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Las competencias básicas de la profesión docente

ROLANDO CRUZ GARCÍA

Cuando se habla de la formación en competencias profesionales y tratamos de contextualizarlas en el ámbito docente, suele repetirse con frecuencia que necesitamos formar profesionales competentes a partir de profesores competentes y le atribuimos a esta palabra un carácter adjetivo, que se diferencia mucho de la base sustantiva que el término competente tiene.

El rasgo esencial de la formación en competencias, estriba en la necesidad de una preparación sistemática para la adquisición de tales o cuales competencias, por lo tanto no es tan importante la materia aprendida, ni los contenidos programáticos, sino lo que efectivamente se aprende para lograr ser eficaz y competente, “la finalidad esencial es asimilar y emplear eficazmente lo que han aprendido” (Medina Rivilla y Domínguez Garrido, Madrid 1980)

Recordemos que para muchos el término competencia es sinónimo de actuación o de necesidad básica, pero el término “necesidades” parece haber facilitado el discurso común entre economistas, planificadores, psicólogos y algunos expertos educativos.

Por tal motivo Weiss (1993), aconseja que en el terreno curricular se reemplace el término necesidades de aprendizaje, que se presta a confusión, por otro más claro como capacidades básicas o competencias básicas. Estos últimos han sido manejados por UNESCO como términos que recogen con más precisión la función mediadora entre producto e insumo para la vida social productiva.

Abordar la formación profesional en términos de competencia, permite definir por un lado los productos esperados de un Proceso de Enseñanza – Aprendizaje (PEA) y por el otro los insumos necesarios para una vida social digna, (al hablar de esto nos referimos a capacitar para tomar decisiones, que es conjunción entre pensamiento y acción).

El llamado a formar competencias en el futuro profesionista se enmarca dentro del proceso de recontextualización del discurso pedagógico establecido para formar habilidades profesionales, ya que éstas buscan profundizar en un sentido vertical, para lograr que el individuo sea muy hábil en su área, pero al formar competencias, se trata de desarrollar una horizontalidad entendida como polifuncionalidad para asumir una realidad cada vez más global.

En resumen, puede asegurarse que tanto profesores como alumnos pueden y deben desarrollar las competencias antes mencionadas, que les permitan niveles relevantes de desempeño en cada uno de sus ámbitos de desarrollo; por ejemplo, para lograr la competencia de aprender a aprender, es necesario que maestros y alumnos privilegien la lectura como un asunto básico y permanente, retomen la escritura como actividad igual de importante y cotidiana (incluso la cursiva), desarrollen continuamente el pensamiento lógico-matemático, propicien la comunicación oral y escrita permanentemente (buscando siempre la efectividad comunicativa)

Cuando hablamos de la competencia pedagógica de un profesor, nos referimos a todas y cada una de las capacidades que el propio docente maneja para enfrentar su trabajo cotidiano y su mayor reto: la formación humana. Es necesario reconocer que tan magnífico reto no depende de un solo fenómeno educativo, sino que nos estamos enfrentando a una demanda multifactorial.

Incluso se ha aceptado como una verdad empírica que los alumnos, cuando egresan de las universidades, no saben cómo actuar en el mundo laboral y que habrán de aprender dicha actuación en el campo de la realidad; como si en la escuela superior enseñáramos cosas irreales o lejanas a lo que se enfrentarán en su vida profesional

Se ha hablado mucho acerca de las competencias que debemos formar en los alumnos, pero para lograrlo hay que repensar, redirigir y redimensionar la forma en que capacitamos a nuestros profesores, ya que es cierto que la mayoría de los claustros de maestros en este nivel se nutren de los mejores especialistas en cada una de las profesiones; especialistas que defienden con orgullo su pericia en el campo profesional y que trasladan sus modos de actuación a sus alumnos.

Esto sin duda es muy loable, pero se convierte en un hecho lamentable si tomamos en cuenta que el desafío actual es formar a nuestros alumnos para una realidad global en un mundo competitivo, en el cual su especialización sin versatilidad, puede convertirlo en un trabajador periférico, muy hábil en lo suyo, pero que no podrá responder polifuncionalmente ante dicha realidad global. Es por ello que los profesores deben poseer competencias pedagógicas que les permitan formar sólidos profesionales basados en la interdisciplinariedad. Por supuesto que en un claustro de profesores integrado por ingenieros, médicos, arquitectos, economistas, abogados, químicos psicólogos, etc., lo que se impone es una formación pedagógica en su sentido más amplio; es decir, que incluya actualización, superación, capacitación, profesionalización y competitividad que les permita percibir su profesión como ligada a un saber pedagógico por lo que este modelo basado en competencias docentes, responde a la integración de dos profesiones conjuntas.

Agradezco sus comentarios a: rolexmix@hotmail.com

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