Cuando uno cree que nuestros diputados no pueden llegar a ser más asnos y cínicos, siempre encuentran alguna forma de demostrar que su ignorancia, soberbia y patanería literalmente no tienen límites.
Para muestra tenemos más botones que una mercería. Pero lo que hicieron la semana pasada puede servir de modelo de cómo tienen el cerebro y el corazón quienes se dicen representantes de la nación mexicana. Si es que tienen cerebro y corazón, circunstancia más que dudosa.
Alguien propuso que se inscribiera en letras de oro en las paredes de tan innoble recinto el nombre de Octavio Paz, nuestro único Premio Nobel de Literatura, hombre universal, intelectual y éticamente ejemplar, y gloria de este país.
Nuestros notables diputados rebuznaron que ello era imposible, esgrimiendo argumentos tan contundentes como que “no había contribuido a la construcción del Estado mexicano” o que “no había hecho algo heroico”. Si esto último es un requisito para ganarse tal honor, creo que pueden ir escribiendo mi nombre: se necesitan altas dosis de heroísmo para escuchar y leer día tras día las sandeces y patrañas de esa sarta de mequetrefes que viven (y vaya que viven bien) de nuestros impuestos.
Este país vive una especie de esquizofrenia: celebra jubilosamente a los traicionados, los asesinados, los fusilados; para acabar pronto, a los fracasados. La mayoría de los llamados héroes no hicieron cosa más notable que matar a muchos mexicanos, con frecuencia destruyendo al país nomás de pasadita. Que México tenga tantos pobres, tantos analfabetos, tantos rezagos, nos hace preguntarnos si no hubiera sido mejor tener menos héroes y más hombres y mujeres ingeniosos y triunfadores, que hubieran hecho las cosas bien, y que nos hubieran dado prosperidad. Porque eso de andar muriendo por la Patria, evidentemente, no ayuda nada. Mejor hubieran hecho viviendo en su provecho.
Y para acabarla, si de alguien podemos estar orgullosos los mexicanos no es de esos revoltosos, militarotes, revolucionarios y matarifes, sino de los artistas y creadores que le han dejado cosas valiosas a la Humanidad. Si algo le heredará México al futuro de nuestra especie es lo que han realizado músicos, poetas, pintores y científicos. Los que crean, no los que destruyen. Los que exaltan el espíritu, no los que ‘ajusilaron’ a los que no pensaban como ellos.
Con el rechazo a poner el nombre de Octavio Paz en las paredes del recinto de San Lázaro, los diputados demostraron de qué están hechos: de retórica trasnochada, de estulticia, de supina ignorancia de qué es realmente lo importante. Y en manos (perdón, pezuñas) de esas acémilas estamos. Triste nuestra calavera.