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Los caminos de la vida

Gilberto Serna

Es maravilloso ver serpentear el río Nazas, moverse en las llanuras formando vueltas y tornos, dejando hondas cicatrices en caminos terregosos. Se le ve apacible deslizarse suavemente rodando por años y años hasta desembocar creando una laguna. Es un espectáculo contemplar una de sus crecientes, cuando va llenando poco a poco los esteros de líquido lodoso, avanzando por el lecho seco formado por antiguas avenidas. Los laguneros de pura cepa, lo recordamos rugiente, cuando aún no era domeñado por cortinas de concreto, arrasando lo que encontraba a su paso. No había puentes por lo que a los laguneros de antaño les era difícil transitar de un lado a otro. Como una borrosa visión, proveniente del pasado, colgada de un cable que atraviesa la anchura del río, una señora, con una bolsa de ixtle, montada en una canastilla, era jalada de orilla a orilla, que era el medio de transporte de personas cuando las aguas impedían el paso.

Pero escuchemos al vate potosino Manuel José Othón (1858-1906) que habitó en nuestro hermoso páramo lagunero y en su extensa obra le cantó al río Nazas, de la cual reproducimos, por motivos de espacio, sólo un fragmento de Idilio Salvaje: “¿Por qué a mi helada soledad viniste/ cubierta con el último celaje/ de un crepúsculo gris? ... Mira el paisaje/ árido y triste, inmensamente triste./ Si vienes del dolor y en él nutriste/ tu corazón, bien vengas al salvaje/ desierto, donde apenas un miraje/ de lo que fue mi juventud existe./ Más si acaso no vienes de tan lejos/ y en tu alma aún del placer quedan los dejos/ puedes tornar a tu revuelto mundo./ Si no ven a lavar tu ciprio manto/ en el mar amarguísimo y profundo/ de un triste amor o de un inmenso llanto”.

Luego vendría Una Estepa del Nazas, en la que el poeta escribió: “¡Ni un verdecido alcor, ni una pradera!/ Tan sólo miro, de mi vista enfrente/ la llanura sin fin, seca y ardiente, donde jamás reinó la primavera./ Rueda el río monótono en la austera/ cuenca, sin un cantil, ni una rompiente/ y, al ras del horizonte. El Sol poniente/ cual la boca de un horno reverbera./ Y en esta gama gris que no abrillanta/ ningún color, aquí, do el aire azota/ con ígneo soplo la reseca planta/ sólo, al romper su cárcel, la bellota/ en el pajizo algodonal levanta/ de su cándido airón la blanca nota”. Las antiguas culturas florecieron en las riveras de los ríos. El agua en grandes volúmenes rompe diques, causando pavor cuando se convierte en torrente caudaloso. Nuestro río acaba abruptamente, al igual que su hermano, el Aguanaval, en medio de la nada.

Ha sido, el río Nazas tema muy amplio de inspiración para quienes aquí nacimos. Lo miramos nostálgicos y un nudo se nos hace en la garganta. La emoción nos gana por que sus aguas llevan escritas epopeyas juveniles en un libro de gastadas tapas que narra la vida de quienes habitamos en sus charcas, sentimos el abrazo de sus canales, a los que aquí llamamos tajos. Son historias de vida y muerte en cuyo trance gozamos y sufrimos, las aguas resultan ser lágrimas de alegría y de tristeza. En estos días ante el bullicio de los niños recordamos a esta tierra, hecha de terrones caldeados por los rayos solares, cuando entre nosotros se pasean las aguas que se han llevado nuestra vidas trayéndonos los recuerdos de lo que siempre fuimos: hojas secas que se lleva el viento navegando en aguas que las nuevas generaciones miran alborozadas. Los laguneros somos esas aguas que se renuevan con el transcurso de los años pero que siguen siendo las mismas de siempre, en un círculo de nubes, lluvia, agua, cuenca y ríos. Si van a los bordos, paralelos al río, agucen el oído, no hagan ruido y escucharán al atardecer el canto de las Náyades que les hablarán de los que se han ido y del futuro que nos espera. El espíritu de los humanos es como las aguas de un río que se evaporan, la tierra las absorbe, pero no se pierden para siempre. Vuelven en el siguiente aguacero haciendo reverdecer las plantas silvestres o convirtiéndose en el rocío que humedece las mustias flores de la planicie lagunera. El Nazas es nuestro río, somos nosotros, cuyas almas van en su corriente recorriendo los caminos de la vida.

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