Cuando analizamos en colectivo el trabajo cotidiano del profesor universitario, parte de nuestras discusiones giran en torno a los problemas que enfrentamos para formar a los futuros profesionistas y se discute aún si lo que se requiere es un maestro-profesional de la carrera afín a la que se imparte, o si es necesario un profesionista que haya tenido una vasta experiencia en el campo laboral o si lo que hace falta es un experto en educación superior; lo cierto es que para ser un buen profesor universitario lo que se requiere es convertirse en un maestro competente, es decir, aquel que posee lo que denominamos la “convergencia de saberes”.
Por un lado, el saber disciplinario (propio de la carrera que se imparte), el saber pedagógico (enseñar bien) y el saber aplicativo y transferible (conocimiento del mundo laboral).
Respecto a lo que hacemos al interior del salón de clases, ocasionalmente se reflexiona sobre los contenidos programáticos, algunas estrategias para abordarlos de la mejor manera, pero pocas veces se habla de aquellos aspectos que subyacen a la relación de la enseñanza del maestro y el aprendizaje del alumno.
En la formación de los docentes, entendida como un proceso de desarrollo integral del profesorado, es importante enlazar ambos aspectos y facilitar el descubrimiento por parte del maestro, acerca de las formas concretas que den significado al trabajo cotidiano con los estudiantes.
El desarrollo integral del docente debe cumplir primeramente con una función integradora que le permita lograr la mencionada convergencia y que le ayude a concretar sus competencias gradualmente, para ello cada institución educativa soluciona los problemas de capacitación de sus docentes de diferente manera y de acuerdo a sus circunstancias; desde aquellas que imparten cursos aislados sin ningún esquema que les dé coherencia, hasta las que tienen programas bien estructurados. Otras instituciones orientan sus esfuerzos a la capacitación disciplinaria, a la formación pedagógica o a ambas.
A esta forma irregular de abordar la formación del personal docente en las instituciones de educación superior, se añade el hecho de que una buena parte de los profesores aún cuando tiene conocimientos disciplinares, experiencia y buena voluntad, no tiene en realidad una sólida formación pedagógica, lo que implica que se repita “el papel de profesor” aprendido durante la época de estudios y que en muchas ocasiones está cargado de prejuicios que más que ayudar al proceso de aprendizaje de los alumnos, lo afectan.
Por supuesto que no es posible analizar en unos cuantos párrafos una problemática tan compleja como lo es la formación y el desarrollo de los profesores; sin embargo, bajo el supuesto de que el maestro universitario está interesado en ser un buen profesor, sí es posible invitar a la reflexión sobre dos aspectos de la práctica docente: para ser buen profesor, ¿es suficiente ser un experto en la asignatura que se imparte? Y si creo que soy buen profesor ¿realmente estoy propiciando aprendizajes significativos en mis alumnos?
Dale Lange, experto en la materia, asegura: “el término desarrollo de profesores es usado en la literatura para describir un proceso continuo de crecimiento intelectual, de experiencias y de actitudes de los profesores, donde continúan evolucionando en el uso, adaptación y aplicación de su arte y destreza” (Lange, D.1990).
Sólo añadimos que el desarrollo de los profesores implica la integración de las vivencias del trabajo cotidiano en el aula con los fundamentos teóricos de la didáctica y la pedagogía bajo el esquema siguiente: Actitud y valores del profesor + Habilidades de cómo enseñar + Conocimiento de qué enseñar.
Las ideas anteriores, implican la necesidad de una formación integral y humana que se refleja en los principios educacionales que fundamentan la mayoría de los modelos educativos universitarios, en este sentido, los modelos vienen impregnados de un pragmatismo valioso que define y orienta los fines de la universidad y su relación con la sociedad, al establecer los principios, el ideal y las dimensiones de la persona a formar; por razones obvias son los mismos principios, ideales y dimensiones de un programa de formación docente.
Dicho programa, deberá buscar un perfil que refleje los principios de una formación integral, tolerante, plural, pertinente, equitativa, responsable y solidaria que permita el diálogo en un ambiente de libertad e inmersa en los valores éticos universales. Como parte de la formación integral, buscará desarrollar las dimensiones intelectual, factual y actitudinal, lo que lleva a considerar la visión del profesor ideal tal y como es conceptualizado en los nuevos modelos universitarios.
Respecto a las competencias docentes en los nuevos modelos educativos, la Conferencia Mundial sobre la Educación celebrada en 1998 por la Unesco, ha tenido una influencia muy fuerte en los sistemas educativos de la mayoría de los países del mundo; la introducción de nuevos conceptos y de una nueva visión educativa han orientado los esfuerzos que se realizan para adecuar los sistemas y modelos educativos a estas nuevas concepciones.
En dicha conferencia se habló sobre la necesidad de propiciar aprendizajes permanentes y la construcción de competencias que contribuyan al desarrollo cultural, social y económico de una sociedad que entra en una nueva etapa: la sociedad de la información y el conocimiento.
En México la Asociación Nacional de Universidades e Institutos de Educación Superior (ANUIES) retoma las nuevas concepciones y señala que es importante la vinculación entre la educación, el sector productivo y las grandes metas nacionales; además, señala que debe existir una relación entre los diferentes niveles educativos y la educación superior, siendo la educación basada en competencias, el elemento que proporcione coherencia y articulación a estos diferentes niveles. En la siguiente entrega, los atributos de un profesor universitario competente.
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