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‘Lola la Aviadora’, la mexicana que en 1918 atravesó el cielo

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‘Lola la Aviadora’, la mexicana que en 1918 atravesó el cielo

el universal

El 9 de noviembre de 1918 Dolores Castillo se convirtió, de manera oficial, en la primera mexicana que ascendió, como se decía entonces, ‘a las regiones etéreas del país azul’.

Amado Paniagua fue el primer aviador mexicano que logró realizar la vuelta “Immelmann”, una maniobra clásica de los aviones de combate de la Primera Guerra Mundial, que consistía en detenerse durante un segundo frente al enemigo y realizar de pronto un medio loop (una media vuelta) para quedar detrás del mismo, dejándolo a merced de las ametralladoras.

En noviembre de 1918, Paniagua repitió la vuelta “Immelmann” durante una exhibición de vuelo acrobático celebrada en el puerto de Veracruz. La maniobra que durante un año había efectuado con precisión, no resultó. Perdió el control de la nave, y envuelto en llamas se estrelló en el mar.

Cuando la marea arrojó a la costa los despojos ensangrentados del aviador, una joven de 18 años, Dolores Castillo Cordero, los recogió. Lavó la sangre que desfiguraba el rostro, dispuso el cuerpo en dirección al sol y le cruzó las manos sobre el pecho. De ese modo hallaron a Paniagua los pilotos que lo acompañaban.

La aviación en México tenía ocho años de vida: en enero 1910 el aristócrata porfiriano Alberto Braniff había logrado elevar, durante unos segundos, un avión Voisin en los llanos de Balbuena; en mayo del mismo año, Miguel Lebrija había mantenido a doce metros del suelo, durante 56 segundos, un flamante Duperdussin: poco después se convirtió en el primer piloto que pasmó a los capitalinos al sobrevolar, ruidosamente, la Catedral Metropolitana.

El año de 1918, sin embargo, seguía siendo el tiempo de las primeras cosas. Además de convertirse en el primer mexicano que logró realizar la vuelta “Immelmann”, Paniagua se convirtió en el primer mexicano que perdió la vida en un accidente aéreo. La noticia, desde luego, causó esa conmoción que suelen causar las primeras cosas.

Días después de la tragedia, una comisión de pilotos egresados de la Escuela Militar acudió a la casa de Dolores Castillo para agradecerle “la piadosa actitud mostrada ante su finado camarada”. Un artículo publicado en un diario veracruzano, el 10 de noviembre de 1918, señala que, ante “la sorpresa de los aeronautas”, la joven Castillo pidió que le agradecieran el gesto dejándola subir a un avión.

Era el país de las primeras cosas: el jefe de la zona militar, Jesús Agustín Castro (que hasta el 6 de abril había sido secretario de Guerra y Marina en el Gabinete de Venustiano Carranza), telegrafió al jefe constitucionalista para comunicarle “los anhelos” de la veracruzana. El historiador Rafael Esparza (La aviación, SCT, 1987) relata que Carranza accedió, en premio por lo que consideraba “un gesto patriótico que enaltece a la nación”.

El 9 de noviembre de 1918, en un avión comandado por el capitán José Rivera, Dolores Castillo se convirtió, de manera oficial, en la primera mexicana que ascendió, como se decía entonces, “a las regiones etéreas del país azul”.

Se sabe que Miguel Lebrija había llevado, en 1911, a pasear por el aire a una misteriosa Esperanza Díaz Gutiérrez, señorita de la que no se tienen más datos. Se sabe, asimismo, que antes de morir en una mesa de operación en 1913, el inquieto Lebrija había volado en compañía de su madre y sus hermanas. El telegrama de Carranza, sin embargo, hizo que Dolores Castillo (“Lola la Aviadora”, se le conoció desde entonces) ingresara como pionera en la historia de la aviación y se ubicara como antecesora directa de Andrea Cruz Hernández, la primera mujer que recientemente logró ser aceptada en el curso de piloto de aviones de combate de la Fuerza Aérea Mexicana.

En aquel país de las primeras cosas, “Lola la Aviadora” fue declarada “Reina del Plenilunio” y se convirtió en la musa de poetas que cantaron “el capricho que la había atrevido contra el cielo”.

En una entrevista concedida muchos años después (Excélsior, 3 de enero de 1985), “La Aviadora” dijo que aquella tarde, en la costa, se había tardado mucho en cerrar los ojos de Amado Paniagua. “No había miedo en ellos, ni tampoco paz, sino otra cosa”. Dijo que no había buscado ser la primera mujer “que anduvo en avión”. Dijo que quiso volar, “únicamente para ver por mí misma lo que había visto en el cielo Amado Paniagua”.

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