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Lo rico de la vida

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germán froto y madariaga

La vida tiene sabores muy ricos. Uno de ellos es el de los dátiles, como los que había en la casa de mi abuela Chonita, en Viesca.

Se daban en unas palmas altas que estaban cerca de la noria, de cuyo manantial seguramente se nutrían.

En el tiempo de recolección, comenzaban a caer algunos frutos ya maduros que eran pura miel y nosotros nos abalanzábamos sobre ellos, como si fueran verdaderos trofeos de guerra.

Mi abuela era quien daba la orden para que una cuadrilla de trabajadores, especializados en esos menesteres fueran a bajar los dátiles de las palmas, mientras nosotros esperábamos ansiosos a que llegaran las primeras manillas.

Comíamos dátiles a discreción hasta que nos hartábamos.

Pero luego venía la segunda fase de aquella deliciosa experiencia, pues mi abuela y mi madre, comenzaban a deshuesar los dátiles para guardarlos en maquetas que, refrigeradas, podían durar muchos meses en buen estado.

A lo largo de esos meses, iban preparando ricos postres y pasteles de dátil con nuez.

Sin embargo, ay de aquel que se atreviera a tocarlos antes de que ellas los pusieran en la mesa. El que lo intentaba se exponía a recibir un duro bastonazo de la abuela.

Esa práctica se prolongó durante muchos años, aun después de muerta mi abuela, mi madre mandaba que bajaran los dátiles de la casa de Viesca y los trajeran a Torreón. Ella continuó con esa tradición mucho tiempo más, casi hasta que ella se ausentó de este mundo. Como los dátiles y las vivencias infantiles hay placeres y recuerdos deliciosos que la vida nos brinda.

Pero egoísta como es, nos los va quitando poco a poco, hasta que nos deja sin nada, en los puros huesos.

Con el tiempo uno aprende muchas cosas, pues éste es un gran maestro, aunque tiene la mala costumbre de matar a sus alumnos.

Dicen por ahí que: “Nadie cruza nuestro camino por casualidad. Y nosotros no entramos en la vida de alguien sin ninguna razón”.

Todo tiene un porqué y un motivo. Un momento y una finalidad, aunque uno la desconozca en principio. Siempre he creído que todo lo que llega es para bien, pues Dios no puede querer cosas malas para nosotros. Sólo que a veces somos incapaces de ver más allá de nuestras propias narices y por eso nos mortificamos y angustiamos.

Pero así como los dátiles la vida siempre tiene reservadas cosas dulces para nosotros y para tomarlas hay que correr el riesgo de recibir un bastonazo, como los de la abuela. Eran tiempos felices aquéllos, en que toda la familia convivíamos en la casa de la abuela. Amplia, luminosa, llena de plantas y frutos ricos. Donde parecía que el tiempo no transcurría, porque todo era juegos y diversión.

En la vida: “Hay mucho para dar y recibir. Mucho para aprender, con experiencias positivas y negativas”.

Todo lo que uno da, se regresa igual y de todas las etapas de la vida se aprende. Siempre hay lecciones que nos quedan, aun de las experiencias negativas.

Pero, volviendo al punto, aun sin ir al África, nosotros comíamos en Viesca deliciosos dátiles que nos embriagaban con su dulzor.

Aquella casa se convertía en una gran fiesta cuando los recolectaban y nosotros éramos los actores principales. Sólo la abuela conservaba su papel dominante en aquel clan en que su matriarcado era indiscutible.

Nadie se sentaba a la mesa antes que ella y nadie se paraba antes de que ella lo hiciera.

Ahí no había complacencias ni remilgos, uno se comía lo que le servían y no se separaba de la mesa hasta que se lo había acabado.

Excepto la fritada de cabrito, que a mí no me gustaba, todo lo demás lo engullía con singular placer. Un día casi me ahogo por andarme comiendo los huesos del cabrito a fin de cumplir cabalmente con las órdenes de la abuela.

Así de estrictas eran las instrucciones de mi abuela, las que debíamos cumplir al pie de la letra, so pena de enfrentar un castigo ejemplar, para que aprendiéramos a obedecer.

Eran los tiempos en que en todo el país había autoridad y orden. Así nos educaron y aquí estamos librando la batalla por la vida, sin traumas ni complejos.

Por lo demás: “Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano”.

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