Nueva York.- Las señales están más claras que nunca. La contienda por la candidatura presidencial demócrata parece haber llegado a su fin. A estas alturas es casi imposible que Hillary Clinton logre arrebatarle la nominación a Barack Obama. La cobertura de los medios electrónicos e impresos prácticamente da por enterrada la candidatura de Clinton y la pregunta que todos se hacen es ¿por qué sigue la senadora en la contienda?
Los argumentos para que Clinton arroje la toalla y conceda son poderosos. En primer lugar, es ya matemáticamente imposible que la senadora alcance en el número de delegados a Obama. La distancia entre ambos es hoy de casi 200 delegados y las tres contiendas que restan en el calendario -Puerto Rico, Montana y Dakota del Sur- suman apenas 87 delegados. En otras palabras, Obama está a menos de 50 delegados de convertirse en el candidato presidencial demócrata.
En segundo lugar, Obama lidera ya a Clinton en el número de superdelegados (318 contra 274). Finalmente, en cuanto a finanzas, la campaña del senador afroamericano sigue rompiendo records de recaudación, al tiempo que la de ella está en números rojos.
Pese a todo lo anterior, Clinton decidió continuar con el proceso hasta el final. Para algunos, el motivo principal de que la senadora permanezca luchando por la candidatura obedece a una ambición de poder desmedida, a que Clinton está haciendo todo lo posible para que Obama llegue a noviembre debilitado frente a McCain y así ella pueda volver a buscar la nominación de su partido en 2012. Para otros, Clinton está apostando a ser la número dos en la fórmula demócrata, esperando a que Obama se dé cuenta de que sólo con ella como vicepresidenta podría derrotar a los republicanos en noviembre.
Sin embargo, dejando de lado las explicaciones dignas de Maquiavelo, Clinton se mantiene en la contienda por una cuestión de principios. Nunca antes en la historia electoral de Estados Unidos una mujer había estado así de cerca de convertirse en la candidata presidencial de alguno de los dos grandes partidos políticos.
Habrá que esperar un tiempo para ver cuáles fueron los errores y las razones por las que la senadora no consiguió la candidatura presidencial, pero hay que reconocer también que haber ganado 20 elecciones primarias, recaudado casi 200 millones de dólares y obtenido más de 17 millones de votos es un hecho histórico para una mujer en Estados Unidos.
Es necesario reconocer también que, como han denunciado algunas feministas y columnistas, como Marie Cocco, del Washington Post, a lo largo de todo el proceso que está por terminar se asomaron actitudes sexistas y misóginas en torno a la candidatura de la senadora Clinton. Lo mismo en la forma condescendiente en la que John Edwards habló sobre la senadora al respaldar a Obama, que en los análisis de algunos comentaristas de los noticieros, que en los blogs o en los correos de lectores de los medios impresos, a Clinton se le juzgó más por no ser “lo suficientemente mujer” o, en contraste, por jugar con la carta femenina en el proceso electoral al derramar lágrimas o pedir la solidaridad de las votantes, que por sus propuestas o por su capacidad para ser Comandanta en Jefe.
Los demócratas hicieron historia al tener como finalistas de su proceso electoral a una mujer y a un afroamericano, pero de cara al futuro, para las mujeres que después de Clinton intenten competir por la Casa Blanca tendrán como referente inmediato la candidatura presidencial de la ex primera dama. Recientemente el New York Times publicó un reportaje en el que se examinaba a las “herederas” de Clinton, un grupo de mujeres que están en la política y que podrían ser las aspirantes presidenciales de la próxima década. El ejercicio era un poco pesimista. Por ahora, Clinton se ha ganado el derecho de seguir en la contienda hasta el final, no por terquedad, sino por principios.
Politólogo e Internacionalista
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