, son impuestos por la fuerza a pesar de daños perfectamente constatados. Ahí hay violencia devenida de un poder arbitrario e injusto.

La violencia implica un poder y una sujeción, un amo y un esclavo, un poderoso y un desamparado, una voluntad dominante y mentirosa frente a la ignorancia, la inocencia, la credulidad u otras formas de indefensión. Proviene, se ejerce y se sufre, de un estado interior de minusvalía. En estados de plenitud interna, logrados mediante la propia creación por sobra de comprensión, madurez y amor, no hay cabida para la agresión a otros; por el contrario se desea compartir felicidad, conocimientos, el bien y la paz. Una persona plena añora y se felicita del avance y de los triunfos ajenos.

Los sistemas sociales, políticos y económicos imperiales surgen de la avidez de poseer lo que no se tiene, lo ajeno, por sobre cualquier castigo, disposición, anulación o muerte de otros. Para imperar es necesario mentir y mentirse, intrigar, corromper, espiar, manipular, explotar y sobre todo conseguir la devaloración cultural de aquellos a quienes se saquea, mediante la imposición de la propia cultura, justificada ésta no por que sea mejor sino simplemente porque pertenece a los vencedores.

Los vencidos quedan en indefensión, humillados no sólo personal sino colectivamente. Tienen que obedecer y hacerse al molde implantado, de grado o por fuerza. Pero la contradicción continúa, ahora a imagen y semejanza del ajeno actuar, el vencido comienza a desenvolverse de la misma forma abyecta en la que fue conquistado, hecho que será tildado y castigado por bajo, corrupto, detestable, sin reconocer que copia el modelo implantado por quienes conquistaron.

Hoy el sistema imperial se ha generalizado, a todos niveles, lo mismo que sus ideales y métodos. ¿Por qué sorprende su ubicuidad, por qué se echa mano de “valores perdidos” cuando se es culpable de su desaparición? ¿Se añora lo que se destruyó? ¿Qué haría falta para reconstruirlos? Obviamente no puede ser por la violencia nuevamente. Exige aceptación de los errores, sus secuelas y una nueva y mejor lectura de la realidad, de la vida que se nos escapa entre los dedos sin lavarlos ni dejar perfume.

Legar a las próximas generaciones más pobreza material y espiritual es infame. Negligentes, no esperemos que nos honren, si no luchamos por un mundo mejor, por declararnos perdedores sin luchar. No enrarezcamos nuestras esperanzas y nuestros esfuerzos. Procuremos la justicia, la bondad, seamos generosos no mezquinos. Qué vergüenza legar dinero, ambiciones ensoberbecedoras, deshonor, perversión y cobardía. Todo ello constituirá haber ejercido la mayor violencia sobre aquellos que decimos amar más a nuestras vidas.

Nuestro mundo está colmado y harto de violencia. Padres y madres abandonan y se desentienden de sus hijos. Se rapta, se viola, se mancha la integridad ajena y la propia. Se comercia con personas de todas las edades y sexos, sobre todo con aquellos más indefensos, se secuestra y se mata por dinero. Hay jóvenes y hasta niños que asesinan a otros. Nadie escapa al generar rencor, odio, soledad y subdesarrollo humano. ¿Así queremos vivir, así queremos morir sin prenda alguna justificatoria de nuestras cobardías?

¡Ay conciudadanos, yo no invento tan infortunados hechos por todos conocidos! El poeta León Felipe ante todos los horrores que en su vida atestiguó, llegó a la conclusión de que “lo que se ha roto es la canción”. Tratemos de revivirla, hagamos de la vida un arte prioritario para construir rostros y corazones valientes y generosos, podemos hacerlo. ¡Hagámoslo!

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 397996

elsiglo.mx