En ocasión del Día de las Madres, cabe reflexionar que en México las celebramos ruidosamente y con mucho orgullo nos declaramos fervientes allegados a dicho festejo, pero poco hemos reparado en la importancia que tiene la figura materna, en una de las tantas áreas en las que la “jefa” es extraordinariamente valiosa: la educación.
La verdadera educación del niño comienza antes de su nacimiento e inicia con la propia educación de los padres, quienes deben prepararse interiormente con mucha antelación mediante una mejor comprensión del amor como pareja. La madre, consciente de los poderes que le ha dado la naturaleza, trabajará para dar a este nuevo espíritu, un cuerpo físico y psíquico, hecho con los mejores materiales. Si millones de padres en el mundo decidieran prepararse para hacer este trabajo, la humanidad se transformaría radicalmente en tres o cuatro generaciones.
“La educación de un niño comienza veinte años antes de su nacimiento, con la educación de su madre” (Napoleón). La experiencia y los estudios científicos han demostrado que la madre graba profundamente en su hijo lo que ella misma es. Si existe un período durante el cual la madre desempeña un papel preponderante en lo que serán las tendencias y hábitos morales de su hijo, es, ciertamente, el período prenatal y tan íntima es la participación orgánica del niño y de su madre como grande es la interdependencia en lo físico y en lo moral.
En el transcurso de esos nueve meses de pre-educación, la madre puede pensar que ayuda a su hijo a llegar a ser lo más grande, siéndolo ella misma, puede ayudarle a ser tranquilo permaneciendo en calma, a ser sonriente si sonríe siempre, a ser fuerte siendo valiente y a ser bueno siendo bondadosa para con todos.
Las mejores condiciones físicas y psicológicas para que el niño se desenvuelva lo más sanamente posible, son las que se derivan del hecho de ser deseado, esperado.
La solidaridad tan íntima que une a la madre con su hijo, lejos de desaparecer cuando éste viene al mundo, continúa durante largo tiempo. Por eso es tan esencial que se encargue la madre misma de la educación y cuidado de su hijo y no se resigne a confiarlo a otros, más que en casos de fuerza mayor.
Los niños deben aprender a estar solos, a divertirse solos. Si la madre o persona encargada de su cuidado se las ingenian para llenar cada uno de sus minutos, aunque no siempre sea presencialmente, se acostumbrarán a estar felices. Conozco niños que acaparan a su madre desde los primeros años, preguntándoles constantemente: “mamá, ¿qué hago?”, o “mamá cuéntame un cuento”, etc. Estos niños sufren a consecuencia de su continua agitación y el vacío del tiempo constituye para ellos un problema imposible de resolver. Es con su maternal e irreemplazable sonrisa, mucho más que cediendo a los caprichos de su hijo, como da la madre su ración de cariño.
El razonamiento con los niños muy pequeños debe reducirse al mínimo, puesto que no están aún en posesión de su pensamiento lógico. Querer hacerle razonar demasiado pronto es como si se quisiera hacerle andar a los seis meses. Se corre el riesgo de convertirlo en dependiente para toda su vida. Uno de los mayores servicios que se pueden proporcionar al niño es reglamentar sus hábitos, porque es como liberarlo de una responsabilidad que todavía no tiene y que les ayudará más adelante a enfrentar trabas, incertidumbres e inhibiciones.
El papel de mamá es el de facilitar su desenvolvimiento moral y físico, ayudarle a conquistar su verdadera libertad; el orden y la regularidad son casi tan indispensables en esta edad como el cariño. Depende de su madre incluso que a temprana edad el pequeño sepa leer.
El libro donde aprenderá el niño a discernir lo que es necesario hacer o no hacer es el rostro de mamá; con sus distintas expresiones, el niño sabe lo que se quiere de él y cada vez que su manera de ser corresponda a la voluntad, mirada y sonrisa de su madre, le dirán: “Está bien”. Cuando la mirada amorosa y la sonrisa desaparezcan y sean reemplazadas por una expresión seria, tendrá el niño la impresión de un “está mal”. Su lenguaje, si bien él no comprende todavía las palabras, tiene un sentido que él aprecia. Un tono de enfado y otro acariciador no son lo mismo para él; las inflexiones de la voz refuerzan notablemente la comprensión de la sonrisa o la seriedad.
Es un contrasentido obligar a un niño a repetir muchas veces “buenos días” con el pretexto de acostumbrarlo, o para divertir a los concurrentes o hacerlo parecer un adulto chiquito, si bien es cierto que los pequeños desean comportarse como personas mayores. Es importante evitar hablarle a los hijos en lenguaje de “bebés”, cuando han dejado de serlo, por enternecedor que éste sea.
El papel de las madres en la educación “formal” de sus hijos es un asunto poco estudiado y menos discutido, por lo que es necesario redimensionar esta función para que sirva de puente entre las primeras experiencias del niño con actividades desarrolladas en la casa, como el jugar, el colorear, identificar objetos, formas y colores, por mencionar algunas, con el inicio propiamente dicho de su instrucción escolar.
El objetivo de la educación desde la perspectiva de los investigadores (sociólogos, psicólogos y pedagogos), es que la mejor forma de ayudar al rendimiento escolar de los niños y las niñas, se da reduciendo la distancia y las disonancias entre la casa y la escuela; sin embargo, la noción de participación familiar en la educación (de forma diaria y regular) particularmente en preescolar y primaria, es la que permite el inicio de las primeras estrategias para asegurar el éxito académico.
Estas ideas se fueron ampliando en un gran abanico de posibilidades para fomentar la responsabilidad de la coparticipación civil. Sin embargo, se formulan dos tipos de participación: la obligación de las familias de crear un ambiente positivo para el aprendizaje de sus hijos y la implicación individual y obligatoria de los padres de trabajar en colaboración con la escuela de una forma regular, para ayudar en el mejor desarrollo de la adquisición de conocimientos de sus hijos.
La educación se ve ahora como una prerrogativa de los profesionales, es decir, los profesores, ellos tienen en sus manos la posibilidad de permitir la colaboración de los padres para que se produzca el cambio deseado; estas expectativas de cambio en la educación y la necesaria colaboración familiar con las escuelas tienen implicaciones en los papeles que desempeñan los alumnos en la escuela y dentro de la familia.
Para finalizar, quiero reconocer ampliamente el extraordinario papel que desempeñan las mamás en el diario trajín de la vida escolar, sin ellas sería prácticamente imposible educar y educarnos, con su cariñosa guía y acompañamiento, ser alumno es mucho más fácil. Un millón de gracias a mamá por ser y estar siempre.
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