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Libros aparte

Adela Celorio

Ponerse la piyama, lavarse los dientes y dormirse en un sofá, nada tendría de particular, excepto si todo esto tiene lugar en el lobby del hotel Camino Real. Resulta que habiendo reservado y pagado el cuarto con cuatro meses de anticipación, llegamos seguras a aposentarnos, sólo para encontrarnos con que “no se preocupen, las vamos a ayudar”.

Eso dijeron y nos mandaron a otro de sus hoteles ubicado muy lejos del Centro de Convenciones donde tiene lugar la Feria del Libro de Guadalajara. Después del berrinche, ruegos y amenazas sin resultado, mi amiga Boruca y yo decidimos acampar en el lobby donde nos cepillamos los dientes y tapadas con periódicos nos dormimos en un sofá. Vencidas por el frío y la brutal invasión a nuestra privacidad (con sus camaritas digitales los huéspedes que entraban y salían no resistían la tentación de fotografiarnos) decidimos levantar el plantón y profiriendo maldiciones, partimos hacia el lejano hotel donde nos mandaron.

¡No importa!, la afortunada fiesta de los libros bien vale el disgusto –pensamos- y nos dispusimos a disfrutar del menú inabarcable que este año, crisis o no, contó con la participación de más de 500 autores y 1,600 editoriales de todo el mundo.

Cualquier contratiempo quedó olvidado ante el lujo de escuchar y ver de cerca de Carlos Fuentes, ese señorón a quien ni la orfandad en que lo ha dejado la pérdida de dos de sus hijos, ni los ochenta años que está cumpliendo, han conseguido doblegar su elegancia y su decantada lucidez.

¿Por qué tantos homenajes? preguntan muchos envidiosos. Pues aunque sólo sea por que Fuentes ha llevado las letras mexicanas por el mundo y las he hecho respetar; respondo.

Entre otros muchos momentos de gozo, tuve el de estar cerca de mi cuatísimo Fernando Savater, que no me conoce, pero yo a él sí. Esa es la magia de los libros. Por allá estuvo Monsiváis, quien con el humor irónico al que nos tiene acostumbrados, presentó “Pedro Infante, Las Leyes del querer”, y el homenajeado Lobo Antúnez del que nada he leído, pero que es tan guapo…

Caminando entre kilómetros de libros me desespero, voy de la historia a la filosofía, y de ahí, a ese galimatías que es la economía.

Paso a la novela, al cuento, a la poesía… Hojeo libros, los compro, me empacho, me confundo. Asomarme al horizonte infinito de mi ignorancia me genera vértigo. Necesito oxígeno y salgo de la Expo a tomar un café. “¿Brownie chico con mesero grande, o prefiere brownie grande con mesero chico? pregunta el joven que me sirve el café, volviéndome a la realidad.

Después de todo, las cosas nos son tan serias como parecen. La convivencia cercana con la literatura que propicia la FIL, es ideal para romper la solemnidad que atribuimos a la cultura. Tal vez esa sea la idea de “literatura fusión” que intentaron los genios de la mercadotecnia mezclando la conferencia magistral de Fernando Savater, con la del vocalista Fehr del grupo Maná, y amenizando con Los Tigres del Norte la charla del novelista Arturo Pérez Reverte; quien por cierto, hace pocos años se instaló en una cantina de Sinaloa para escribir “in situ” “La Reina del Sur”.

Por entonces no faltó algún narco que sintiéndose excluido, llegó a la cantina y poniendo la pistola sobre la mesa donde se encontraba el escritor, preguntó: ¿Qué? ¿a mí no me va a poner en su libro?

Nomás les platico que así, corriendo de un autor a otro, se nos pasó el tiempo hasta que: Vuelvan pronto -dijo el gerente del hotel, feliz de despedirnos. Aquí no volvemos ni muertas -respondimos dignamente.

Así pensábamos hasta que ya en el aeropuerto, descubrimos que nuestro vuelo era para el día siguiente y tuvimos que volver a suplicarle al gerente del malhadado hotel, que en el nombre del cielo nos diera posada. adelace2@prodigy.net.mx

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