Carmen Montejo se conmovió con el homenaje. (El Universal)
El Universal
MÉXICO, DF.- Hay que llorar. O reír. O ponerse de pie y aplaudir. Algo hay que hacer ante Carmen Montejo, quien está ahí, en el proscenio del teatro Tepeyac, a sus 82 años, haciendo lo que siempre ha hecho: actuar. Su rostro se descompone hasta convertirse en la desencajada Andrómaca, personaje que interpretó hace 47 años en la obra Las Troyanas.
Recita el monólogo con lucidez y encanto: “Amadísimo hijo, mi riqueza: vas a morir en manos de tus enemigos. Vas a dejar solitaria a tu madre infeliz...”. Son cinco minutos de tragedia que estrujan, igual que hace 47 años en este mismo teatro.
De inmediato, Montejo transita hacia otro personaje, casi balbuceante por el exceso de alcohol: “Papá, papito, ¿es cierto que tienes los ojos colorados como las ratas?”. Es un fragmento de “¿Quién le teme a Virginia Woolf?”, obra con la que, por primera vez se llenó el teatro Tepeyac, ubicado al norte de la ciudad, muy lejos del circuito de teatros.
Y remata con un verso de “Bodas de sangre”, la obra de Federico García Lorca en el que interpretó a la madre: “Vecinas: con un cuchillo, / con un cuchillito, / en un día señalado, entre las dos y las tres, / se mataron los dos hombres del amor. / Con un cuchillo, / con un cuchillito / que apenas cabe en la mano, / pero que penetra fino / por las carnes asombradas / y que se para en el sitio / donde tiembla enmarañada / la oscura raíz del grito”.
Carmen Montejo termina. Los fragmentos de estas tres obras le dieron luz y son leyenda del teatro mexicano en el Siglo XX. Y ya se sabe que el teatro es un arte fugaz e irrepetible, que sólo se puede guardar en la memoria de quien vio las funciones. Pero Montejo se permitió el lujo de traerlos de vuelta la noche del jueves, durante la ceremonia en la que se le agregó su nombre al teatro Tepeyac. Fue su manera de dar las gracias.
La iniciativa de ponerle su nombre a un teatro nació de Cris, amiga por años de Montejo.
Lilia Aragón, dirigente de la ANDA, lo retomó y se lo platicó a Juan Molinar Horcasitas cuando ambos eran diputados. Los vaivenes políticos llevaron a Molinar a la dirección del Instituto Mexicano del Seguro Social, dueño de 75 teatros en todo el país. Hace dos año intentaron destruirlos, porque les parecían innecesarios, edificios inútiles. El director Miguel Sabido encabezó una exitosa campaña para rescatarlos.
Al teatro Hidalgo le agregaron el nombre de Ignacio Retes y ahora hacen algo similar con el teatro Tepeyac, ahora también llamado Teatro Carmen Montejo.
En su honor
La ceremonia comenzó con un performance de la actriz Irene Barcé, caracterizada como Carmen Montejo en los años 40. Se sentó en una sala giratoria envuelta en una túnica dorada. Cuando el mecanismo giró por completo, en la sala ya no estaba sentada Irene Barcé sino Carmen Montejo, igualmente envuelta hasta la cabeza por una túnica dorada. Carmen temblaba. Quizá de nervios, quizá de alegría. Alzó las manos para descubrirse el rostro y miró hacia el público. Ése fue un buen momento para llorar.
La actriz, de origen cubano, se levantó para decir un discurso que terminó con una inevitable referencia al día de su muerte: “Yo siempre sueño a un charro mexicano acompañado por una mulata cubana. Yo digo que tuve la suerte de tener papá y mamá, porque tengo a Cuba y a México. Y el día que yo ya no esté con ustedes, quiero que en mi ataúd se pongan las banderas de México y Cuba”. Ese fue otro buen momento para llorar.
Pero enseguida, Montejo se transformó en Andrómaca, luego en la Martha de “¿Quién le teme a Virginia Woolf?” y finalmente en la madre de “Bodas de sangre”.
Juan Molinar Horcasitas no asistió a la ceremonia. Tenía viajes más importantes qué hacer. Así que no pudo llorar cuando Carmen Montejo lamentó la muerte de su Héctor y maldijo a Helena de “Troya”. Tampoco pudo conmoverse cuando cuenta que sus lágrimas las congela para enfriar sus bebidas, y tampoco contempló a la madre que cuenta la muerte a manos de un cuchillito.
Pero quienes no tuvieron viajes más importantes -entre ellos Ignacio López Tarso, Miguel Sabido, Luis Gimeno, Helena Rojo y Carlos Ignacio- se deleitaron con cada fragmento. Ojalá que los viajes impostergables sirvan también para que los teatros del Seguro Social tengan otra vez la vida que tuvieron en los años 70.