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Las pitarrillas

Gilberto Serna

A ver, a ver, ¿cómo está eso de que la lideresa de un sindicato nacional obtuvo vehículos cuya adquisición es una bofetada a la economía del magisterio? Debemos creer que si pudo comprarlos es por que tenía dinero suficiente para invertir en esos juguetes. ¿Pues de otra manera, para qué diantres sirve el dinero? La compra, en una economía de libre mercado, es perfectamente legítima. Asómese a la calle y verá ¿veía hace algunos meses?, lujosos carros que circulan ¿o circulaban? en el pasado reciente, en esta ciudad. Eran carros aerodinámicos, chulísimos, cuya confección incluía en su interior un confort inimaginable. Hace algunos años había un comercial en la tele que daba cuenta de que eran vehículos para el hombre que habría triunfado en la vida. No decía que el triunfo significaba que había obtenido dinero a manos llenas ni oponía reparo a cómo lo había logrado. Las empresas concesionarios que ofrecían suntuosas unidades se abrieron por todos los rumbos de la ciudad. Ahora, como por ensalmo desparecieron de la vista de los transeúntes, me refiero a los autos. Las empresas automotrices se advierten vacías excepto algún despistado que no se ha dado cuenta de que, circular a bordo, puede ser fatal para su bolsillo, cuando no para su salud.

A principios de la década de los cincuenta, cuando la Ciudad de México era gobernada por el inolvidable Ernesto P. Uruchurtu, que cubrió de gladiolos los camellones del Paseo de la Reforma, sus cortesanos en la tesorería, con fondos del presupuesto, lo dotaron de un auto Packards, último modelo, que, entre otras monerías, contaba con un radio de los que había unos pocos en la ciudad. Cundió el pánico en la corporación policíaca, cuando estacionado en una calle céntrica, el vehículo fue víctima de los ladrones quienes se llevaron el aparatejo sin importarles quién fuera el dueño. El jefe de la Policía metropolitana, desesperado se jalaba los pocos pelos que aún le quedaban en la mollera, al ser informado del hecho, su reacción fue: repónganlo a como haya lugar “que el patrón no se entere”. Buscaron y rebuscaron al amante de lo ajeno, nada; en los comercios, nada; traerlo del otro lado de la frontera, demasiado tiempo. Había que encontrar una solución que demostrara imaginación. No tardó mucho. El Carrizos, en esos días un impúber, recién capturado en estos días, según dice El Siglo de Torreón del miércoles último, fue contactado con la consigna de sustraer de otro automóvil idéntico, mismo modelo y marca, el radio que de inmediato repondría el robado.

La metrópoli era en aquellos días un paraíso habitado por cuatro millones de seres humanos, sumados a los dieciséis millones que había en el resto del país. Aún se podía uno subir a un tranvía eléctrico y viajar sin sobresaltos de un lado a otro de la ciudad, en poco tiempo. Los monarcas aztecas Ahuizotl e Izcóatl, estatuas colosales hechas en bronce, por razón natural el óxido las cubriría de verde recibiendo el mote de Los Indios Verdes, que en esos años vigilaban como centinelas la llegada de los viajeros que provenían de la provincia, a su entrada por la avenida de los Insurgentes, a la muy noble y leal Ciudad de México. Se construía el rascacielos de la Latinoamericana en las calles de San Juan de Letrán en su convergencia con la avenida Madero. En los primeros años de los cincuenta Fidel Velázquez ocupaba la secretaría general de la poderosa Confederación Trabajadores Mexicanos. Los líderes se reelegirían año tras año, igualitito que ahora.

Pero, en qué estaría pensando la lideresa cuando decidió que el regalo no fuese uno cualquiera, sino precisamente 59 vehículos, tipo castrense, una idea que le surgió a partir de que vio por la calle rodando un cacharro de ésos al que sólo le faltaba una metralleta y varios soldados manipulando sus controles. ¿Qué habrá pasado por su imaginación? Es cierto que las Hummers tienen un aspecto imponente, pero las primeras declaraciones con las que quería justificar su adquisición era que los líderes seccionales tendrían la oportunidad de manejar las unidades todoterreno, tratándose de un transporte utilitario, dándose la oportunidad de asistir a escuelas remotas retiradas de un acceso por cómodos caminos. Después de que hubo un rechazo generalizado y que la SEP negó que se hubiese autorizado la compra de vehículos automotores como consecuencia de un acuerdo salarial, llegó a la conclusión de que sería inútil, pues además los líderes magisteriales citadinos no están acostumbrados a moverse un centímetro fuera del pavimento. De ahí que haya resuelto que los docentes rifaran unidades cuyos boletos no será fácil colocar. Al parecer hay en el trasfondo una actitud bélica. La maestra usa tenis de correr, no zapatos de tacón. En fin, por cualquier lado que se vea es un derroche ofensivo. Los maestros son maestros no encargados de una vecindad en donde se vendan pitarrillas.

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