Aproximadamente 800 mil mexicanos viven en Nueva York, 35 mil de ellos residen en el “little México” el barrio mexicano que se localiza en Harlem. (Archivo)
Mexicanos llevan a la Gran Manzana su comida, música y costumbres.
Las banderas tricolores ondean orgullosas en el barrio mexicano de esta ciudad, el “little México”; permanecen aquí desde el pasado 15 de septiembre, cuando se celebraron las fiestas patrias.
Los compatriotas que organizaron ese festejo calculan que aproximadamente 35 mil mexicanos abarrotaron ese día la calle 116, para bailar y cantar al ritmo de música duranguense, norteña y mariachi.
Pero así como estas banderas, que cuelgan por encima de los árboles y de un edificio a otro, el barrio está lleno de expresiones y costumbres que han traído los migrantes desde finales de la década de los 80, cuando el lugar era dominado por los puertorriqueños.
“Todos somos Marcos”, se lee en un graffiti de la segunda avenida y la calle 117. Junto, una imagen de la virgen de Guadalupe complementa este cuadro del neozapatismo neoyorkino, del México que no se olvida pero al que pocos pretenden regresar en el corto plazo.
Juan Cáceres, presidente de la organización Comunidad Méxicana del Centro de Nueva York, explica que la creación del “little México” fue un proceso muy díficil, que se pagó con insultos, golpes, asaltos y desprecio hacia los primeros connacionales que llegaron al lugar.
Proveniente de Tabasco, Juan Cáceres fue de los primeros migrantes. Hace 19 años dejó su tierra natal.
El recuerda que cuando los mexicanos se asentaron en la calle 116, la zona era de las más inseguras en la urbe de hierro. La actividad económica era mínima, pues la mayoría de las accesorias o locales comerciales estaban abandonados.
“Cuando llegamos nos trajimos a vender los tamales, los elotes, los mangos y los nopales, nuestras costumbres se vinieron con nosotros”, dice el tabasqueño, fundador del periódico comunitario La Voz de México, que en su portada del mes de noviembre presentó una gran fotografía del presidente electo de Estados Unidos, acompañada del título: “Obama, la esperanza de muchos migrantes”.
La esperanza es un término muy acuñado en este barrio mexicano; es el asidero de los connacionales que no se regresarán a su tierra a pesar de la discriminación y el desprecio. No habrá vuelta a casa por un buen tiempo, sin importar que aquí la crisis económica ya comienza a dejarlos en el desempleo o a mermar sus ingresos.
Para ellos es más soportable enfrentar la crisis aquí que del lado mexicano. “Si aquí está difícil, va a estar peor allá”, es la expresión común de los compatriotas que han hecho su vida en el barrio latino, donde las historias de sobrevivencia se multiplican en cada tienda, restaurante o puesto de comida callejero, en busca de un sueño americano que se diluye ante el escenario de recesión.
Los tamales no podían faltar
Medio dólar cuesta cada tamal en la esquina de la tercera avenida y la calle 116. Por 18 años ese puesto de tamales ha sido instalado en el mismo crucero, en el corazón de Harlem, y de las ganancias que ha dejado salió el suficiente dinero para, por ejemplo, pagarle la educación universitaria a dos jovencitas allá en Oaxaca, pero el costo personal por ese logro ha sido demasiado alto.
Heliodora Vera Carrizal, dueña del puesto, ha realizado la misma rutina de preparar tamales por todos esos años, sin gozar de periodo de vacaciones y sin días de descanso. Cada uno de los 365 días del año, los siete días de la semana, ella se ha levantado a las 5:30 de la mañana, para salir antes del amanecer del departamento que renta en el quinto piso de un edificio ubicado en la calle 120.
En un diablito lleva varias ollas y en su interior hay 250 tamales, de dulce, rajas, mole rojo y salsa verde, sin olvidar un recipiente con champurrado y otro de arroz con leche. Toda la materia prima la compra en un “market” cercano a su departamento.
A diario camina cuatro cuadras con ese diablito, para llegar al crucero que por casi dos décadas le ha generado sentimientos tan encontrados como pena y esperanza. Aquí padece constantemente a la policía y a las autoridades sanitarias de Nueva York que le han impuesto multas de hasta 3 mil dólares por cosas como no contar con un carrito adecuado para vender. La última de esas sanciones llegó en junio.
Pero todo fuera como pagar esas multas o soportar las temperaturas de invierno, por debajo de los cero grados centígrados, mientras espera que algún otro mexicano, un gringo, un asiático o un afroamericano se acerquen a comprarle.
A Heliodora Vera se le descompone el rostro y los ojos se le llenan de lágrimas con una sola pregunta. ¿Qué hay de su familia, de sus hijos?.
La señora ha sido una mamá a distancia, que llama constantemente por teléfono a Zilacatipan, Oaxaca, para hablar con sus hijos y escucharlos crecer. Desde hace 18 años no ha visto a las señoritas que estudian su carrera de Derecho, pero tampoco pudo estar en casa cuando uno de los tres hijos varones murió; otro de los jóvenes vive con ella en el departamento de la calle 120 y del último de ellos ni siquiera habla.
Pero 18 años no son suficientes para regresar a México. Se quedará aquí a pesar de la crisis y la recesión que ya pegan de lleno en este país. Permanecerá por una razón tan básica: “Aunque sea poco, pero tengo con qué mantenerme y mandarle a mi familia; allá nos morimos de hambre”.
Prefiere Nueva York para morir
Para morir, Francisco García Vivar prefiere que sea aquí, en la ciudad de los rascacielos. Le ha tomado tanto o quizás más cariño a esta tierra que a Tulcingo de Valle, Puebla, de donde es originario.
Razones para querer a Nueva York no le faltan, porque en su caso se ha cristalizado ese tan anhelado y hoy tan escaso sueño americano.
A 35 años de haber llegado como un indocumentado más, Francisco García Vivar tiene una casa de dos pisos dentro de un complejo habitacional en el Bronx; es suya una tienda de abarrotes en la segunda avenida y su esposa es propietaria también de su tienda en Connecticut.
Hace tres décadas y media trató de cruzar 17 veces la frontera, mismas que fracasó. Fue en el intentó número 18 que lo logró y a partir de ese momento trabajó como auxiliar en tiendas y como mesero, hasta que instaló su propio negocio en 1990.
Hoy este comerciante tiene la ciudadanía estadounidense. “Yo voté por Obama”, dice orgulloso el dueño de la tienda de abarrotes “México Lindo”, para quien el hoy presidente electo de Estados Unidos representa un liderezgo con ideas nuevas, pero sobre todo la prueba de que algún día un ciudadano de origen mexicano será el mandatario de esta nación.
-Usted nació en México ¿Por qué quiere morir en Nueva York?-, se le pregunta.
- No sé, me gustaría -, responde sin pensarlo.
-¿Le gustaría morir en Nueva York?
-Sí, porque quiero tanto a Nueva York como a México. “New York” me ha dado tanto, la oportunidad y la he sabido aprovechar. Entonces, ya que nací allá, pues aquí me gustaría morir.
Risueño, muy abierto al hablar, Francisco García Vivar deja en claro que no regresará a México. “Se oye feo, pero no; con lo que uno ve en las noticias y si es así la inseguridad, “sorry”, pero no, y mira muchos de los que estamos acá, se oye feo, pero ya no se va uno. Es que, probando lo bueno ya no se acostumbra uno allá”, reconoce el hombre.