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Las ‘maras’ y su cambio de ‘piel’

Antes las maras estaban integradas por jóvenes que buscaban el dominio del territorio sobre otras pandillas y ahora lo que buscan es el lucro. (Archivo)

Antes las maras estaban integradas por jóvenes que buscaban el dominio del territorio sobre otras pandillas y ahora lo que buscan es el lucro. (Archivo)

El Universal

Ante el peligro de ser asesinados por escuadrones de la muerte, los pandilleros que integran estas bandas centroamericanas están abandonando los tatuajes y las vestimentas que los identifican para pasar inadvertidos.

Los nuevos mareros van por la calle sin ninguna característica que les delate. Vestidos con ropa formal y sin un solo tatuaje visible, los pandilleros están más activos que nunca en sus extorsiones y otros delitos.

Los asesinatos en Guatemala, que grupos de derechos humanos han calificado de campaña de limpieza social, y las leyes antimaras de Honduras y El Salvador hicieron que los pandilleros adoptaran un perfil bajo y métodos más sofisticados para delinquir.

“Ahora van bien planchados, con su camisa limpia, pero igual nos cobran el impuesto (extorsión), igual arman las balaceras. Acá se oyen tiros todos los días”, dijo Aura Escobar, una residente del barrio El Mezquital donde recientemente el Gobierno emprendió una campaña para limpiar las paredes de los grafitis de las pandillas.

También las formas de delinquir han evolucionado. Sammy Rivera, asesor de seguridad de la Sección Antinarcóticos de la Embajada de Estados Unidos en Guatemala, dijo que tienen información sobre los pandilleros que reclutan “gente con estudios de bachillerato y universidad”.

Ingrid Vicente Rodríguez, una mujer que dejó a su esposo, su trabajo en el Gobierno, sus estudios de leyes y a sus hijos para seguir a un pandillero, es uno de esos casos. Con su ayuda, dice, las pandillas de la peligrosa zona de Villa Nueva, encontraron nuevas formas de delinquir.

“Ellos son unos muchachos sin experiencia de lo que se puede hacer. Con todo lo que yo sabía, los sacaba de presos, me ganaba dinero fácil. Si el juez me pedía mil quetzales (de soborno), les decía que eran 3 mil (unos 400 dólares) y ellos me los daban... no sabían ni manejar ni carro ni moto yo les enseñé a todos a manejar”, dijo Vicente Rodríguez. Esta ex pandillera es ahora testigo protegido en un caso que se lleva contra unos pandilleros.

“Si de una extorsión salían 40 mil quetzales (unos 5 mil 300 dólares) al mes, a mí y otras dos personas que somos estudiados, nos tocaban unos 10 mil (unos mil 300 dólares)”, añadió.

Además de sus estudios, tenía en su favor no parecer pandillera. “Así me era muy fácil traer armas de El Salvador, ya con eso me ganaba 5 mil quetzales (unos 660 dólares) en un día”, recuerda al referirse cómo sus actividades criminales le reportaban mucho más de lo que podía ganar como recepcionista en el Ministerio de Finanzas o si hubiera concluido sus estudios para convertirse en abogada.

ALTO COSTO

Igrid Vicente Rodríguez dejó la pandilla tras el nacimiento de su hijo. Abandonar esa organización le costó que los mareros mataran a su hermano y, luego, a su compañero sentimental.

La ex pandillera y los policías que la contactaron para convertirla en testigo protegido, aseguran que ella fue de las primeras personas con estudios en formar parte de una mara. Ella entró a la clica (célula) Coronados Locos, de Ciudad del Sol en Villanueva en 2002.

Ahora, explica, la mayoría de pandillas ha adoptado el modelo de contar con pandilleros o, al menos, asesores con estudios secundarios o de universidad.

El subdirector de la Policía de El Salvador, José Luis Tovar, también indicó que en el país vecino hay pandilleros con estudios universitarios. Agregó que antes las maras estaban integradas por jóvenes que buscaban el dominio del territorio sobre otras pandillas y que ahora lo que buscan es el lucro.

En El Salvador y Honduras, los pandilleros respondieron de la misma forma a las leyes antimaras o a los planes de “mano dura”. “Como los tatuajes servían para que un juez los identificara como miembros de una pandilla, ahora son más discretos”, explicó el comisario de la Policía hondureña, Héctor Iván Mejía.

Los placazos, como llaman a los grafitis, y los tatuajes en lugares cada vez más visibles formaban parte del estatus dentro de la pandilla. Tatuados con los números o las letras de su pandilla, los jóvenes se congregaban en las esquinas de los barrios para “representar” a su grupo.

“Hoy ya ni se puede salir a la calle, donde nos miren (los policías) allí nos dejan (muertos). Por eso les decimos (a los nuevos pandilleros) que no se tinteen (pinten) la cara”, dijo Héctor Giovanni Estrada, un pandillero de 25 años de edad apodado el “Little Crazy”, quien tiene su rostro completamente tatuado con los símbolos de su pandilla.

Estrada está preso junto a otros miembros de la Mara 18 en la cárcel de Chimaltenango, una localidad ubicada 60 kilómetros al oeste de la capital guatemalteca.

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Escrito en: maras

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