Allá en gringolandia están las cosas tan, pero tan calientes, que cualquiera creería que el calor es más fuerte que cuando ardió Troya, comentándose con acritud, lo penoso que resulta que John McCain, considerado por muchos de sus coterráneos como un avezado político, eche mano de argucias que demuestran únicamente sus nervios y su ansiedad al advertir que los esfuerzos de su equipo, por fracturar la imagen del demócrata, hasta ahora, han resultado inútiles, contentándose con señalar que Obama está más interesado en ganar concursos de popularidad, que en demostrar su capacidad para afrontar los retos del país tanto en materia económica, como en seguridad, como en el liderazgo de los asuntos internacionales.
Que de la manera que McCain ha enderezado su propaganda, en su empeño por demoler los índices de popularidad de Obama, no tarda en dirigir sus baterías en su contra; supone Obama que lo hará diciendo que no es patriota, que su nombre es raro y que ni siquiera se parece a los presidentes cuya efigie figura en los billetes de a dólar. Lo cual, en honor a la verdad, esto último quizá resulte cierto. Sería en verdad insólito que Obama trajera sobre la cabeza un peluquín blanco, con bucles y coleta, al estilo de George Washington, primer presidente de EU, talentoso militar y político, con rulos a los lados, chaqueta de cuello alzado y una gorguera con moño al frente, que engalana el anverso de los billetes de un dólar. Créanlo o no, sí que se vería gacho, lo cual aclaremos no quiere decir que McCain pudiera verse mejor. Lo más seguro es que en esta época con esa antigua moda, propia del siglo XVIII, los dos se verían, de menos, extravagantes. Por otro lado atacará diciendo que su nombre, el de Obama, no es de origen anglosajón y ¿eso qué? en estos tiempos de migraciones masivas los apellidos no hacen a una nación. Poner en duda su patriotismo, por el hecho de tener antepasados africanos, ¿qué esperarían? ¿que el candidato trajera un penacho de piel roja, para considerar que ama a su patria?
El republicano se ve consternado, abatido y feamente disgustado, lo que pronto puede traducirse en desaliento, al observar la imagen de la multitud que aclamaba a Obama reunida en una ciudad alemana, que trajo la pantalla televisiva a los hogares y que enmarcaba la primera página de los periódicos del mundo. Dijo, con cierto tono que destilaba amargura, que ese hecho le había provocado un bostezo, -o quizá no lo fue, es fácil confundirse, sino que se estaba acomodando, con un movimiento de mandíbula, la dentadura postiza-, restándole importancia al exitoso evento, afirmando que no le servirá de nada a la popularidad de Obama, pues a la hora de resolverse el crucigrama de las elecciones se enfrentará a la dura realidad de que los alemanes no van a votar en los comicios, además de que, por mucho que lo apoyen, ellos no tienen nada qué opinar sobre los asuntos internos de Estados Unidos de América; como quien dice, les dijo ¿qué pitos tocan?
No quiere McCain darse cuenta, que los germanos, precisamente por no tener vela en el entierro, le dieron un sonoro espaldarazo a Obama que retumbó no nada más en todos los rincones del orbe terráqueo, sino además en el mar donde navega el nautilus con el capitán Nemo al mando y en los cielos, donde los astronautas se marean, dando vueltas y vueltas alrededor de la Tierra en una estación espacial. En fin, John McCain, adoptando una pose agresiva, corre el peligro, dicen sus partidarios, de ser considerado un candidato petulante e iracundo, no tanto porque lo sea, -que sus datos biográficos indican que lo es-, sino porque contrasta con la actitud mesurada de Obama, que hasta ahora se ha cuidado de no lanzar ataques furibundos contra su oponente. No lo dicen, pero cabe estimar que, esa conducta moderada del candidato demócrata, tiene su origen en que si hoy fuera la elección y no sucede nada extraordinario que altere su rumbo, el joven B. O. de 46, se estaría llevando de calle al veterano J. M., de 71, con la mano en la cintura.