La felicidad, para pensadores como Platón, consiste en gozar de una fuerte vitalidad en que se incluya todo nuestro aspecto biológico, que prácticamente es inconsciente, así como todos aquellos procesos que sí están en nuestra conciencia, como son, nuestros raciocinios y la experiencia de nuestros sentidos del oído, vista, gusto, tacto y olfato.
Pero para el filósofo griego Aristóteles, esto no es suficiente, ya que para este pensador, los factores que de manera segura conducen a la fidelidad son la virtud, la prudencia y el placer. Para Aristóteles, todo ser humano puede elegir entre tres grandes actividades: la vida política, la vida filosófica y la vida del placer.
La vida filosófica se encamina a observar en nuestra conducta diaria todo aquello que abarque la prudencia, la averiguación de la verdad, y regir nuestra vida por estos dos grandes factores: prudencia y verdad. En cambio, la vida política consiste en dedicarnos a emprender nobles acciones y todo aquello que redunde en beneficio de nuestra ciudad. Recordemos, que para Aristóteles, el hombre es un “animal político”, y en tal sentido, debe dedicarse a los asuntos públicos de su ciudad, pero con una total nobleza y decencia. Y por su parte, la vida del placer consiste en gozar de los placeres corporales.
Pero el mismo Aristóteles, admite que hay muchas circunstancias que obligan a que algunos rechacen seguir viviendo, y sobre todo cuando se trata de personas con graves enfermedades que les causan mucho sufrimiento físico. Para este filósofo, si a la persona que iba a nacer se le hubiera dicho que su vida estaría plagada de desgracias y sufrimientos, con seguridad, el aun no nacido hubiera escogido no nacer. La idea de que vamos a morir perturba a muchos en su afán de ser felices. ¿Pero para qué quisiera vivir eternamente alguien que sufriera siempre? Ni aun el más dichoso de los mortales se escapa de algunos intensos sufrimientos. Por lo que realmente, si lo pensáramos detenidamente, sería horroroso el solo pensar que podríamos vivir eternamente.
¿No será, que en el núcleo del espanto a morirnos, inconscientemente pensemos, en qué tal, si después de nuestra muerte nos esperen otras nuevas vidas? Creo, que todos estaríamos más serenos ante nuestra propia muerte, si realmente creyéramos que verdaderamente moriríamos para siempre.
Al griego y filósofo Anaxágoras, un hombre le preguntó: ¿por qué razón se escogería existir que no existir?, a lo que le contestó este filósofo: “Para conocer, el cielo y el orden de todo el universo”. Sin duda alguna: para un porcentaje de personas, el contemplar la naturaleza en todo su esplendor, la bóveda celeste tachonada de estrellas, y el firmamento azul alumbrado por nuestro Sol, todo esto, es una de las fuentes más seguras de las que brotan intensísimos momentos de felicidad. ¿Pero sólo momentos? , nos podemos preguntar lastimeramente. A esto, podríamos aplicar el genial pensamientos de Goethe, reflexión que acuñó cuando escribía acerca del valor del “instante”: “Detente, eres tan hermoso”. O bien lo que en otra ocasión dijo también Goethe: “Tenemos que darle a los momentos fugaces un valor de eternidad”.
Los seres humanos somos influenciados por múltiples factores en relación a todo aquello que elegimos a fin de ser felices: nuestros genes, el trato que nuestros padres nos dieron en los primeros cinco años de vida, nuestra educación, el medio social en que nos desarrollamos en nuestra niñez y adolescencia, la influencia de algún libro, o de un poema, los éxitos y fracasos de nuestros padres, etc.
Todo esto, ejerce una poderosa influencia al momento de elegir una forma determinada de vida; elección que resulta determinante para nuestra felicidad o infelicidad.
Pero independientemente de los anteriores factores, es cierto, que gozar de placeres del cuerpo es una de las fuentes de la felicidad, pero siempre y cuando esos placeres no nos conduzcan a males ciertos. Comer con gusto y moderación, es un buen placer, pero comer como un atragantado glotón, se antepone a la felicidad, pues la glotonería es causa de enfermedades y de la propia muerte. Y así, sucesivamente, debemos de ir analizando cada placer físico: ¿cuáles son deleitables, provechosos, no dañinos ni contrarios a nuestra buena forma de vivir?
Nos recuerda Critilo, que a través de la humanidad, las personas de mayor sabiduría y dignas de crédito, se han inclinado casi de forma unánime, a otorgarle a vivir una vida dentro de la virtud y de la prudencia, como las dos fuentes más seguras y duraderas para nuestra felicidad.