El 11 de julio de 1999 nos reunimos un grupo de amigos de Óscar Flores Tapia para recordarlo en el primer aniversario de su muerte, sucedida dieciséis años después de su injusta defenestración del cargo. Desde entonces, año tras año, se repite el acto de reconocimiento público para uno de los mejores gobernadores que tuvo nuestra entidad en el siglo XX.
La sociedad civil de Saltillo empezó entonces a percatarse de que ya no era ni volvería a ser la misma población tranquila y solariega que fue en los decenios anteriores. De ahí que los comentarios públicos se desgranaran en torno al inusitado fenómeno de crecimiento urbano y demográfico de Saltillo: ¿Te has dado cuenta de lo complicado que se ha vuelto el tránsito vehicular en nuestra ciudad?... ¿Has notado que no conoces a nadie cuando vas a comer a La Canasta?... ¿Y te has fijado que nadie nos conoce ni nos pela?...
La ciudad se expandía con rapidez a lo largo de las calzadas y bulevares que había construido el Gobierno de Flores Tapia al Norte, al Sur, al Oriente y al Poniente de Saltillo: en toda su periferia. Aquellas amplias avenidas –que las voces de los eternos inconformes calificaban de innecesarias o de haber sido construidas para las liebres y los conejos– empezaban a cumplir con su objetivo de facilitar el ingreso y desahogo del tránsito vehicular así comunicar el enjambre vial que hacía muy poco tiempo cruzaba por calles aledañas al Centro Histórico.
Se levantaron ab ovo las estorbosas vías del ferrocarril que por más de un siglo impidieron el crecimiento de nuestra mancha urbana hacia el Norte y fueron sepultados en el pavimento los rieles que estorbaban en el Poniente. Al mismo tiempo se recuperó el amplio terreno que los ferrocarriles usaban como patio para el movimiento de trenes. Allí se impulsó un desarrollo comercial y de oficinas públicas y se construyeron sendos edificios para el Congreso del Estado, para el Supremo Tribunal de Justicia, para el Ayuntamiento y fue erigido el Teatro de la Ciudad, después bautizado con el nombre de Fernando Soler, Poco después el Palacio de Gobierno, sede del Poder Ejecutivo, sería reparado y acrecido al tiempo en que se remodelaba la Plaza de Armas.
Muy lentamente en el siguiente sexenio, pero luego con mayor dinamismo en los subsiguientes, la ciudad de Saltillo creció, creció y se volvió ancha y ajena, si nos vale parodiar el título novelístico del peruano Ciro Alegría en 1941.
La tierra urbana empezó a llenarse de nuevas construcciones y negocios, mientras que los baldíos vecinos se revaluaban al ritmo de los años, la ciudad incrementaba su importancia. Los extensos y áridos predios que los tatarabuelos saltillenses habían adquirido por algunas pesetas y centavos ya valían cientos y miles de pesos y aun de dólares por cada metro cuadrado. Muchos ancianos no llegaron a ver y menos a disfrutar el moderno fenómeno de la plusvalía, que trajo un cambio en la mentalidad de muchos nuevos adinerados.
Esta entidad, que con mucho esfuerzo pudo consolidar, a lo largo de casi un siglo, los cimientos educativos de tres instituciones superiores de educación en el Estado –la Universidad de Coahuila, la Universidad Agraria y el Instituto Tecnológico de Coahuila– contemplarían la saturación de las cinco ciudades más importantes con miles de estudiantes, lo cual estimuló el arribo de nuevas y diversas opciones educativas para la formación profesional de nuestra juventud.
Cholón Leal –saltillense de nacimiento y lagunero de formación– pudo advertir el resultado de los primeros esfuerzos de modernización de vialidades en los cuales participó su empresa constructora bajo el Gobierno de Óscar Flores Tapia, construyendo -al alimón con Jesús Flores Luna– muchas de las calzadas, bulevares y avenidas que después causarían asombro e incredulidad en propios y extraños que no habían visto un esfuerzo similar, y por ende azorados disminuían la ingencia de las obras...
Hoy, sin embargo, los personajes antes mencionados estarían admirados al contemplar la transformación vial de Saltillo y de otros municipios de Coahuila que ha sido acometida por el Gobierno de Humberto Moreira con un dinámica al tamaño de la mostrada hace treinta años por Óscar Flores Tapia; y tanto, que hasta las expresiones de crítica y oposición a estos nuevos logros parecen trascendidas de aquellos años. Pronto habrán de inaugurarse nuevos puentes elevados en el bulevar Nazario Ortiz Garza e iniciarse otros en diversos cruceros: con la calzada Echeverría, con los bulevares Valdés Sánchez y Fundadores y con las varias vías de acceso a los desarrollos inmobiliarios que hoy pueblan el bajo faldeo al Norte de la sierra de Zapalinamé.
Saltillo ha cambiado mucho, es cierto, pero necesitamos transformar también nuestra mentalidad para poder valorar el tamaño y el significado del esfuerzo gubernamental y hacer que se cumpla su impulso a nuestra economía por medio de la generación de empleos. Debemos acelerar el ritmo en que crece nuestra ciudad y nuestro estado; así podremos ser mejores en todo, hasta en el modo de observar, analizar y censurar lo que nos guste y lo que nos disguste.