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Las penas capitales

Gilberto Serna

¿Es el ser humano irredimible, en este mundo donde impera el salvajismo, por lo que procede ejecutarlo, como se hace en un hospital cortando una pierna gangrenada, antes de que contamine el resto del cuerpo? ¿El segarle la vida a los delincuentes es un castigo ejemplar que ha ayudado ha disminuir la delincuencia, en nuestro país? ¿Las penas draconianas, caso de la prisión de por vida, han logrado persuadir de que a las personas no les conviene copiar la conducta criminal? No lo sé. Los tiempos van cambiando, lo que ayer daba lugar a una larga condena o aun a la pena de muerte, viendo su inutilidad para acabar con el crimen, dio paso a que los estudiosos del tema abjuraran de la idea de aplicarlas. Es un hecho que la prohibición contenida en el decálogo de no matarás, estaba presente en la mente de los juzgadores. Los autores de sesudos libros, que escriben desde la tranquilidad de sus oficinas, argumentan que la pena de muerte es un castigo inhumano, pero necesario.

En nuestro país, los gobiernos reaccionan tardíamente, cuando ya se ha cometido un crimen nefando que alarma a la opinión pública, proponiendo el incremento del tiempo que los autores deben permanecer en la cárcel. En efecto, un menor de 14 años fue asesinado por sus secuestradores, después de ser “levantado” cuando iba de la escuela acompañado de un chofer y un guardaespaldas. Este último, a pesar de las heridas causadas, quedó vivo para relatar quiénes participaron en el evento. En un retén, aparentemente legal, policías disfrazados de policías, supuestos guardianes del orden cumpliendo una función que no les correspondía, detuvieron el vehículo en que viajaba plagiando al jovencito, al que luego inmolaron mientras exigían a los familiares un rescate. Habían cobrado o no la suma de dinero acordada, el caso es que días después dejaron el cuerpo inerte del menor en la cajuela de un auto abandonado.

La respuesta de las autoridades, aumentando las penas de prisión, ha sido más con el pretendido propósito de calmar a la opinión pública que realmente para disuadir a los ganapanes que sigan en sus actividades.

El enjaular a los criminales de hoy, por un lapso cada vez mayor, parece no hace desistir a los hampones de seguir delinquiendo. Bueno, seamos realistas, ni la pena de muerte ni la amenaza de aplicar la cadena perpetua ha sido suficiente para acabar de tajo con estos crímenes. Las penas drásticas en que el delincuente debe permanecer de por vida en prisión, cuando permitimos que surja la impunidad de altos estratos sociales que descaradamente delinquen a la vista de todos, no es lo que requiere la justicia.

O todos rabones o todos coludos. Unos aguantando los malos tratos, siendo carne de presidio. Otros francamente favorecidos empleando sus influencias para escapar a un justo castigo, mofándose de la justicia, diciéndose intocables, dando paso al desenfreno, a la inmoralidad y a la desvergüenza social.

Los que están a favor de que se aplique en México la pena de muerte dicen que su vigencia reduce los delitos, previniendo no se repitan dado que es un castigo ejemplar. Los que están en contra dicen que la experiencia apunta a que no se reduce el crimen, puede llevar a la ejecución de personas inocentes y supone una pena discriminatoria, pues los pobres no tienen dinero ni agarraderas, para ofrecer una defensa adecuada en el corrupto sistema legal que impera en México.

La mera verdad es que asusta, pues no gozamos de una impartición de justicia, a nivel federal, que sea garantía de una correcta aplicación que se desligue de motivos políticos y de la presencia de intereses monetarios. Es decir, no estaríamos seguros de que se aplicara con la imparcialidad que estos asuntos requieren. En fin, ¿puede aceptarse la venganza social, como razón para tomar una vida humana? He ahí el dilema. Volver obligatoria la cadena perpetua para acabar con los secuestros, ¿será la solución? No parece viable, en tanto la ley no se aplique a todos por igual. Empezando con quienes delinquen desde el poder público. Si fueran a la cárcel, como cualquier hijo de vecino, otro gallo cantaría.

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