La plática estaba sabrosa, usted me entiende. Versaba sobre vuelos aéreos. No cualesquiera si no los que están avocados para que viajen personajes del Gobierno. Hay una obsesión por realizar viajes a bordo de naves aéreas, me decían, que nada importan las condiciones meteorológicas, mostrándose gran temeridad. A pesar de que las circunstancias no sean óptimas para andar en las nubes, quien ejerce el poder público se empecina en volar. Es una valentía que se apodera de los hombres públicos logrando que se atrevan a despegar bajo cualquier circunstancia. Permítaseme una breve anécdota. Me la contó quien trabajaba en alguna de las dependencias durante el Gobierno a cargo de Óscar Flores Tapia. Mi interlocutor era un abogado de reconocido prestigio que no hay duda que me estuviera hablando de un hecho cierto quien, junto con otro servidor público, había sido llamado para acompañar al Ejecutivo. Al llegar al aeropuerto en Ramos Arizpe, recibieron la noticia, por parte del piloto, de que no era posible levantar el vuelo pues había tormenta y era sumamente peligroso saliera el aparato.
El gobernador, que no era de los que acostumbraran a ciscarse en semejantes trances ordenó al capitán de la nave que salieran de inmediato, negándose a hacerlo y mirando con temor hacia fuera, donde parecía que San Pedro estaba vaciando sus odres celestiales, todos a la vez. El Ejecutivo estatal, viendo la desobediencia del subordinado, montó en cólera por lo que al negarse de nueva cuenta a acatar la orden de su superior, sin mayores trámites, procedió a darle instrucciones al copiloto para que asumiera el mando, despidiendo al obcecado y desobediente. Era un vehículo pesado, antiguo, de motor a hélice que ya había pasado lo mejor de su vida útil. La unidad fue vendida posteriormente y diremos que aquel gobernante, hasta muchos años después, falleció a consecuencia de achaques propios de una edad avanzada. Menciono este breve pasaje de la vida de un político, el que después de una niñez humilde cumplió su ciclo de vida lejos de las candilejas en un retiro que lo ennoblecía y a quien no se le ha rendido un homenaje en los círculos literarios pese a que le dio un gran lustre a la cultura coahuilense por el impulso que el Gobierno a su cargo le proporcionó.
Me pregunto si las glándulas suprarrenales que segregan adrenalina en el torrente sanguíneo en algunos hombres públicos tiene efecto de superar el miedo. No hay al parecer una perturbación angustiosa en sus ánimos. Lo que realmente habría que dilucidar es si es una demostración de valentía de quien desprecia el peligro o hay una ceguera que le impide sopesar los riesgos que correrá. Conociendo al gobernador Flores Tapia no me cabe la menor duda de que no era jactancia ni exageración. Así era él, ese era su temple. Un hombres intrépido cuyo rostro recordaba, en los momentos difíciles, la audacia del griego Dédalo, que le costó la vida a su vástago. En efecto, la mitología griega atribuye a Dédalo la construcción del laberinto cretense, ordenado por el rey Minos, donde habitaba el mítico minotauro, con cabeza de toro y cuerpo humano. Encerrado junto con su hijo Ícaro, para escapar del tirano se le ocurrió construir un par de alas, de plumas y cera, para cada uno, recomendándole que no volara locamente, ni muy alto. El adolescente hizo poco caso del consejo paternal, por lo que a poco de alzar el vuelo, se desplomó cayendo al mar, donde pereció por ahogamiento. La proximidad a los rayos del Sol hicieron descuajar la cera, con la que traía pegadas las plumas al cuerpo, provocando perdiera su sustento aéreo. Es el primer aeronauta que registra la historia.
Pasando al percance aéreo de la semana pasada, hablando de la facilidad con que los hombres en el candelero político suelen treparse en un avión, por la rapidez con la que deben movilizarse, creo lo que dijo el secretario de Comunicaciones el día en que se desplomó la aeronave en que viajaba José Luis Santiago Vasconcelos, junto al secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, de que había sido un lamentable accidente, aunque sin más datos que los que le aconsejaba su intuición personal. Y yo lo creo, aunque la voz pública asegure, sin fundamento aún, que se trató de un acto de sabotaje. Lo extraño del caso es que a pesar de que se sabía que uno de ellos había sido amenazado de muerte en varias ocasiones, viajaran en el mismo avión. Por simple sentido común no era prudente que se juntaran en el transporte aéreo que sufrió el desastre. Hemos escuchado a raíz de la catástrofe, en varias ocasiones, la dudosa versión de que uno de los líderes de un conocido cártel, había ofrecido cinco millones de dólares como recompensa a quien acabara con la vida de Santiago Vasconcelos, “quien se la debía y tenía que pagársela”, que me parece jalada de los cabellos. Es sin duda una invención. En fin…